EL POTLATCH. LA GENEROSIDAD COMO MUESTRA DE PODER. (PARTE 2)



Al mismo tiempo perdida y beneficio, las donaciones realizadas durante el acontecimiento ritual restituyen un equilibrio de fuerzas entre lo obtenido y lo donado, entre lo material y lo simbólico. El bien material que dentro de la vida cotidiana de la fratría, tribu o individuo es reconocido y valorado por sus características materiales, instrumentales y funcionales, tales como utilidad, necesidad, constitución, transmuta por medio del ritual, y únicamente durante el ritual, su esencia en una mera formalidad, un medio para la reproducción de una estructura simbólica, para mas tarde, una vez terminado el rito regresar otra vez a su aspecto material.

La necesidad material del instrumento es transgredida e ignorada, sustituida finalmente por la pura contingencia en favor del acontecimiento singular, que tan solo está destinado a reproducir y perpetuar una estructura social privilegiada.

La materialidad destruida de los bienes derrochados es interpretada como una formalidad para la obtención de un bien social inmaterial e inasible. No se trata de la importancia del bien en tanto objeto, sino en cuanto regalo. Una vez regalado, el bien pasa a formar una carga material para aquél que obtuvo el privilegio de ser agasajado, la marca de una acuerdo tácito y no escrito inacabado e inacabable. La acumulación de donaciones en uno y otro sentido articula el mentado equilibrio de poderes, tanto fácticos, esto es, materiales, como formales, esto es, simbólico-ideológicos, hasta el momento fatídico en que se produzca una donación imposible de ser retribuida.

La deuda, es importante recordarlo, no se contrae en vistas a la obtención de una donación posterior de bienes materiales, sino por su mero aspecto formal y simbólico. La acumulación de bienes materiales, no es sumatoria, sino negativa. Teniendo en cuenta que gran parte de los bienes son dilapidados Se retribuye la destrucción y despilfarro de los bienes, el gesto social de desposesión, nunca el beneficio obtenido por los instrumentos que se intercambian.

Se trata de un gesto de suficiencia descarnada donde los que ofrecen el don muestran su cercanía al mundo de los muertos, totalmente desposeídos, pero honorables, en la cúspide de la jerarquía, ostentadores del poder en su desecho. De ningún modo puede interpretarse como un intercambio constante de bienes que produce un beneficio positivo y de forma alternativa, discontinua, entre ambos.

El potlach es una institución que, mientras se practique, debe practicarse hasta las últimas consecuencias: la autodestrucción material del otro, un gesto de cercenamiento y sacrificio para la obtención de un rango superior. El don no revalora por los bienes obtenidos de ellos. Su retribución no puede concebirse como un intercambio. El carácter sumatorio de los bienes puestos en juego durante el potlach, esa obligación de aumentar los dones en cada nueva donación, no se concibe desde un punto extensivo, cuantitativo, siquiera cualitativo. Ningún aspecto del bien puesto en juego es tan importante como su total destrucción en y por el acto del rito heredado.

EN LA FOTO: INVITACION OFICIAL AL POTLACH DE 1912

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