INTERESANTE ARTICULO PUBLICADO POR ANTONIO ENCISO EN FACEBOOK
La bacteria sionista y el ministro de municiones
Al abrir un bote de quitaesmalte se percibe el aroma dulzón y penetrante de la acetona, una molécula vulgar, a la que difícilmente atribuiríamos algún protagonismo político. Sin embargo, esta sustancia, y un microbio que la produce de forma natural, contribuyeron a la victoria aliada en la I Guerra Mundial y, de carambola, a la fundación de Israel. Las tres décadas que separan ambos acontecimientos constituyen un periodo apasionante del sionismo y de su líder más destacado, el químico Jaim Weizmann, a la postre primer presidente del estado judío.Durante la Gran Guerra, la acetona se convirtió en un producto muy valioso y escaso, necesario para la fabricación del explosivo de moda de la Royal Navy, la cordita. Fue entonces cuando Weizmann propuso producir acetona de una forma sencilla y barata, a partir de cereales, con ayuda de la bacteria Clostridium acetobutylicum. El invento llegó a oídos de Winston Churchill, que entonces desempeñaba un cargo digno de los electroduendes, ministro de Municiones. Churchill confió en el joven científico y activista político y autorizó la fabricación microbiológica de la acetona, inicialmente, en una destilería de ginebra. En 1917, la escasez de grano, obligó a buscar materias primas alternativas, y el Gobierno movilizó a escolares para recoger castañas de indias en los parques ingleses. La castaña resultó comestible para la bacteria y así pudo garantizarse el suministro de acetona hasta el final de la contienda. Weizmann facilitó el entendimiento entre el Gobierno británico y sionismo. Un apoyo que se formalizó justo al acabar la guerra mediante la Declaración de Balfour.
La leyenda dice que los ingleses quisieron recompensar al químico por sus servicios al Imperio y él, como premio, pidió un estado judío. Exagerado o no, lo que no se puede negar es que los vínculos establecidos entre Churchill y Weizmann durante aquellos años y la posterior carrera del político inglés fueron determinantes para la fundación de Israel, que este año celebra su 60 aniversario. Desde entonces nuestro verdadero héroe, Clostridium acetobutylicum, perdió popularidad; la caída de los precios del petróleo en la década de 1940 permitió obtener una fuente barata de acetona y abandonar la producción microbiológica. No obstante, esta historia tiene un final abierto, recientemente se ha propuesto un proceso de fabricación de biocombustibles que necesita de C. acetobutylicum. La reciente apuesta de la Comisión Europea a favor del desarrollo de solventes y combustibles biotecnológicos podría devolver a la bacteria el protagonismo perdido.
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