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¿EXISTIÓ REALMENTE JESÚS? PARTE 2. EL TESTIMONIO FLAVIANO

Perpetrado por Oskarele

Efectivamente, como comentábamos en el artículo anterior, existen referencias históricas prácticamente contemporáneas a Jesús sobre su persona. Esto es algo sin duda importante para el objeto de nuestra investigación, la existencia histórica del nazareno, pues supondría que fuentes ajenas a la tradición cristiana inicial mencionan la historia del supuesto profeta.

Una de las fuentes historiográficas que se suele citar intentando aportar una referencia histórica ajena al NT es la obra de Flavio Josefo y su famoso “testimonium flavianum”. Vamos a ver un poco esta movida.

Se llamaba en realidad Yosef bar Mattityahu (cuando el emperador Vespasiano hizo de él un ciudadano romano lo latinizó asociándolo a la familia del bienhechor que lo liberó tras hacerle prisionero, como Titus Flavius Iosephus) y vivió entre el 37 y el 101 de nuestra era. Esto es ya importante, pues nació después de la supuesta muerte del nazareno. Nace en el seno de una familia sacerdotal judía ligada a la monarquía de los asmoneos, gracias a lo cual gozó de una excelente educación. Desde joven comenzó a interesarse por la política y por la religión de su pueblo, uniéndose con 19 años al partido fariseo. Tras una estancia en Roma, en el año 64, regresa a Jerusalén donde dos años después, en el 66 estalla la gran revuelta judía, en la que tomará parte activa, tomando actividad en asuntos militares y diplomáticos.

Curiosamente, aunque la revuelta fracasó, Josefo consiguió salir airoso, aunque reconvertido en esclavo de guerra, para ser liberado en el 69 por Vespasiano, del que, desde entonces, se haría inseparable: acompañó al emperador incluso hasta Egipto, y cuando este último pasa a su hijo, Tito, la tarea de continuar la Guerra judía, se une a su séquito y es testigo de la destrucción de la Ciudad Santa y su Templo.

Luego se marchará a Roma con Tito, formando parte de su famoso desfile triunfal. Allí le permitirán dedicarse hasta su muerte a su trabajo literario. Escribió cuatro grandes obras en griego: La guerra de los judíos, Antigüedades judías, Contra Apión y su Autobiografía.

El segundo de los trabajos es sumamente importante para nuestra investigación. Las “Antigüedades judías”. Consiste en un una monumental obra de veinte tomos que tratan la historia de los judíos desde la Creación hasta el comienzo de la revuelta del 66 d.C.
En el tomo XVIII de esta obra, en su capítulo III, está el famoso pasaje donde se menciona a Jesús (el famoso “testimonio flaviano”). Lo trascribo aquí entero:

“Aproximadamente por este tiempo vivió Jesús, un hombre lleno de sabiduría, si de hecho uno puede llamarle hombre. Porque realizaba hechos increíbles, y era maestro de los que se alegraban con la verdad. Atrajo hacia sí a muchos, judíos y (gentiles. Él era el Cristo.) Por la acusación de las autoridades de nuestro pueblo, Pilato lo condenó a muerte en la cruz; no obstante aquéllos que lo habían amado antes le permanecieron fieles. (Al tercer día se les apareció de nuevo vivo, entro otras mil maravillas, tal y como lo habían predicho los profetas enviados por Dios.) Y al día hoy el pueblo de los que se llaman cristianos después de Él permanece.”

El relato es realmente impresionante, siendo, como es, de una fuente no cristiana. Pero hay dos problemas. Primero, ver si realmente es suyo y no un añadido posterior de copistas cristianos, que to puede ser. Los primeros cristianos eran lectores estudiosos de esta obra e historiadores tempranos de la Iglesia lo citan a menudo en sus textos, como San Eusebio o San Juan Crisóstomo. Además sus obras se tradujeron al latín en una fecha temprana…

Pero aun siendo suyo, esta obra se escribe en el 94 d.C. unos sesenta años después de la supuesta muerte del nazareno y por la época en la que se redactan los Evangelios Canónicos… de los que pudo estar ya informado y hacerse eco en su obra.

Además, el pasaje disputado nunca fue citado por los tempranos apologistas cristianos como Clemente de Alejandría, quien seguramente habría aprovechado tales municiones.

Ni tampoco es mencionado por otros historiadores judíos de la época, como Justo de Tiberiades o Filón de Alejandría, que fueron coetáneos y que habían escrito sobre sectas y movimientos religiosos dentro del judaísmo. Curiosamente no mencionan para nada a los cristianos.

En general se considera que las frases entre paréntesis en el texto son añadidos posteriores a la obra original de Josefo, que si hablaría de Jesús, aunque, como hemos dejado claro, basándose en otras fuentes. Esto significaría una prueba histórica de la existencia del personaje, eso sí, teniendo en cuenta que Josefo hablaba de oídas.

Mas info y fuentes por aquí: http://es.wikipedia.org/wiki/Testimonio_flaviano, aquí:http://es.wikipedia.org/wiki/Flavio_Josefo, aquí: http://ec.aciprensa.com/f/flaviojose.htm, aquí: http://www.angelfire.com/extreme/genio/jesusexistio.html, aquí: http://www.teologoresponde.com.ar/respuesta.asp?id=365.

¿EXISTIÓ REALMENTE JESÚS? PARTE 0. INTRO


Perpetrado por Oskarele

El pasado suele ser esquivo. Los historiadores, ávidos de reconstruirlo, suelen usar, básicamente, dos tipos de fuentes: arqueológicas y escritas. En las primeras entra prácticamente todo lo que el ser humano haya construido, así como el contexto aportado por la naturaleza. En las segundas, las escritas, todo lo que se haya escrito sobre el personaje o el hecho en cuestión. Generalmente, unas fuentes sirven para confirmar lo aportado por las otras. Y viceversa.

Pero existe otra regla básica en el estudio de la historia: cuanto más atrás nos vamos en el pasado, mas difícil es comprobar y probar un hecho. Así, para comprobar si existió, por ejemplo, Napoleón, la cantidad de pruebas literarias, historiográficas y arqueológicas es abrumadora. Pero ¿Qué pasa cuando queremos comprobar la existencia, por ejemplo, de Alejandro Magno?, pues que, aunque cuantitativamente la cantidad de datos es mucho menor que cuando hablamos de un personaje de hace un par de siglos, existe suficiente cantidad de pruebas para dar fe de que Alejandro el Grande, realmente existió.

El problema es cuando el objeto de nuestro estudio es un ser divino o divinizado como, por ejemplo, Lao Tse, Zoroastro o el personaje que nos ocupa, Jesús de Nazaret.

Así pues: ¿Tenemos pruebas de que existió realmente Jesús?, además, de haber existido, ¿Fue el nazareno como dicen los relatos recogidos en el Nuevo Testamento y en la tradición cristiana, canoníca o apócrifa?

Por desgracia no existe ningún registro arqueológico, por ahora, que permita demostrar la existencia histórica de las personas cercanas a Jesús: ni sus padres, ni sus primeros seguidores… pero el caso es que aquellos sucesos están situados en un contexto sociopolítico determinado, del que si tenemos constancia histórica: efectivamente existió Poncio Pilatos, existió Herodes… y del que tenemos mucha información por el ahínco con que los arqueólogos han estudiado todo el tema de la Biblia, hasta el punto que hay algo llamado Arqueología Bíblica, encargada, precisamente de esto, de buscar registros arqueológicos de todo lo mencionado en las escrituras, ya sean personas, lugares o cosas.

Obviamente no podemos pretender encontrar una estela de piedra que ponga “aquí nació Jesús de Nazaret” o “aquí convirtió el agua en vino”.
Para corroborar la existencia de un personaje histórico no hace falta encontrar pruebas contundentes y definitivas, sino que un sumum de “pequeñas pruebas” puede llevarnos a considerar algo como históricamente real. Es por esto que muchos estudiosos de la vida de Jesús, aun no habiendo pruebas determinantes en el registro arqueológico, y con serias dudas en el registro escrito, consideran que la gran cantidad de referencias escritas, la mención de muchos personajes corroborados por otros textos y por la arqueología y la dificultad que implica demostrar que Jesús no existió, nos obligan a llegar a la conclusión de que realmente (o posiblemente) existió Jesús.

Esto no quiere decir que existiese el Jesús que conocemos, pues de lo que sí que no hay prueba alguna es de su aspecto mítico: no hay pruebas de sus milagros ni de su resurrección. Ni de que fuese el hijo de Dios. Y como dijo aquel poeta, “¡Oh, no eres tú mi cantar, no puedo cantar, ni quiero a este Jesús del madero sino al que anduvo en la mar!”.

¿De qué nos vale comprobar si existió el Nazareno sino podemos comprobar si realmente es cierto lo que cuentas sus biógrafos súbditos?

A ello vamos a dedicar varios artículos. Y lo vamos a hacer desde una perspectiva crítica, analizando ligeramente las fuentes escritas, tanto de sus seguidores como de historiadores relativamente contemporáneos, y las pocas y dudosas “pruebas” arqueológicas.