LOS PAPALAGI




LOS PAPALAGI: es el título de un libro escrito por Erich Scheurmann (Hamburgo 1878, Armsfeld 1957) y publicado en 1920.
Es una colección de discursos que el jefe samoano Tuiavii de Tiavea dirige a sus conciudadanos, en los que describe un supuesto viaje por Europa en el periodo justamente anterior a la primera guerra mundial. Erich Scheurmann habría sido testigo de tales discursos, y los habría traducido al alemán.En ellos el jefe samoano interpreta la cultura occidental (la de los papalagis, u hombres blancos, en lengua samoana) desde la perspectiva de un nativo, criticando la deshumanización y el materialismo de la sociedad europea, y describiendo con ingenuidad elementos tales como el dinero o el teléfono. Tuavii de Tiavea previene a los samoanos para que no se dejen contaminar por el influjo de la cultura europea. Cada discurso (de un total de 11) describe, no sin cierto sentido del humor, un aspecto de la cultura occidental (la medida del tiempo, la vivienda, la vestimenta, etc), si bien el tono general es de fuerte crítica hacia las culturas europeas.
No hay pruebas de que tales discursos hayan sido nunca pronunciados, y el autor de los mismos parece haber sido el propio Scheurmann (quien sí viajó a Samoa), tratándose por tanto de un bulo, si bien las ediciones actuales no suelen aclarar ese aspecto, presentando la obra como hecho cierto.

Los Papalagi ha sido traducida a numerosos idiomas, incluido el castellano, y suele presentarse con las ilustraciones Joost Swarte.

Por lo que (poco) sabemos, Erich Schuermann (Hamburgo 1878; Arnsfeld 1957) fue un escritor, pintor y entre otras cosas titiritero alemán, amigo de Hermann Hesse en su juventud, que en 1914 viajó a Samoa –por entonces posesión alemana– con el encargo de escribir una historia sobre los Mares del Sur. La Gran Guerra lo sorprendió allí y dejó la Polinesia al año siguiente rumbo a Estados Unidos. Internado allí como enemigo extranjero, a partir de un cuaderno de apuntes dio forma a lo que sería Los Papalagi antes de regresar a Europa, donde publicó las cartas del jefe Tuiavii en alemán con gran repercusión. Y así, desde entonces. Dio a conocer varias obras más –-algunas referidas a los Mares del Sur–, pero ninguna tuvo la resonancia de Los Papalagi.
Queda, por supuesto, sin cuestionar la excelencia, una cuestión clave: la autenticidad del texto. Más allá de que las ediciones castellanas de los últimos veinte años no hacen ninguna referencia crítica ni reflexionan al respecto, todo indicaría que Los Papalagi es lo que en inglés se denomina un amusing hoax, un agradable engaño, una tomadura de pelo, una superchería ingeniosa, una de esas invenciones, fraudes inteligentes bastante habituales en la historia de la literatura, como el Ossian de MacPherson. Es que no hay evidencia alguna de que tal “jefe samoano” haya existido con ese nombre, que las fotos que acompañan el texto correspondan a personajes de ese nombre y mucho menos de que –de haber existido– el jefe haya viajado a Occidente para amargarse de visitante con los blancos que ya padecía en casa.
Por otra parte hay, sí, numerosos antecedentes de obras literarias que han utilizado el mecanismo de ubicar a un observador externo –un viajero exótico, habitualmente– para denunciar en forma indirecta los males de una sociedad. Ya está en las famosas Cartas persas de Montesquieu, de la primera mitad del siglo XVIII, replicadas en España por las Cartas marruecas de José Cadalso y del mismo modo en otras muchas tradiciones. El viajero a simbólicos mundos distantes sólo para encontrar –en el espejo deformado de sociedades imaginarias– el modo de criticar y satirizar las costumbres y enfermedades del de sus lectores. El ejemplo mayor es sin duda Jonathan Swift y sus Gulliver Travels, de larguísima cría. Nadie como sus sabios y equilibrados caballos, los impronunciables houyhnhnms, ha sido tan mordaz y revelador a la hora de mostrar absurdos, miserias y vergüenzas humanas.

En el caso de Scheurmann, el antecedente más inmediato parece haber sido –según algunos críticos que no lo quieren– Hans Paarsche, un pacifista tolstoiano que publicó en los primeros años del siglo XX una exitosa sátira titulada La expedición del africano Lukanga Mukara al interior de Alemania, que nunca aspiró a ser considerada sino lo que era: una invención absoluta. E incluso, buscando un equivalente, se compara el éxito y la repercusión de Los Papalagi entre las huestes antisistema y ecologistas con otro texto memorable, ejemplar... y también sospechado de fraude: la bellísima carta del jefe indio Seattle al presidente de los Estados Unidos que confronta dos modos de vida y de relación con la Naturaleza.

En fin... La cuestión es que, documento o inteligente fraude, a ochenta años de su publicación, Los Papalagi sigue hablando cada vez más y mejor sobre el sinsentido de la aventura cultural del hombre occidental bajo el capitalismo. Las cartas de Tuiavii de Tiavea son incomparables, y algunas de ellas –El metal redondo y el papel tosco (sobre el dinero), y Los Papalagi no tienen tiempo– lindan con la iluminación espiritual. Son lectura saludabilísima.

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