LOS FUEGOS DE LAROYA II


(continuacion articulo anterior)
Días después, por parte del Servicio Meteorológico del Ministerio de Defensa, llegaron a Laroya el teniente coronel y meteorólogo Morán Samaniegos y su ayudante, el señor Sierra Silva. Mientras estaba en el cortijo Pitango observando la situación, el propio Samaniegos vio cómo incomprensiblemente ardía su capa. Del mismo modo, los instrumentos de medición del ingeniero José Cubillo, quien estaba depositándolos en cierto lugar para tomar datos, fueron completamente calcinados de manera espontánea y ante sus propios ojos.

Los fuegos siguieron produciéndose, y los “supercientíficos” enviados por el Gobierno sólo sabían hacer una cosa: “Echarse las manos a la cabeza”. Cierto día, mientras estaban tomando datos y concentrados plenamente en sus aparatos, vieron que en el cortijo Pitango se declaraba espontáneamente un fuego que calcinó 30 kilos de harina que habían en una caldera. Muchos de los investigadores comenzaron a asustarse pues ni comprendían ni controlaban la naturaleza de los fenómenos. No tenían hipótesis científicas para esclarecer el asunto, no sabían qué ocurría y, por ello, optaron por desistir en sus empeño y abandonar la investigación sin datos concluyentes.

Tras esto, el Gobierno terminó por silenciar el sorprendente hecho. Quizá no interesaba políticamente más publicidad de los misteriosos fuegos de Laroya porque no tenían explicación.

Según las investigaciones realizadas y los testimonios recogidos por Alberto Cerezuela Rodríguez, y que refleja en la magnífica obra Enigmas y leyendas de Almería, los fuegos, además de presentar una especie de “inteligencia”, tenían predilección por colores claros o blancos. Casi todas las cosas que en un principio ardían espontáneamente eran claras: el delantal de María, la gallina, las ropas,etc. A pesar de esto, luego, con la virulencia de la actuación, comenzaron a arder cosas mucho más oscuras, como, por ejemplo, la chaqueta del guardia civil.

Otro detalle interesante que cabe tener en cuenta es que, antes de producirse los incendios, en el lugar había una “claridad luminosa” extrema, que muchos definen como una especie de humo o niebla. Cuando ardían los objetos, desprendían un olor muy intenso a azufre, petróleo o algo similar. Y con respecto a esto, la mayor parte de los testigos no percibieron el olor antes de estallar el fuego, sino después, cuando el objeto ya estaba ardiendo.
También cabe destacar una característica curiosa: casi todos los objetos que ardían estaban situados a una cierta altura del suelo, aislados eléctricamente; objetos colgados en perchas, ropas en armarios, etc.

Cuando se iba a apagar un fuego, si se le echaba agua, éste tomaba más virulencia – tal como ocurre con fuegos producidos por combustibles–, y la mejor forma de apagarlos era con una manta e incluso, a veces, con la propia mano.

Posteriormente, cuando el silencio reinaba y nadie se acordaba ya de los fuegos, ocurrió un hecho muy significativo y digno de mención. En el pueblo comenzaron a encontrarse restos de petróleo que, muy probablemente y tal como las investigaciones de la Guardia Civil demostraron, alguien había puesto ahí. Parece ser que María, la Niña de los Fuegos confesó: “Lo hice para que volviesen los hombres entendidos y que acabasen con los fuegos”. Según la muchacha, no soportaba sentirse culpable de aquellos fuegos, pues a causa de la prensa, de los comentarios de vecinos, del apodo que le habían sacado, Niña de los Fuegos, y de que todo empezó con ella misma, la joven pensó que había sido la causante de tan terrible maldición al pueblo.

Según sabemos, mucho tiempo después, la Niña de los Fuegos se suicidó ingiriendo sosa caústica. Dicen que desde aquello que vivió convencida de que estaba posída por algo diabólico, y aunque su suicidio aparentemente no tuviese a que ver con el caso, psicológicamente podría haber tenido algún trauma que derivó en su suicidio.

También de su hermana mayor se cuenta que se quitó la vida arrojándose por un precipicio cercano. Y, de igual modo, su hermano José Martínez se ahorcó dentro del propio cortijo Pitango. Como diría cualquiera en la época: una maldición.

Una de las personas que vivieron estos extraños episodios declaró muchos años después:”Los científicos no explicaron nada. Todos tuvimos la sensación, y más con el tiempo, d que se nos ocultaba algo. “No era normal que nadie nos diese una explicación, la Guardia Civil ordenó callar a todo el mundo. A veces nos llegaba algún periódico, y veíamos como ya se había dejado de hablar del asunto, pero aquí lo sufrimos durante dos meses más. Aquel fuego aparecía de día, de noche… con llamas que flotaban en las habitaciones. Había mucho miedo. Estábamos aterrados, se lo juro. Yo era tan sólo una niña, pero ¡como me acuerdo del sonido de las campanas tocando “a fuego” para avisar que ya había aparecido otro, y otro! Aún recuerdo a las niñas quemadas, como María Martínez o Mari Molina, a las que se les prendió el vestido y estuvieron a punto de abrasarse vivas. Aquello era una cosa invisible. Casi todos creíamos que se venía encima el fin del mundo. Entiéndame… ¡Es que nadie nos explicaba nada!”.

A pesar de que nadie hizo mucho caso al tema de la maldición del moro Jamá, que según algunos de los habitantes de Laroya podría haber tenido algo podría haber tenido algo que ver, Pedro Amorós se molestó en consultar algunos libros y textos sobre los procesos inquisitoriales de la zona, y no, no encontró a ningún moro llamado Jamá. Sólo halló un proceso del año 1561 relacionado con ese tipo de acusación de Macael y fue el de Juan de Benavides:”Porque está relajado y dixo que era señal de Mahoma y del Cielo y que aquella era buena y mejor que la de la Cruz, enviose preso con secuestro de bienes”.

Y a pesar de que el Santo Oficio en esa época y, sobre todo, en esta zona tan influida por la cultura musulmana sólo buscaba recaudación, pudo ser muy probable que dicho personaje acabase relajado, es decir, quemado en algún lugar. También pudo ocurrir que tras llevárselo, jurase venganza y, aunque no hayamos encontrado su nombre, no implica que no existiese, ya que muchas veces a estas personas se las conocía por los apodos, y quién sabe si éste podría ser el famoso moro Jamá…

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