EL MISTERIO DE LOS ALIENIGENAS SILENCIOSOS


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El físico italiano Enrico Fermi, uno de los cerebros de la bomba atómica, convirtió en categoría una cierta costumbre de los científicos de responder a preguntas numéricas complejas ¿cuántos coches cabrían en los océanos? en una servilleta de bar empleando un lápiz, cuatro datos bien traídos y grandes dosis de lógica. Durante un almuerzo con sus colegas en 1950, se deslizó en la charla la posible existencia de civilizaciones alienígenas, a la que el físico aplicó su método para concluir que sí; debía de haber alguien ahí fuera. Pero siendo así, preguntó el Nobel, ¿dónde están? Sus labios elevaron la simple retórica a la inmortalidad en forma de algo que desde entonces se conoce como Paradoja de Fermi y que ha mantenido ocupados durante décadas a investigadores de todo el mundo. Uno de ellos, el estadounidense Frank Drake, que ha dedicado su vida a tratar de que la paradoja deje de serlo, inauguró hace medio siglo uno de los empeños científicos que más han inspirado la imaginación popular: SETI, Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre.
Más que un proyecto homogéneo y concreto, SETI ha sido el objetivo común de diversas iniciativas. Su nacimiento se asocia al experimento seminal en el que Drake, en 1960, decidió comprobar si aquellos hombrecitos verdes sobre los que tanto se especulaba podían estar gritándonos su existencia a través del universo sin que nos molestáramos en poner la oreja. A sus 29 años, el joven astrónomo había llegado a concluir qué debía escucharse y con qué oreja: ondas de radio de banda estrecha con un radiotelescopio. Al mismo tiempo y de forma independiente, un artículo en Nature firmado por los físicos de la Universidad de Cornell (EEUU) Giuseppe Cocconi y Philip Morrison había llegado a las mismas conclusiones, poniendo cifra concreta a la frecuencia de búsqueda 1.420 megahercios o 21 centímetros de longitud de onda, la firma universal del hidrógeno y nombre a las estrellas candidatas a las que escuchar, similares al Sol y dentro de un radio de unos 15 años luz. El artículo terminaba con una frase que se convertiría en grito de guerra de SETI: "La probabilidad de éxito es difícil de estimar; pero si nunca buscamos, es cero".

Drake escribió sus recuerdos de entonces para el primer número de la revista Cosmic Search, un efímero vehículo de SETI que sólo publicó 13 números de 1979 a 1982. En su artículo, el astrónomo retrocedía 20 años a su estancia en el Observatorio Nacional de Radioastronomía de Green Bank, en la agreste Virginia Occidental, y recordaba cómo un día nevado de 1959 almorzaba con sus compañeros en un tugurio de carretera al que socarronamente llamaban Pierres, Antoines o La cuchara grasienta. Fue cuando decidió convencer a sus colegas para embarcarse en el sueño que acariciaba desde los ocho años: buscar vida extraterrestre. Tenía la herramienta perfecta, el flamante y recién terminado radiotelescopio Howard Tatel, de 26 metros, que les permitiría buscar en un radio de unos 10 años luz. "Mientras la última gota de Coca-Cola arrastraba la última patata frita grasienta, había nacido el Proyecto Ozma", escribía Drake, que bautizó su gran idea en honor a la princesa del país de Oz creada por L. Frank Baum. El 8 de abril de 1960, Drake se levantó a las 3 de una mañana fría y neblinosa, trepó al foco del telescopio para ajustar los componentes y se reunió con sus colaboradores en el centro de control. Allí dirigieron la parábola a la estrella Tau Ceti, encendieron el receptor, pusieron en marcha el registrador y la cinta grabadora, y el ser humano comenzó a buscar a alguien con quien hablar en el espacio.
Salvo por una falsa alarma al explorar otra estrella, Epsilon Eridani, las 150 horas de rastreo del Proyecto Ozma, repartidas en sesiones de seis horas hasta julio, no obtuvieron resultado. Pero el camino estaba abierto. En 1961 Drake reunió en Green Bank a una decena de expertos que conformaron la primera conferencia SETI. Frente a aquel reducido auditorio, autodenominado la Orden del Delfín la especie conocida más próxima a la humana en inteligencia, Drake aportó su ecuación, su versión del método de Fermi para estimar cuántas civilizaciones extraterrestre podrían existir en la Vía Láctea. Una fórmula que, desde entonces, ha protagonizado innumerables estudios y debates científicos, y que carece de solución única.
De Contact a la "caza de marcianos"
El auge y caída de SETI ya es historia. El proyecto recibió el impulso de grandes personalidades, como el fallecido astrónomo y divulgador Carl Sagan, que plasmó un figurado éxito del empeño en su novela Contact. En la cresta de la ola, Drake envió al espacio en 1974, desde el radiotelescopio puertorriqueño de Arecibo, el primer mensaje dirigido a ellos, una serie de datos sobre los humanos y su mundo que se transmitió hacia el cúmulo globular M13, a 25.000 años luz de la Tierra. En 1975, SETI recibió el abrazo, aún tímido, de la NASA y sus fondos públicos. En 1992 el proyecto tocó techo con un plan de 100 millones de dólares a 10 años. Pero sólo un año después, el globo se pinchó cuando los fondos se cancelaron por "déficit en el presupuesto federal, falta de apoyo de otros científicos y contratistas aeroespaciales y una significativa historia de infundadas asociaciones con elementos no científicos, combinado con falta de oportunidad", según el historiador de la NASA Stephen Garber. Este autor recordaba que el senador demócrata de Nevada que promovió el cerrojazo, Richard Bryan, cerró su triunfo con un comunicado de prensa en el que decía: "Esperemos que este sea el fin de la temporada de caza de marcianos a costa del contribuyente".
Hoy SETI sobrevive con un perfil bajo gracias a donaciones que sostienen instituciones privadas como el Instituto SETI y la Sociedad Planetaria. La búsqueda cuenta con el apoyo de voluntarios, como los más de tres millones de usuarios de SETI@home que ofrecen la capacidad sobrante de sus ordenadores para analizar datos, o los miembros de la Liga SETI, aficionados entusiastas con antenas parabólicas instaladas en el jardín. El astrónomo jefe del Instituto SETI, Seth Shostak, señalaba a Público hace unos meses que el interés por nuestros posibles vecinos no ha decaído: "Yo sigo recibiendo a diario correos y llamadas de gente interesada". El Instituto, junto con la Universidad de California en Berkeley, promueve la construcción del telescopio Allen, un conjunto de 350 antenas cuyo nombre honra a su mecenas, el cofundador de Microsoft Paul Allen, que ha aportado 25 millones de dólares.
"Podría ser extraterrestre"
En medio siglo escuchando el cosmos, sólo un evento escapa todavía a una explicación terrestre. El momento más excitante en la historia de SETI se vivió el 15 de agosto de 1977 en el Big Ear (Gran Oreja), un radiotelescopio de la Universidad Estatal de Ohio que desde su puesta en marcha en 1963 se dedicó a rastrear señales de otros mundos. Aquel día, la impresora del computador escupió, en mitad de una rutinaria marea de datos que sólo mostraban ruido cósmico, una potentísima señal procedente de la constelación de Sagitario que duró 72 segundos, exactamente el intervalo previsto en el que una fuente emisora del cielo en rotación dejaría huella en la antena. Cuando Jerry Ehman, el profesor universitario que regalaba parte de su tiempo al proyecto, descubrió aquella anomalía en la tira de papel continuo, no pudo menos que marcarla en rojo y escribir en el margen "Wow!" (¡Guau!). La Señal Wow! ha pasado así a la historia, y ni volvió jamás a repetirse, ni nadie ha sabido explicarla sin fisuras. En un informe en el trigésimo aniversario de la señal en 2007, Ehman concluía: "Ya que todas las posibilidades de un origen terrestre se han descartado o son improbables, y como la posibilidad de un origen extraterrestre no se ha podido desechar, debo concluir que una inteligencia extraterrestre podría haber enviado la señal que recibimos como la fuente Wow!". Pero pese a su histórico significado, ni siquiera el Big Ear ha resistido al signo de los tiempos. Tras casi cuatro décadas de funcionamiento, hace 12 años fue desmantelado para ampliar un campo de golf vecino.
La tarea de ubicar una señal inequívocamente inteligente y extraterrestre en la inmensidad del cosmos es, según el astrofísico y divulgador británico Paul Davies, "buscar una aguja en un pajar". Davies, que dirige el centro Beyond en la Universidad Estatal de Arizona, acaba de publicar The eerie silence: are we alone in the universe? (El silencio inquietante: ¿estamos solos en el universo?), una reflexión sobre los 50 años de SETI y una guía para futuras investigaciones. Alguien como Davies, ¿apostaría algo a que realmente no estamos solos? "Si me pongo el sombrero de científico, soy escéptico, y probablemente estemos solos. Si me pongo el de filósofo, pienso que debe de haber mucha vida en el universo. ¿Y qué quiero creer como ser humano? Que hay vida inteligente y que pronto lograremos comunicarnos con ella", piensa en voz alta. Y si no, quién sabe; tal vez dentro de 25.000 años, un astrónomo alienígena en el cúmulo globular M13 vea romperse el silencio de su radiotelescopio con una señal Wow! y aprenda que estamos, o al menos estuvimos, aquí.

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