SAWNEY BEANE Y SU CLAN CANIBAL 2/2




Beane se aseguraba de no ser descubierto al no dejar nunca con vida a sus víctimas. Deshacerse de los cuerpos no presentaba gran problema, ya que eran devorados por la familia. Cuando había demasiadas provisiones se salaban las partes dignas de conservarse. Los huesos, la piel y las cabelleras servían de elementos decorativos. Los restos de los cuerpos que no eran consumidos ni aprovechados, eran arrojados al mar y devueltos por la marea a las playas cercanas.

Según fueron siendo hallados, en los pueblos de los alrededores se comenzó a hablar de la existencia de lobos, de hombres lobo e incluso de demonios; frenéticos y aterrorizados, los vecinos comenzaron las pesquisas para intentar encontrar a los culpables y con ellas comenzaron también los errores, pues hubo numerosas personas que fueron condenadas a muerte sin ser, obviamente, los causantes.

Pero la fortuna de los Beane dio un giro cuando, una noche, atacaron a un matrimonio que regresaba a su casa a lomos de su caballo después de haber estado en una feria. El hombre, experto en el uso de las armas se defendió con su sable y su pistola, pero no pudo evitar que su mujer fuera capturada y muerta allí mismo. El combate cesó cuando, otro numeroso grupo de personas que iban por el mismo camino vio lo que ocurría y consiguieron poner a la familia Beane pies en polvorosa. Consiguieron escapar, sí, pero ya habían sido descubiertos.

Pocos días después, una partida de 400 hombres dirigida por el mismísimo rey Jacobo VI de Escocia comenzó su búsqueda. Los sabuesos señalaban con furiosos ladridos la entrada de la cueva, y aunque se estuvo a punto de no entrar por la dificultad para acceder a ella, cuando el monarca, junto con varios hombres, fueron avanzando en su interior, la luz de las antorchas les reveló un espectáculo dantesco: miembros humanos colgados de las paredes, otros en salazón, y las pertenencias de aquellos pobres desgraciados apiladas en un rincón.

Se encontraron frente a frente con cuarenta y ocho seres humanos (más o menos), veintisiete hombres y veintiuna mujeres, de todas las edades, semidesnudos, vestidos con andrajos, sumidos en la oscuridad, alimentándose de restos humanos, dormitando sobre la roca, rodeados de insectos y algunos famélicos perros. Jacobo VI, el monarca que había unido por fin las coronas de Escocia e Inglaterra, cara a cara con una tribu de hombres primitivos, algunos de los cuales no sabían ni hablar.

Tras ser capturados, Sawney y su familia fueron encerrados en la cárcel de Edimburgo y trasladados posteriormente a la de Glasgow, donde fueron ejecutados sin juicio. En un acto de crueldad similar a las atrocidades cometidas por los Beane, a los hombres les amputaron las extremidades y se les dejó desangrar en presencia de las mujeres. Ellas fueron quemadas vivas en la hoguera. No hubo arrepentimiento por parte de los Beane

En la cercana localidad de Girvan circula una leyenda que habla de una mujer, hija mayor de Sawney, que abandonó la cueva para instalarse allí, integrándose perfectamente en la sociedad, pero alguien descubrió su ascendencia y fue ahorcada en un árbol que ella misma había plantado. Se dice que, desde entonces, quien se para bajo él, puede escuchar el sonido del cuerpo de la hija de Sawney balanceándose. Conocido popularmente como el árbol peludo, se desconoce cuál pudo ser su ubicación, aunque actualmente se está investigando con el fin de atraer al turismo.

Una horrible historia, qué duda cabe. Sin embargo, hoy en día está considerada más como un mito; no hay constancia oficial de la existencia de Sawney, aunque esto podría ser normal debido a que en aquellos tiempos aún no existía el censo, pero tampoco hay ningún registro que refleje las ejecuciones. Por otra parte, la cárcel de Edimburgo, según sus ruinas, era una torre, lo que hubiera impedido encerrar y custodiar dentro de ella a 48 personas.

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