WALL-E, Andrew Stanton, 2008


Hacer una critica de una pelicula que has visto una sola vez es bastante dificil, primero porque en un primer visionado se pueden escapar muchos detalles que en pases posteriores pueden ayudar a mejorar (o empeorar) la percepcion de una obra. Pero mas importante que esto es la perspectiva que ofrece el tiempo, y los sucesivos visionados, que hace que la obra repose en el subconsciente, reposando, como un buen vino. Esto hace que observemos con mayor frialdad lo que antes vimos con, quiza, demasiada excitacion o prejuicio...

Treinta y cinco minutos de cine mudo. Así arranca 'Wall E'.

 Presenta un planeta devastado, en el que un último robot, Wall E, ejerce impertérrito la titánica misión de limpiar el monstruoso retrete. Fin de raza, lo abandonaron junto a miles de compañeros, hoy desaparecidos en combate. Mientras los responsables del degüello, los hombres, engordan sebosos en naves espaciales a mitad de camino de 2001 y el hipermercado, Wall E, acompañado de una fiel cucaracha, silba canciones, colecciona tenedores, acumula patitos de goma, apila mierda y descubre, de paso, el amor.

Lo hace gracias a Eva, hiperestilizada máquina recién enviada por los humanos, setecientos años después de exiliarse, para saber si la vida, al fin, es otra vez posible en el viejo, sodomizado planeta.

Hasta aquí el argumento.


Media hora de cine mudo, decía, donde homenajear a Chaplin y denunciar el horror con la mejor poesía. A ese glorioso arranque, uno de los mas grandes de la historia, le sigue el relato, más convencional (no previsible), de cómo Eva regresó junto a los hombres y Wall E inició su persecución, improbable quijote, enamorado y fértil, cuya estirpe arranca con R2D2 y alcanza a E.T. (no en vano la voz se la ha puesto el mismo genio que a los dos anteriores personajes).

Wall E envenena el corazón con imágenes como leopardos, elásticas y flexibles, bellísimas. Esconde, bajo la apariencia de cuento inocente, un catálogo inmemorial de ofuscaciones contra la naturaleza y predicciones apocalípticas. Lejos de reñirnos, muestra el mundo venidero con la leve ingenuidad del cronista desprejuiciado, aquí y ahora de este planeta suicida que recluta una máquina adorable para limpiar sus bajos.

Es un renglón mágico tras otro, una cucharada de mil colores, fastuoso regalo que hipnotiza, estimula y muerde. Puesto a quejarme, habría preferido un desarrollo más coherente con el principio, menos persecuciones y más planos del robot sensible. Bueno. Con un tercio de cine mayúsculo y libérrimo podemos darnos con un canto en los dientes.


Hay más derroche neuronal en ese arranque que en el resto de la cartelera junta.

Quizá la tecnificación haya iniciado el holocausto y agonizaremos entre plásticos, salivazos de monóxido y vacas esquizoides, pero también los robots, creaciones humanas, sueñan con ovejas eléctricas, metáfora del progreso y la ciencia, o sea, de la aventura más apasionante jamás contada.

SIN DUDAL ALGUNA UNA DE LAS MEJORES PELICULAS DE TODOS LOS TIEMPOS, TOTAL Y ABSOLUTAMENTE IMPRESCINDIBLE. UNA OBRA MAESTRA SIN CONTEMPLACIONES. UN CLASICO.

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