EL INFIERNO EN LA TIERRA, PARTE 3. POR DENTRO



¿Cuánto sabemos, pues, sobre lo que hay en el interior de la tierra? Muy poco. Los científicos están más o menos de acuerdo en que lo esta bajo tus pies está compuesto por cuatro capas: una corteza exterior rocosa, un manto de roca caliente viscosa, un núcleo exterior líquido y un núcleo interior solido.

También sabemos que en la superficie, aquí, predominan los silicatos, que son, relativamente, ligeros y no pesan lo suficiente para explicar la densidad global del planeta. Por tanto, en el interior, el material ha de ser más pesado. También sabemos que para que exista nuestro campo magnético, tiene que haber en algún lugar del interior un cinturón concentrado con numerosos elementos metálicos en estado líquido. El resto (como se comportan las capas, cómo interactúan, que pueden hacer en cualquier momento del futuro) lo desconocemos.

Hasta la única parte que podemos ver, la corteza que tienes bajo tus pies, es objeto de una polémica bastante estridente: Los textos de geología explican que la corteza continental tiene de 5 a 10 kilometros de espesor bajo los océanos, unos 40 kilometros bajo los continentes y de 65 a 95 bajo las grandes cordilleras. Pero hay muchas variaciones desconcertantes en esas generalizaciones: por ejemplo, la corteza debajo de las montañas californianas de Sierra Nevada tiene solo entre 30 y 40 kilometros de grosor, y nadie sabe porque, ya que, según estas medidas, tendrían que estar hundiéndose,

Cómo y cuando se forma la corteza terrestre son cuestiones que dividen a los geólogos en dos bandos: los que creen que sucedió bruscamente, al principio de la historia de la Tierra, y quienes creen que se forma de modo gradual y mucho mas tarde. La corteza y parte del manto exterior se denominan Litosfera, que flota sobre una capa de roca más blanda llamada Astenosfera (del griego “sin fuerza”), pero esos términos tampoco son satisfactorios del todo, sobre todo por eso de “flota”. Las rocas blandas no fluyen como los materiales de la superficie. Son viscosas, pero del mismo modo que lo es el cristal (fluye hacia abajo debido a la atracción gravitatoria, aunque no lo parezca). Retira un paño de cristal muy antiguo de una catedral europea y verán cómo es visiblemente más grueso en la parte inferior. Este es el tipo de fluidez del que hablamos.

Además, los movimientos no solo se producen lateralmente, sino también verticalmente: las rocas se elevan y caen en el proceso de batido llamado “Convección”. Aunque tampoco está muy claro a que profundidad se produce este proceso: unos plantean 650 kilometros, otros 3000. Los geoquímicos dicen que ciertos elementos de la superficie no pueden proceder del manto superior, sino que vienen de más abajo. Los sismólogos, en cambio, creen que no hay nada que demuestre esto.

Así que solo podemos decir, con relativa seguridad, que cuando vayamos hacia el centro de la Tierra, encontraremos un punto intermedio en el que dejamos la Astenosfera y nos sumergimos en manto puro, que constituye el 82 % del volumen del planeta y el 62 % de su masa. Aunque tampoco hay nada interesante allí, por lo que parece. Las cosas guapas están más arriba (los terremotos, volcanes…) o más abajo (el magnetismo). Sabemos que cuando llevemos 150 kilometros de recorrido, casi todo estará compuesto de peridotita, aunque los 2650 kilometros siguientes están compuestos de cosas que desconocemos.

Y tras pasar el manto encontramos “los” núcleos: uno interno solido y otro externo líquido. Claro que lo que sabemos de ellos es indirecto: sabemos que las presiones en la tierra son tan elevadas que solidifican cualquier roca que exista allí. También sabemos que hace mucho calor (casi como en mi casa), entre unos 4.000 y 7000 grados, casi la temperatura del sol.

Aun sabemos menos del núcleo exterior, excepto que es fluido y que es la sede del magnetismo. Un tal E. C. Bullard, de Cambridge, en 1949 expuso la siguiente teoría: esta parte fluida del núcleo gira de tal forma que se convierte prácticamente en un motor eléctrico, que crea el campo magnético de la Tierra. Los fluidos de convección actúan de forma parecida a las corrientes en los cables. Lo que está claro es que los cuerpos que no tienen un núcleo liquido (la Luna, Marte…) no tienen magnetismo.

Además, sabemos que la potencia del campo magnético cambia de valor de vez en cuando: en la época de los dinosaurios era tres veces superior que ahora. Y también sabemos que cada 500.000 años se invierte. Claro que la ultima inversión fue hace 750.000 años.

Pero también sabemos que ha habido periodos larguísimos en que no lo ha hecho (37 millones es el intervalo más largo) y otros periodos en que se ha invertido rapidísimamente (20.000 años)… lo peor es que no tenemos ni idea de porque se invierte.

Quizá estemos ahora en una inversión (recordad que se acerca el 2012). El campo magnético de la Tierra ha disminuido, puede que, hasta un 6% en el último siglo. Esto es malo, porque el magnetismo (aparte de permitirnos pegar publicidad del Telepizza con imanes y mover nuestras brújulas) es esencial para nosotros, para los humanos y para el planeta. Es lo que evita que nos lleguen los malvados rayos cósmicos from outer space, aficionados a destrozar el ADN y todo lo que pillan. El campo magnético expulsa estos rayos, conduciéndolos a dos zonas del espacio próximo denominadas “cinturones de Van Allen”

Lo que mejor evidencia nuestra enorme ignorancia sobre lo que ocurre dentro de la tierra es lo mucho que nos sorprendemos cuando la Pachamama nos juega una mala pasada. Por ejemplo, cuando activa uno de sus granitos de fuego, conocidos como Volcanes.

Los vulcanólogos son los peores científicos del mundo haciendo predicciones, además, son los peores en darse cuenta de que la han cagado por sus malas predicciones. Se suelen escudar en que las fuerzas de la naturaleza son caprichosas… y en verdad, parece que lo son.

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