LOS ALVAREZ Y LA EXTINCION DE LOS DINOSAURIOS
En Italia, discretamente, el joven geólogo Walter Álvarez, a principios de los años setenta, estaba haciendo un trabajo de campo en un bonito desfiladero conocido como Garganta Bottaciones, en la Umbría Italiana, cuando despertó su curiosidad una delgada banda de arcilla rojiza que dividía dos antiguas capas de piedra caliza, una del periodo cretácico y otra ya del terciario.
Este punto es conocido en geología como Frontera KT, y señala el periodo de hace 65 millones de años en el que los dinosaurios y aproximadamente la mitad de las otras especies de animales del mundo se esfumaron bruscamente del registro fósil. Álvarez se puso a pensar que podía haber provocado esa fina capa en un momento tan importante de la historia de la Tierra.
Por entonces, la explicación oficial de la extinción de los dinosaurios era la misma que un siglo atrás: que se habían extinguido progresivamente, poco a poco. Pero la delgadez de la capa parecía indicar que la en la Umbría, por lo menos, había sucedido algo mas brusco. Pero el problema era que en aquella época no había ningún método para determinar el tiempo que podía haber tardado en acumularse un depósito como aquel.
Walter Álvarez tuvo la suerte de contar con la inestimable ayuda de su padre, Luis Álvarez, eminente físico ganador del premio Nobel. A este se le ocurrió la genial idea de que el polvo podía venir del espacio exterior.
La tierra acumula todos los años unas 30.000 toneladas de basura espacial, que sería mucho si lo acumulases, pero que es infinitesimal si lo extiendes por todo el planeta. Este fino polvo está salpicado de elementos exóticos que apenas se encuentran en la Tierra, como por ejemplo, el Iridio. Walter y su padre se plantearon si la fina capa arcillosa no podría estar compuesta por materia espacial de esta.
Y los resueltos no fueron los esperados… si no mucho más acertados de lo que pensaban. La cantidad de Iridio era de trescientas veces superior a los niveles normales. Compararon otras muestras de otros países (Dinamarca, España, Francia, Nueva Zelanda…) y comprobaron que había un deposito de Iridio, y de otros elementos exóticos, de ámbito planetario. No cabía duda de que la causa de aquello había sido algo fascinante, grande, brusco y probablemente catastrófico. La explicación más probable era que algo había caído del cielo, probablemente un asteroide o un cometa.
Así, en la primera semana de 1980, los Álvarez comunicaron al mundo que creían que la extinción de los dinosaurios no se había producido a lo largo de millones de años, como parte de un proceso lento e inexorable, sino de forma brusca en un solo acontecimiento explosivo. Imagínense la conmoción. Fue considerado una herejía escandalosa.
La creencia de que los procesos terrestres eran graduales había sido algo básico en la historia natural desde los tiempos de Lyell. Tampoco ayudaba el que Luis Álvarez se mostrase claramente despectivo con los paleontólogos (decía cosas como “no son muy buenos científicos, en realidad. Parecen más bien coleccionistas de sellos”). Los adversarios de la teoría proponían otras explicaciones para los depósitos de Iridio, como, por ejemplo, que se debían a prolongadas erupciones volcánicas en la India, conocidas como las Traps del Decan (trap se deriva de una palabra sueca que designa un tipo de lava) e insistían en que no había pruebas de que los dinosaurios hubiesen desaparecido súbitamente del registro fósil.
Lo único que podía apoyar la teoría de los Álvarez era una zona de impacto. Y aquí es donde volvemos a Iowa, al bonito pueblo de Manson (mencionado en el artículo anterior) y a Eugene Shoemaker, gran conocedor del cráter. El problema fue que los datos revelaron que este cráter de Manson no solo era demasiado pequeño, sino que era, además, nueve millones de años más antiguo.
Así que la búsqueda se trasladaría a otros lugares. En 1990 uno de los investigadores de la universidad de Arizona, Alan Hildebrand, se entero por casualidad de que había una formación anular grande e inexplicable, de 193 kilómetros de anchura y 48 de profundidad debajo de la península de Yucatán, en México, cerca de la ciudad de Progreso. Fue Pemex, la empresa petrolera quien lo encontró en 1952. Rápidamente se pensó y acepto que aquel era el lugar del impacto que acabo con los dinosaurios.
Aun así, mucha gente no entendía bien lo que podía hacer un meteorito o un cometa al impactar contra otro cuerpo celeste. Por fortuna, poco después, Shoemaker y Levy, descubrieron el cometa Shoemaker-Levy 9, y se dieron cuenta de que se dirigía echando hostias a Júpiter. Los seres humanos iban a presenciar por primera vez una colisión cósmica, más aun cuando en realidad estaba formado por 21 fragmentos.
Los impactos del cometa se iniciaron el 16 de junio de 1994, duraron una semana y fueron muchísimo mayores de lo que todos habían esperado. Un fragmento llamado Núcleo G impacto con la fuerza de unos seis millones de megatones, 75 veces el arsenal nuclear de todos los países de la Tierra juntos. Hizo heridas en Júpiter del tamaño de la tierra, y demostró definitivamente la teoría de los Álvarez.
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