EL PLOMO, LOS CFC Y LA EDAD DE LA TIERRA, 2/3. EL CARBONO 14



Willard Libby recibió el nobel en 1960 por una genial idea: la datación por radiocarbono, que permitiría a los científicos y arqueólogos realizar una lectura precisa (luego se descubrió que no tanto) de la edad de los huesos y de otros restos orgánicos, algo que antes resultaba enormemente complicado.

Su genial intuición se basaba en el hecho de que todas las cosas vivas tiende en su interior un isotopo de carbono, llamado Carbono 14, que empieza a desintegrarse a una tasa fácilmente medible desde el momento en el que fallecen. Pero también acaba “muriendo”: tiene una vida media (es decir, el tiempo en el que tarda en desaparecer la mitad de una muestra cualquiera) de unos 5.600 años. Después de ocho vidas medias solo subsiste el 0.39 % de los restos con carbono radiactivo, lo que hace que esta datación solo valga para restos de menos de 40.000 años aprox.

Curiosamente, cuando esta nueva técnica estaba empezando a difundirse, se hicieron patentes ciertos fallos: se descubrió que la constante de desintegración estaba equivocada en un 3%. Pero por entonces se habían efectuado ya miles de mediciones, y los científicos, raros como siempre, en vez de repetirlas, decidieron mantener la constante errónea. Pero no era el único problema: las muestras podían contaminarse con facilidad con carbono de otra procedencia, afectando principalmente a las muestras más viejas. Así en el primer caso, es algo parecido a equivocarse en 3 euros cuando cuentas 100. En el segundo caso, es algo parecido a equivocarse en un euro cuando solo tienes dos para contar.

Pero es que además el método se basaba en otro supuesto erróneo: el que planteaba que la cantidad de carbono 14 en la atmosfera, y la tasa a la que lo han absorbido las cosas vivas, ha sido constante a través del tiempo. Esto no es así: sabemos ahora que el volumen de carbono 14 varía según lo bien que el magnetismo terrestre desvía los rayos cósmicos, y que eso oscila con el tiempo, por lo que algunas fechas establecidas con C14 pueden variar bastante.

Por eso tuvieron que buscar un método más valido: así surge la termoluminiscencia, que contabiliza los electrones atrapados en las arcillas, y la resonancia del spin del electrón, método este en el que se bombardea una muestra con ondas electromagnéticas y se miden las vibraciones de los electrones. Pero ni siquiera llegaban a los 200.000 años de antigüedad, y no se podían datar materiales inorgánicos.

Los problemas para la datación de rocas y cosas no vivas eran tales que llego un punto en el que casi todo el mundo desistió de intentarlo; si no hubiese sido por un ingles llamado ARTHUR HOLMES, se podría haber abandonado toda la investigación al respecto.

Y no fue heroico solo por los resultado, sino también por los obstáculos que se encontró en el camino. MAÑANA MAS

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