La figura de Gilles de Rais es definitoria. La monstruosidad de sus actos, unida a la extravagancia de su personalidad, acabaría por condenarle, a pesar de su condición de noble y de su amistad con figuras importantes.
Por un lado persiguió toda su vida al diablo, invocándolo una y otra vez con la ayuda de magos, alquimistas y farsantes de toda calaña. Por otro lado, era un hombre singularmente temeroso de dios, aficionado a la música clásica y atormentado.
Poseía muchos órganos de toda clase. El sonido de este instrumento le producía tal enajenación, que se los hizo construir portátiles para que le acompañaran en sus menores traslados. Consiguió en su exaltación religiosa ser nombrado canónigo de Saint-Hilaire-de-Poitiers y se rodeó de una comitiva de 50 eclesiásticos junto con 200 soldados de caballería cuya sede se encontraba en la capilla de los Saints-Innocents, en Machecoul.
Por otra parte, todo el que acudía a él participaba de su generosidad; el extranjero era bien recibido, cualquiera que fuese su condición, a cualquier hora del día o de la noche; tenía hospitalaria mesa, y era raro que abandonase esa mansión sin salir colmado de dones en especies o en metálico. Gastaba dinero en ostentación para recuperar el prestigio perdido. Realizaba grandes banquetes. Gastó la mayoría de su fortuna en obras teatrales que recordaban sus campañas con Juana y en fiestas para sus extraños amigos y consejeros. Especialmente significativa fue la representación de la batalla del Orleans en mayo de 1435.
A veces elegía las victimas entre los propios chantres de su capilla o de entre los pajes del servicio. Pero, pronto, para no levantar sospechas, empezó a hacerse llevar jóvenes de todos los rincones del país, a cuyas familias prometía lo mejor. Pero les esperaba una realidad muy distinta. Pronto la gente se alarmó, y de Rais recurrió a los raptos. Entre 1432 y 1440 se llegaron a contabilizar hasta 1.000 desapariciones de niños de entre 8 y 10 años en Bretaña. Pero la gran locura llegaba por la noche cuando él y sus esbirros se dedicaban a torturar, vejar, humillar y asesinar a niños previamente secuestrados. Después de cada sangrienta noche Gilles salía al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho, mientras sus secuaces quemaban los cuerpos inertes de las víctimas.
El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción con lo que el pavor se extendía más y más. Hasta que las murmuraciones se convirtieron en gritos que llegaron a las más altas autoridades.
Los latigazos y las torturas mas vulgares le aburrieron pronto. Gilles prefería colgar a sus niños en jaulas en forma de percha, con nudos correrizos alrededor de sus delicados cuellos, viéndoles asfixiarse lentamente. Su numero favorito consistía en liberarles, asegurarles que no les haría mas daño, y en el momento en que ganaba de nuevo su confianza, cortarles la yugular con un cuchillo, y, entonces, abrazando sus convulsos cuerpos ensangrentados, estallar en alegres y terriblemente cinicas carcajadas.
Su fascinación por los mas secretos rincones del cuerpo humano le llevaba a destripar a algunas de sus victimas, hurgando con sus propias manos en el interior de los jóvenes cuerpos sn vida. Conservaba sus cabezas cortadas, y gustaba contemplarlas, besarlas y compararlas entre si.
Ademas, al muy cerdo, le gustaba experimentar: disfrutaba sodomizando algún niño mientras sus complices lo decapitaban, haciendo coincidir la culminación del acto sexual con la violenta efusión de sangre y las convulsiones posteriores. Despues mezclaba lo sangre y vísceras con vinos y se lo bebía, tras lo que caia como poseído, derrotado.
Finalmente, sus excesos fueron frenados, pero, típico de la época, la causa no fueron los asesinatos, conocidos o, al menos, sospechados por muchos, sino sus deudas, que le habían ganado la enemistad de la corte, y su temeridad, que le llevo a violar la inmunidad eclesiástica al penetrar violentamente en una iglesia para apoderarse de Jean Le Feron, clérigo con quien mantenía una disputa por un castillo. Con esta excusa fue detenido,y tras ser probados los crímenes de brujería, herejía e infanticidio, seria la inquisición quien se encargaría del proceso.
En el juicio (altamente detallado y del que aún existen los escritos del siglo XV), pasaba del insulto a los jueces al hundimiento más absoluto y fue encerrado en una prisión acomodada por su condición de noble. Se declaró al principio inocente, pero en uno de los trastornos de personalidad que ya sufría de años atrás, rectificó y se declaró culpable y documentó todos los asesinatos y las vejaciones que practicaba a los niños (de entre 7 y 20 años), actuaciones pedófilas, rasgaduras, colgamientos del techo por ganchos, decapitaciones, etc. Dijo que hasta había bebido la sangre de los niños, incluso cuando estos aún estaban vivos, que "necesitaba aquel goce sexual" y que escribió un libro de conjuros con la supuesta sangre de los asesinados. Fueron confesiones tremendas, toda Francia se convulsionó ya que la gente no se creía que uno de sus héroes fuera un hombre tan vil. Se llegaron a constatar 200 víctimas aunque probablemente fueran muchas más. Fue condenado por asesinato, sodomía y herejía.
El 26 de octubre de 1440 GIlles de Reis fue ejecutado en una ceremonia en la que su arrepentimiento, como antes sus vicios criminales, alcanza un nivel desmedido de dramatismo y exceso. Sus palabras provocan tal conmocion en la multitud que algunos solo recuerdan al valeroso mariscal que lucho junto a Juana de Arco contra el invasor ingles.
Tras su muerte, y aunque su historia original poca o ninguna semejanza tiene con el cuento original, en Bretaña se identifica a Gilles de Rais con Barba Azul, el asesino de esposas. A su alrededor crecen las leyendas, como aquella que dice que su barba se volvió azul en el momento de su muerte por obra del mismísimo diablo…
Fragmentos de la declaración de Gilles de Rais en el juicio
“Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes –niños y niñas- y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos –aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto- y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados".
"Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente".
"Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía...".
"Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el Infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos”.
“Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo… Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla”
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