ELEGIA A RAMON SIJE, Miguel Hernandez, 1936
Si alguien ha tenido alguna vez un amigo, de verdad, no de estos digitales del FB, sabrá el dolor que tuvo que padecer Miguel Hernández cuando perdió a su querido amigo Ramón. Pocos escritos hechos por el hombre han mostrado de forma tan desgarrada el dolor por la pérdida del amigo, y el amor eterno e incondicional a esas personas sin las que no somos nada, nada más que agua ordenada. (Aquí podéis leer el poema)
La “Elegía a Ramón Sije” es un maravilloso poema de amor, remordimiento, muerte y reconciliación espiritual, que el genial autor alicantino Miguel Hernández dedico a su fallecido “compañero del alma” Ramón Sije, al que reconoce una deuda imposible de pagar.
¿Quién era este señor para que Miguel le dedicase este bello poema? Ramón Sije es un seudónimo de José Ramón Marín Gutiérrez, nació en Orihuela, igual que Miguel, “su pueblo y el mío”. Estudio derecho en Murcia, y conoció desde temprana edad al poeta, con el que entabla relación a partir de la creación por Ramón de la revista “Voluntad”, en 1930. También la revista “El gallo crisis” de claro carácter neo-católico, como era lógico de acuerdo a sus principios cristianos.
La crisis entre los dos amigos se produce cuando Miguel decide probar fortuna en los Madriles, y tras un intento infructuoso, logra conocer a diversos poetas y autores importantes, encontrando un nuevo mundo creativo, y apartándose de su “pueblerino “ y “católico” amigo. Pero en 1935 su amigo muere de una enfermedad galopante. La noticia le llega a Miguel a través de Vicente Alexandre. En una carta a un amigo, Miguel dice “He llorado a lagrima viva y me he desesperado por no haber podido besar su frente antes de que entrase en el cementerio”. Y aquí surge la genial obra que nos ocupa.
Por tanto debemos situar este poema en un momento de dolor, de culpabilidad por no haber podido despedirse del amigo. Es un poema escrito en caliente, en el que los sentimientos están a flor de piel. Un poema escrito para dejar patente el peso que lleva Miguel dentro suyo, un poema para que nadie olvide el amor que unió a los dos amigos, aunque diera la sensación de que la relación entre los dos se hubiera enfriado.
La simbología es realmente maravillosa y sobrecogedora, un canto como pocos a la amistad y al amor puro, sin condiciones, eterno. “Yo quiero ser, llorando, el hortelano, de la tierra que ocupas y estercolas”, pocos versos más bellos existen. Miguel, antiguo jornalero, quiere ser el cuidador de la tierra donde yace su amigo, para estar para siempre con él, “alimentando lluvias, caracolas”… El dolor es tan grande que no puede vivir “que siento más tu muerte que mi vida”, la muerte es cruel, despiadada e injusta, “no perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta”, y desesperado por no haberse podido despedir de él, desea sacarlo de la sepultura, “escarbar la tierra con los dientes”, y “besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte” a aquellos años de juventud en los que paseaban por los campos de Orihuela, entre las higueras y las rosas. Pero no, la realidad es otra, Ramón ha muerto… y poco después lo hará Miguel. Igual lograron reencontrarse.
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
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