FRANKENSTEIN, James Whale, 1931



Es recurrente la cuestión sobre si es mejor una peli o el libro en el que se basa. También es recurrente la respuesta. Generalmente solemos decir que los libros son mejores que sus adaptaciones al cine, aunque muchas veces no entendemos que son dos lenguajes diferentes y, a veces, irreconciliables. Pero también, a veces, hay películas que superan con creces las obras literarias en las que se basan.

Este es el caso de Frankenstein, de James Whale, estrenada en 1931, adaptación homónima del libro de Mary Wollstonecraft Shelley, publicado en 1818 (también conocido como “El Moderno Prometeo”).

La obra de Mary Shelley es una genial novela, en la que el protagonista, Víctor Frankenstein pretende rivalizar con dios, devolviendo la vida a un cadáver (mas bien a trozos de diferentes fallecidos), gracias a la electricidad producida por un rayo. Nada más concluir el experimento, el doctor se da cuenta de la barbaridad que ha hecho y se arrepiente. Pero ya es demasiado tarde, el monstruo ha huido del laboratorio y pronto se dará cuenta del rechazo que produce en la humanidad, generando en él un intenso odio y un gran deseo de venganza.


El monstruo se carga al hermano de su creador, el pequeño William, pero es acusada y condenada por el crimen una amiga de la familia, sin que el doctor haga nada por evitarlo. Hasta que acaban encontrándose, creador y creado: el monstruo le cuenta como aprendió a hablar, espiando a una familia a la que hacia regalos anónimos, y que, tras descubrir su horrible aspecto, le rechazo. Y lo mismo han ido haciendo todos los seres humanos que ha conocido. Así que le pide a Víctor que le cree una compañera, a lo que accede, aunque antes de conseguirlo decide destruirla, provocando la ira del monstruo, que se cargara también a la prometida del doctor.

Decidido finalmente a terminar con su creación, Víctor persigue a la criatura hasta el confín del mundo. Muere en un barco que le recoge entre los hielos del ártico. Poco después de la muerte de Víctor, el barco es abordado por la propia criatura que termina de relatar sus motivos y triste historia al capitán. La novela termina con la confesión de la criatura de que pondrá fin a su miserable existencia:

"No tema usted, no cometeré más crímenes. Mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de ningún otro ser humano son necesarias ya para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía. Y no tardaré en efectuar esta inmolación…"

La película de Whale es notablemente diferente en su trama a la obra de Shelley: el monstruo no es un ser culto, ni habla, ni siquiera razona su odio contra su creador. Es un ser retrasado, que no controla sus pulsiones, pero por el que sentimos cariño y pena desde el principio. Además en la peli el monstruo termina muriendo por la ira de los campesinos que lo queman en un molino.

La comparación resulta victoriosa para la película de Whale, porque el monstruo es mucho más cercano. Empatizamos desde el principio con un ser que no ha pedido ser creado, pero que ha de pagar por existir, en vez de hacerlo su creador que ha desafiado a dios y a la naturaleza. Comprendemos que las muertes que provoca no son su responsabilidad. Sufrimos con su dolor y no comprendemos porque las hordas deciden matarlo, en vez de cargarse a su creador. Y todo es gracias al genial talento de Boris Karloff, el mejor Frankenstein de la historia del cine.

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