EL UNIVERSO DE EINSTEIN, PARTE 6. TODO ES RELATIVO. EDWIN HUBBLE, EL VISIONARIO




Hubble nació en 1889, diez años después de Einstein, en Missouri y se crio allí y en Wheaton, Illinois, un suburbio de Chicago. No paso estrecheces económicas gracias a la posición privilegiada de su padre. Además era un atleta vigoroso y ágil, además de simpático, inteligente y muy guapo, por lo atraía enormemente a las mujeres. Pero además realizo increíbles muestras de valor: salvar a nadadores que se ahogaban, conducir a hombres asustados a lugar seguro en los campos de batalla de Francia en la 1ª GM, avergonzar a boxeadores campeones del mundo dejándolos KO en combates de exhibición… vamos, todo un personaje.

Parecía todo demasiado bueno para ser verdad. Lo era. Pero también es cierto que era un embustero reconocido, y todo eso eran mentiras suyas, lo que resulta especialmente extraño, ya que desde pequeño se distinguió tanto por sus capacidades como atleta como por su inteligencia como estudiante, que le ayudaron a ser invitado a Oxford. Estos tres años de vida inglesa lo cambiaron, ya que regreso a Chicago ataviado con abrigo de capucha, fumando en pipa y hablando con acento del mismo Londres. Claro que su trabajo era de profesor de instituto y entrenador de baloncesto en Indiana.

En 1919, con treinta tacos, se traslado a California y obtuvo un puesto en un observatorio cerca de Los Ángeles (1919). Se convirtió allí, rápida e inesperadamente, en el astrónomo más destacado del siglo XX. En 1919 el número de galaxias conocida era bastante pequeño: una, la nuestra, la Vía Láctea. Hubble no tardo en demostrar lo errónea que era esa creencia.

Durante los diez años siguientes Hubble abordo dos de las cuestiones más importantes del universo: su edad y su tamaño. Para poder responder esas cuestiones hay que conocer otras dos cosas: lo lejos que están ciertas galaxias y lo deprisa que se alejan de nosotros (lo que se conoce como “velocidad recesional”. Para esto era necesario descubrir “estrellas tipo”, cuya intensidad de luz se puede calcular fidedignamente y que se emplean como puntos de referencia para medir las distancias relativas de otras estrellas. Esto lo consiguió HENRIETTA LEAVITT con sus “famosas” estrellas cefeidas.

Hubble, combino el patrón de medición de Leavitt con los desplazamientos al rojo de Slipher, y empezó a medir puntos concretos del espacio: en 1923 demostró que una mancha de telaraña lejana de la constelación de Andrómeda, conocida como M31, no era una nube de gas, sino una galaxia, a unos 900.000 años luz de nosotros. El universo era, pues, inmensamente más grande de lo que se pensaba.

En 1924 Hubble escribió un artículo que hizo historia, “Cefeidas de nebulosas espirales”, en el que demostraba que el universo estaba formado no solo por la vía láctea, sino por muchísimas otras galaxias independientes. Pero además se centraría inmediatamente en calcular exactamente lo grande que era el universo, realizando otro sensacional descubrimiento: que todas aquellas galaxias se estaban alejando de nosotros y que su velocidad y distancia eran claramente proporcionales: cuanto más lejos estaba una galaxia, más deprisa se movía.

Esto era asombroso, sin ninguna duda. El universo se estaba expandiendo, rápidamente y de forma regular, en todas las direcciones. No era difícil leerlo hacia atrás y darse cuenta de que tenía que haber empezado todo en algún punto central. Lejos de ser el universo el vacio estable, fijo y eterno que todo el mundo suponía, tenía un principio… y un final. Más asombroso es, como dice Stephen Hawking, que a nadie se le hubiese ocurrido antes la idea de un universo en expansión. Un universo estático colapsaría sobre sí mismo.

Pero Hubble, más observador que pensador, no supo darse cuenta de todas estas implicaciones. El honor le correspondió a un sacerdote e investigador llamado GEORGES LEMAITRE, que con su “Teoría de los fuegos artificiales” propuso que el universo se inicio en un punto geométrico, un átomo primigenio, que estallo gloriosamente y que se está expandiendo desde entonces. Era un anticipo claro de la idea moderna del Big Bang, que tardaría decenios en comprenderse del todo, aunque ni Hubble ni Einstein participarían mucho en ello en primera persona.

Hubble murió de un infarto en 1953. Aun le quedaba una última gran rareza: su esposa se negó a celebrar un funeral y no revelaría nunca lo que había hecho con el cadáver. Aun no se sabe que fue del cuerpo de Hubble.

Como monumento funerario nos queda el telescopio espacial Hubble, lanzado en 1990 en su honor.

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