ZECHARIA SITCHIN. LIBRO 2º: LA ESCALERA AL CIELO. PARTE 8: LOS ANTEPASADOS INMORTALES. EFECTIVAMENTE, EXISTIERON.




ByOskarele

¿Estas leyendas (mencionadas en el articulo anterior) sobre la caverna de los dioses y los humanos inmortalizados encontrados por Alejandro Magno, eran pura ficción, puro mito? ¿Serían cuentos embellecidos basados en hechos históricos reales? ¿Existió la reina Candace o el conquistador Sesonchusis citados en el artículo anterior? Todas estas preguntas se las plantean y las resuelve, a su manera el bueno de Sitchin. Veamos que dice al respecto…

Si aquellas personas eran figuras de la realeza egipcia o de una mítica región de África, estaban tan cubiertos por el pasar de los siglos como los monumentos egipcios por la arena. Y el desconocimiento fue enorme durante años acerca de la historia de aquel fascinante país, a lo que tampoco ayudaban aquellos extraños e indescifrables jeroglíficos.

En 1798 Napoleón conquistó Egipto, con la intención de cerrar a los británicos el camino hacia la India. La cosa terminaría siendo un fracaso, pero gracias a ella Europa pudo redescubrir las maravillas de aquella civilización perdida, pues, junto con las tropas, llegaron estudiosos e investigadores que comenzaron rápidamente a estudiar la zona.

El 19 de julio de 1799, mientras los franceses cavaban trincheras en torno a la fortaleza medieval de Rachid, o Rosetta, para prevenir un desembarco británico, un soldado dio con el pico en una piedra de gran dureza. Al extraerla creyeron que era de basalto (las recientes limpiezas han revelado que se trata de roca de granodiorita gris con vetas rosas). Su tamaño era considerable (112.3x75.7x28.4 cm), y poseía inscripciones en tres bloques de distintos signos: jeroglífico, demótico y griegos.

Se trataba de la maravillosa Piedra Rosetta.

En realidad se trataba de una sentencia del rey Ptolomeo, fechada en 196 a. C. Al rendirse los franceses en 1801, los británicos se hicieron con la piedra y la enviaron a Londres (hoy se conserva en el Museo Británico). Años más tarde Jean-François Champollion trabajó con ellas. A partir del texto griego buscó las equivalencias en los jeroglíficos y estableció el código con que poder leerlos y descifrarlos. Ese fue el principio.

Pues bien, rápidamente comenzaron a buscar más hacia el sur, donde supuestamente había tenido aquellos extraños contactos Alejandro Magno. Así, alrededor de 1820, exploradores europeos, que alcanzaron el actual Sudán, reportaron la existencia de antiguos monumentos, inclusive pirámides de ángulos agudos, en un punto del Nilo llamado Méroe, una isla. Una expedición real Prusa descubrió impresionantes ruinas en excavaciones realizadas en 1842-1844. Entre 1912 y 1914, otros arqueólogos encontraron otros lugares sagrados en aquella zona, confirmándose que en aquella región, en el primer milenio a.C. hubo un reino Nubio. Sitchin lo identifica con la bíblica tierra de Cuch.

Y existió una reina Candace.

Las inscripciones revelaron que en los inicios del reino nubio, era gobernado por una sabia y benevolente reina llamada Candace. Desde entonces, siempre que una mujer ascendía al trono - lo que no era raro -, adoptaba su nombre. Al sur de Méroe, dentro del territorio de ese reino, había una ciudad llamada Sennar - posiblemente la Shamar mencionada en las leyendas de Alexander.

¿Y qué pasa con el tal Sesonchusis? La versión etíope del pseudo-Calístenes no lo llama así: “Soy Coch, rey del mundo, el conquistador que atravesó este lago (el Mar Rojo)” Pues bien, los registros egipcios hablan de un gran faraón que, en el inicio del segundo milenio a.C., fue realmente un conquistador del mundo. Su nombre era Senusret y él también era devoto de Amón. Los historiadores griegos le atribuyen la conquista de Libia y de Arabia, y, significativamente, de Etiopía y de todas las islas del mar Rojo, y enormes partes de Asia, penetrando más al este de lo que más tarde hicieron los persas. Incluso llegó a Europa.

Herodoto describió los grandes hechos de ese faraón, a quien llamó Sesóstris, añadiendo que erigía pilares conmemorativos en todos los lugares por los que pasaba. "Los pilares que él erigió aún son visibles", así, cuando Alejandro vio el pilar junto al lago, tuvo la confirmación de lo que el historiador griego registró un siglo antes. Sesonchusis realmente existió. Su nombre egipcio (Senusret) significa: “Aquellos cuyos nacimientos viven".

Y, como faraón de Egipto, tenía todo el derecho de ir a unirse a las filas de los dioses y vivir para siempre.

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