...Claro que ese viaje no lo hacía el cuerpo del faraón, sino su Ka. Sin embargo, si hacía un viaje real por sitios reales, siempre según Sitchin, claro, que empleará un largo capitulazo de este segundo libro de las Crónicas de la Tierra, para demostrar que en realidad, lo que representaba este ritual del viaje postmortem del faraón era ni más ni menos que un viaje hasta un lugar donde despegaba en dirección al planeta de los dioses, Nibiru. No voy a resumir aquí todas sus explicaciones, porque la verdad, no aportan nada nuevo y con lo explicado en el artículo anterior tenemos bastante.
Si estáis interesados en más detalles, aquí tenéis el capitulo en cuestión, por si lo queréis leer: http://www.bibliotecapleyades.net/archivos_pdf/escaleracielo.pdf (pág. 76-106)
La conclusión que podemos sacar de todo este rollo es que los antiguos faraones egipcios viajaban hasta un área de lanzamiento al este de Egipto, entraban en un complejo subterráneo, lleno de túneles y cámaras; pasaban por una fábrica atómica y una cámara de radiación de la instalación; se ponían ropa y equipamiento de astronauta; entraba en una cabina de ascensor y cuando se abrían las Puertas Dobles del Duat, los motores de la nave Halcón entraban en ignición y el Ascensor se transformaba en una escalera Divina, por la cual el faraón alcanzaría la Morada de los Dioses en su "Planeta de Millones de Años".
Aunque os parezca increíble, si leéis la descripción que los “Textos de las Pirámides” y “El libro de los muertos” hacen del viaje postmortem del faraón desde esta perspectiva Sitchiniana si parece encajar todo. Y claro, si ponemos todo este lio en relación con las teorías elaboradas por Sitchin en su obra anterior, “El 12º planeta”….
Ahora, nuestro autor, pasa a buscar por el antiguo arte egipcio pruebas que avalen su idea de que en aquella época los dioses (en realidad Anunnakis) eran capaces de volar en sofisticados aparatos, que eran inalcanzables e incomprensibles para los humanos, pero que si fueron representados artísticamente.
Uno de los ejemplos que aporta, realmente sorprendente, es una pintura descubierta en la tumba de Amenhotep-Huy, Virrey de Cush y gobernador de las Tierras del Sur (Nubia), durante el reinado del famoso Tutankamon (aquí tenéis algo de info de esta tumba: http://www.egiptologia.org/tumbas/nobles/tt040/). La susodicha tumba estaba decorada con escenas de personas, lugares y objetos de las dos regiones que Huy gobernaba, pero, aparte de esto, muestra lo que es, sin duda alguna para Sitchin, UN COHETE ESPACIAL (como podéis comprobar en la foto).
Parte del “cohete”, está en un silo subterráneo y la parte superior, con el módulo de comando, queda al nivel del suelo. El cuerpo está sub-dividido como un cohete de varias etapas. En su parte inferior, dos personas cuidan de mangueras y palancas; hay una hilera de mostradores que circulan por encima de ellas. El corte transversal del silo muestra que está cubierto por cavidades tubulares para escape de gases u otra función cualquiera relacionada con energía. Al nivel del suelo, la base de la parte superior está claramente pintada como quemada, posiblemente como resultado de una reentrada en la atmósfera terrestre (sic). El módulo de comando es bastante grande para abrigar tres o cuatro personas – tiene forma cónica y "orificios de inspección" verticales en torno a su parte inferior.
Otro ejemplo: En la ciudad de An (Heliópolis), el más antiguo centro de veneración de Egipto, el dios Ptah construyó, una estructura especial - una especie de Instituto Smithsoniano -, dentro del cual ¡una cápsula espacial “de verdad” podía ser vista y reverenciada por el pueblo! Ese objeto secreto, el “Ben-Ben”, estaba guardado en el Het-Benben, el "templo del Ben-Ben". Sabemos, por la escritura en jeroglíficos en el lugar, que esa estructura parecía una enorme torre de lanzamiento dentro de la cual un cohete se mantenía apuntado para arriba, hacia el cielo.
Según los antiguos egipcios, el Ben-Ben era un objeto sólido que había venido del Disco Celestial. Una inscripción de la estela del faraón Pi-Ankhi (por Brugsch, Dictionnaire Géographique de I'Ancienne Égypte) decía: “El rey Pi-Ankhi subió la escalera hasta la gran ventana para poder ver al dios Ra dentro del Ben-Ben. El propio rey, en pie y solo, empujó el cerrojo y abrió las dos hojas de la puerta. Entonces él vio a su padre Ra en el espléndido santuario del Het-Benben. Él vio el Maad, la Barcaza de Ra; y vio Sektet, la Barcaza del Aten.”
Los devotos egipcios hacían viajes a Heliópolis para reverenciar y orar al Ben-Ben, probablemente con un fervor religioso semejante al de los fieles musulmanes que hacen peregrinaciones a la Meca, donde van a rezar en la Kaaba (una piedra negra que, se cree, es una réplica de la "Cámara Celestial" de Dios…)
Además, en el santuario de Heliópolis había una fuente o pozo cuyas aguas eran famosas por sus poderes curativos, especialmente en cuestiones de virilidad y fertilidad, aunque también era buena para el rejuvenecimiento, lo que, por su parte, dio origen a la leyenda del pájaro Ben, llamado Fénix por los griegos que visitaban Egipto. Según esas leyendas, el Fénix era un águila con plumaje rojo y dorado y, cada quinientos años, cuando estaba por morir, iba a Heliópolis y de una manera sorprendente renacía de las cenizas de sí misma (o de su padre).
Las historias egipcias cuentan que el santuario fue destruido varias veces por enemigos invasores.
Nada queda de él actualmente.
Y por supuesto, el Ben-Ben también desapareció.
Sin embargo, quedan las representaciones que se hicieron de él: monumentos con forma de cámara cónica, dentro de la cual se podía ver un dios, como, por ejemplo, este que tenéis abajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario