EL CAMINO HACIA NOSOTROS. LA EDAD DEL HIELO, PARTE 1. EL AÑO SIN VERANO



ByOskarele

“¿Descendemos de los monos? Esperemos, querido mío, que no sea verdad, pero, si lo es, recemos para que no llegue a saberlo todo el mundo” (Comentario atribuido a la esposa del obispo de Worcester, claro enemigo y némesis de Darwin, después de que le explicasen la teoría de la evolución humana)

En 1815, en la bella isla indonesia de Sumbawa, una hermosa montaña llamada Tambora, inactiva durante mucho tiempo, petó espectacularmente, llevándose por delante la vida de más de 100.000 personas entre la explosión y los consecuentes tsunamis y hambrunas.

Nadie que esté vivo ha presenciado una furia similar.

Fue la mayor explosión volcánica de los últimos 10.000 años, equivalente a unas 60.000 bombas atómicas como las de Hiroshima.

La nube de cenizas emitidas por la explosión se expandió a más de 600 km de distancia del epicentro y la nube generada en 24 horas -según se cree- bastó para que cubriera el Sol por 2 días completos.

La lluvia de cenizas cubrió la zonas cercanas del volcán en un área de 500.000 km² con un espesor de 3 metros de cenizas.

El ruido de la explosión se escuchó a más de 4.800 km de distancia del volcán.

Según estimaciones el volumen de los piroclastos fue de 150 a 175 km³ y, en el océano, se formaron verdaderas islas de lava, ceniza, material piroclástico, piedra pómez y se precipitaron fragmentos del cráter, lo que afectaría gravemente a la navegación durante los años siguientes.

La erupción afectó gravemente al clima del mundo, registrándose descensos de temperatura, intensas tormentas de nieve en lugares cercanos al ecuador y lluvias torrenciales en los polos. En el ambiente, los primeros registros se dieron en Europa, principalmente en Londres, donde las puestas y salidas del sol se observaban muy anaranjadas, llevando las tonalidades naranjas, rojas, púrpuras e incluso rosas.

Así, con la erupción de Tambora, tuvo lugar un año más tarde, en 1816, un año sin verano —“The year without summer”—. En efecto, este verano boreal fue frío y lluvioso en los Estados Unidos y en Europa, con consecuencias desastrosas para las cosechas. En Irlanda una hambruna y una epidemia de tifus relacionada se llevó por delante otras 65.000 vidas. En Nueva Inglaterra el año pasó a llamarse Mil Ochocientos Hielo y Muerte.

Los altos niveles de ceniza en la atmósfera produjeron espectaculares ocasos durante este período, rasgo que se plasmó en las pinturas de J. M. W. Turner, como esta que ilustra el articulillo, llamada “Chichester Canal”, de 1828 (Un fenómeno similar se observó después en 1883 tras la erupción del Krakatoa.)

Básicamente fue un año horrible, eso, teniendo en cuenta que la temperatura a escala mundial solo descendió un grado centígrado.

Pero es que el siglo XIX ya era considerado un periodo frio: Europa y Norteamérica llevaban doscientos años experimentando lo que ha llegado a conocerse como la Pequeña Edad del Hielo. Pero aun así esto no tenía nada que ver con épocas mucho mas frías que habían existido en la antigüedad… claro que en aquella época los científicos aun no sabían que la Tierra no siempre había sido un lugar más o menos templado.

Sabían, eso sí, que había algo extraño en el pasado.

El paisaje europeo estaba plagado de anomalías inexplicables, como huesos de reno ártico en el sur de Francia o rocas inmensas plantadas en lugares imposibles. Se propusieron algunas soluciones, unas más imaginativas que otras, como la propuesta por un naturalista francés llamado De Luc, que, para explicar que hubiese rocas de granito en lo alto de las laderas de caliza, propuso que tal vez habían sido lanzadas por el aire comprimido de las cavernas, como los corchos de las pistolas de juguete…

James Hutton, el padre de la geología en el siglo XVIII, rechazó de plano la idea de que las inundaciones pudiesen explicar la presencia de esas rocas erráticas en lo alto de las montañas y fue uno de los primeros en proponer una glaciación generalizada, aunque, por desgracia, no le hicieron ni puto caso.

De haberse dado una vueltecica por Suiza se habría dado cuenta inmediatamente de lo que significaban aquellos valles esculpidos, las pulidas estriaciones y las reveladoras líneas de la orilla donde se habían depositado las rocas y los sedimentos que indicaban el paso de gigantescas moles de hielo.

Los glaciares...

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