EL LIBRO DE HENOC. PARTE 4/4. HISTORIA E INFLUENCIA. RELACIÓN CON EL FENOMENO OVNI
Perpetrado por Oskarele
En los últimos años El Libro de Henoc ha sido relacionado, no en vano, con el fenómeno OVNI y la cuestión sobre las visitas de extraterrestres en un pasado remoto. Autores como Zecharia Sitchin, con sus geniales “Crónicas de la Tierra”, en las que propone que lo que llamamos Dioses son en realidad extraterrestres venidos del planeta Nibiru (a Sitchin le estamos dedicando una sección entera en PLQHQ), o Erich Von Däniken, con sus conocidos libros sobre antiguos visitantes de otros planetas que han dejado su impronta en muchos pueblo de la Tierra, han analizado los extraños viajes de Henoc, llevado por los “Ángeles del cielo”, y los misteriosos sitios a los que fue, llegando a la conclusión de que en realidad esos “ángeles” (“Vigilantes” en el original) eran seres de otros planetas, y que el mismo Dios (Él en el Libro de Henoc) era el líder de aquellos seres “from outer space”.
El caso es que, visto desde esta perspectiva, algunas cosas parecen encajar estupendamente. Y lo mismo sucede con otros relatos bíblicos. Vamos a ver un poquito de este tema:
Como ya hemos dicho en alguna ocasión, en el antiguo testamento existen diferentes referencias a mortales (humanos) que han ascendido a los cielos, como Elías, del que se afirma que fue raptado al cielo por "un carro de fuego con caballos de fuego" o el misterioso rey de Tiro, cuyo nombre no se menciona, pero que, como era perfecto y sabio, fue invitado a vivir con los dioses: “Tú eras el dechado de perfección, lleno de sabiduría y de esplendida belleza. En Edén, jardín de Dios, vivías. Innumerables piedras preciosas adornaban tu manto (…) Eras un querubín ungido, protegido, y yo te había puesto en el monte santo de Dios, caminando entre las piedras de fuego” (Ezequiel, 28.12). Pero allí se ve que se volvió engreído, haciendo un uso indebido de su sabiduría.
En la tradición mesopotámica, de la que bebe el antiguo testamento tenemos muchas referencias a este tipo de ascensos humanos al cielo. Cabe destacar el de Etana, soberano de Kis, “el que ascendió al cielo”, en busca de una planta del nacimiento con la que podía tener un hijo varón (sic). Le clamó a UTU, su dios, para que le consiguiese un Shem. No se lo concede. Pero le dice que un águila le llevará. La narración es asombrosa:
“¡Mira amigo lo que parece la tierra! Mira al mar, a los lados de la Casa Montaña (¿¿Pirámide??), la tierra se ha convertido en una simple colina, el ancho mar es como una bañera (…) La tierra se ha convertido en un surco, el ancho mar es como un cesto de pan” y más tarde “cuando mire a mi alrededor, la Tierra había desaparecido y mis ojos ya no podían recrearse en el ancho mar”
Pues bien, el primero que subió al cielo, según la Biblia, llevado por los “ángeles” fue Henoc, aquel patriarca antediluviano que se hizo colega de Dios y que “caminaba con el señor”. Dios se llevo a Henoc al cielo para escapar de la muerte en la Tierra, dice la tradición.
Antiguas leyendas judías hablan de un que un “caballo de fuego” vino a recogerlo cuando el patriarca predicaba la virtud entre su pueblo y que el pueblo no le dejó partir. Y tras siete días de persecución, “un coche de fuego estirado por ángeles y caballos flamantes” descendió y se llevó a Henoc.
El citado Von Däniken, educado en un férreo catolicismo, comenzó a plantearse gracias al Libro de Henoc, según él mismo argumenta, que aquellos dioses luminosos, brillantes, aquellos mensajeros de los cielos que hablaron con Jacob, Henoc, Elías o Abraham, “figuras como nosotros, que no comen ni beben y que vuelan”, eran en realidad extraterrestres. Así, el libro que nos trata, según él, bíblico, aunque apócrifo, muestra “una relación completa de los nombres de una expedición de extraterrestres, descritos como ángeles: Gekun, el líder; Gadreel, que enseñó la forma de hacer armas a los humanos...”.
Desde esta perspectiva, el siguiente capítulo de esta obra suena realmente perturbador: “y los vientos, en la visión, me hicieron volar (y me hicieron apresurar); me llevaron a lo alto (y me hicieron entrar en los cielos). Entres hasta que hube llegado cerca de un muro construido por piedras de granizo; lenguas de fuego lo rodeaban y ellas comenzaron a asustarme. Entré en las lenguas de fuego y me acerqué a una gran casa, construida por piedras de granizo; los muros de esta casa eran como un mosaico de piedra de granizo y su suelo era de granizo. Su techo era como el camino de las estrellas y como rayos; en medio había querubines de fuego y su cielo era de agua. Un fuego ardiente rodeaba los muros, y su puerta llameaba con el fuego” (1Henoc, cap. 14)
Para Däniken este pasaje, según dice en su obra “El mensaje de los dioses”, “deja muy pocas dudas sobre el hecho de que Enoc fuera transportado desde la tierra en un vehículo de enlace hasta la nave nodriza, que permanecía en órbita alrededor de nuestro planeta: El brillo de la envoltura metálica de la nave espacial hizo que el profeta le pareciera "construida como de piedra cristalina". A través de un techo de vidrio de seguridad, refractario al calor, podía ver las estrellas y meteoritos, así como también contemplar los fogonazos que despedían las boquillas de los reactores de otras astronaves más pequeñas ("Su techo era como la trayectoria de de los astros y de los rayos, con centelleantes querubines atravesándolo") ..."
Nuestro querido Sitchin opina algo parecido.
Para él también queda claro que Henoc fue llevado a los cielos por unos seres con el “rostro brillante como el sol, los ojos eran como candelas y fuego salía de sus labios”… “Subiendo más, vi el aire y, más alto aún, el espacio celeste. Inicialmente ellos me pusieron en el Primer Cielo y me mostraron un mar inmenso mayor que el terrestre”. Ascendiendo al cielo en "nubes que se movían", Enoc fue transportado al Primer Cielo, donde "doscientos ángeles gobiernan las estrellas", y enseguida para el sombrío Segundo Cielo. De ahí él fue para el Tercero, donde le mostraron “Un jardín agradable a la vista, bellos y perfumados árboles y frutos. En medio de él queda un Árbol de la Vida - en el lugar donde Dios reposa cuando viene al paraíso.”
Subiendo para el Cuarto Cielo, Henoc pudo ver las luminarias y varias criaturas formidables, además de la Hueste del Señor. En el Quinto Cielo, más "huestes"; en el Sexto, "bandos de ángeles que estudian la revolución de las estrellas". Alcanzando el Séptimo Cielo, donde los mayores ángeles andaban apresuradamente de un lado para el otro, Henoc vio a Dios - "de lejos" - sentado en su trono.
Aquel primer viaje, según Sitchin, duró 70 días. Tras esto regresó a la Tierra, donde debía enseñar a sus hijos lo que había visto y lo que le habían enseñado. Y de nuevo, un mes más tarde, fue de nuevo llevado al cielo por los anunnaki, esta vez para siempre.
Y efectivamente, leyendo el libro desde esta perspectiva, encontramos cosas curiosísimas: cuando fue de nuevo llevado hacia lo alto, Henoc pudo ver toda la Tierra: "las desembocaduras de todos los ríos de la Tierra... todos los marcos de frontera de la Tierra... y los vientos cargando las nubes". Subiendo más “Vi los vientos del cielo que giran y traen la circunferencia del Sol y de todas las Estrellas”. Siguiendo "los caminos de los ángeles", Henoc llegó a un punto del "firmamento del cielo arriba", desde el cual pudo ver "el fin de la Tierra".
Desde aquel lugar consiguió avistar la expansión de los cielos y "siete estrellas como grandes montañas centelleantes", "siete montañas de magníficas piedras". Cuando pidió una explicación al ángel que lo transportaba, oyó: "Allá los cielos fueron completados... es el fin del cielo y de la Tierra, una prisión para las estrellas y huestes del cielo".
Continuando el relato sobre su viaje a los cielos, Henoc dice: "Proseguí hasta donde las cosas eran caóticas y allá vi algo terrible". Lo que lo impresionó fueron "estrellas del cielo amarradas unas a las otras". El ángel explicó: "Son las estrellas del cielo que transgredieron el mandamiento del Señor y están presas aquí hasta que pasen 10 mil años”.
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