TRAINSPOTTING, Danny Boyle, 1996


ByOskarele
“Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor jodidamente grande. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige buena salud, colesterol bajo y seguro dental. Elige hipoteca a interés fijo. Elige un piso franco. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver tele-concursos que emboban la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida...
¿Pero por qué iba yo a querer hacer algo así?
Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”

Este el monologo demoledor con el que comienza esta obra maestra dirigida por el genial Danny Boyle, director británico responsable de algunas de las mejores películas de los últimos años, como, por ejemplo, 28 días después (2002, Millones (2004), Sunshine (2007) o la sensacional Slumdog Millonaire (2008) que le catapultó definitivamente a la fama.

Puesta en su contexto, 1996, la película fue revolucionaria tanto por la forma, por su montaje agresivo, atemporal, dinámico, por la música, omnipresente compañera de viaje de nuestros protagonistas, como por el fondo, la terrible tragedia de la adicción a la heroína, consecuencia lógica de una sociedad desquiciada, consumista, hedonista y adicta.

Claro que el “fondo” no es merito suyo, sino de Irvine Welsh, que publicó la novela en la que se basa la película en 1993, convirtiéndose rápidamente en un fenómeno literario internacional. Por eso gran parte del merito de la obra se lo merece el autor de la novela que tuvo una continuación en 2002, con la novela Porno.

Básicamente todo gira en torno a la Heroína, es el leitmotiv de la película. Esta terrible sustancia que tanta gente ha dejado y sigue dejando en la cuneta. En esta obra se trata de un modo ambiguo, aunque se exponen clara y contundentemente las consecuencias sociales y personales de la adicción: el enorme deterioro físico y mental de los adictos, el daño brutal e irreparable que se ejerce sobre la familia y seres queridos, la marginación y la soledad a la que lleva el consumo prolongado (provocado por el propio efecto de la sustancia, que hace que todo gire en torno ella, siendo la única preocupación comprar y meterse, siendo habitual además que pasen la mayor parte del tiempo consumiendo en los mismo lugares donde pillan, como muestra excelentemente la película), la delincuencia (a la que ven abocados para poder comprar las caras dosis), enfermedades relacionadas con el consumo (SIDA, hepatitis…). Vamos, un panorama desolador y terriblemente destructivo.

Pero el mensaje de la película parece ser otro: asumiendo que es cierto todo lo dicho sobre el caballo, justifica la adicción por la enorme sensación placentera que produce (“coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil, y ni siquiera andarás cerca”), llegando a decir Renton que si lo hacen no es porque sean gilipollas, sino porque les gusta. Pero además también argumenta Renton que la “sociedad normal” tampoco es más sana ni sensata que su opción (porque considera auto engañándose que puede elegir), así argumenta:  
“Cuando estás enganchado tienes una única preocupación, pillar, y cuando te desenganchas de pronto tienes que preocuparte de un montón de otras mierdas. No tengo dinero, no puedo ponerme pedo. Tengo dinero, bebo demasiado. No consigo una piba, no echo un polvo. Tengo una piba, demasiado agobio. Tienes que preocuparte de las facturas, de la comida, de algún puto equipo de fútbol que nunca gana. De las relaciones personales, y de todas las cosas que en realidad no importan cuando estás auténtica y sinceramente enganchado al caballo.”
Esta es la nihilista y equivocada opción vital que pretende justificar Renton. Equivocada porque la dice desde la perspectiva desquiciada de un consumidor. Su criterio no es válido para enjuiciar su conducta. Está claro que la vida es difícil, problemática, dura, y que a veces es totalmente desesperante, pero desde luego la heroína, aunque ayude a olvidar la desdichada existencia, no es el mejor remedio. Es el camino fácil: el camino de la entrega y del derrotismo, pero además desde una perspectiva “cobarde”, si se puede calificar así, ya que en vez de optar por el suicidio “inmediato”, salida definitiva, impactante y radical de la angustia vital, optan por un suicidio lento y “placentero”, según su desvirtuada concepción del placer.

Pero ni la heroína ni ninguna de las drogas de abuso, como la cocaína, el alcohol o los tranquilizantes legales. Porque ese es otro de los argumentos relativistas de Renton: que la sociedad “normal” también es adicta a miles de sustancias: “La seguridad social se convertía en nuestro principal proveedor a veces (…) Tomábamos morfina, diamorfina, ciclocina, codeína, temazepán, nitrazepan, fenobarbital, amital sódico, dextropropoxifeno, metadona, analbufina, pecinina, pentazocina, buprenorfina, dextromoramida, clorometiazol... las calles rebosan drogas que puedes tomar para combatir la infelicidad... y nosotros las tomábamos todas. ¡Joder, nos habríamos inyectado vitamina C si hubiera sido ilegal!”



Y no deja de tener razón en que la gente “normal” también consume, muchas veces con desmesura, sustancias igual de adictivas que la heroína o más, y no me refiero al alcohol o a otras drogas ilegales, sino a los químicos, tan de moda hoy en día, indicados para tratamientos de depresión, ansiedad o falta de sueño. Hoy en día hay millones, si millones, de personas adictas (en un mayor o menor grado) a las drogas legales que les recetan, no siempre psicólogos o psiquiatras, sino los propios médicos de cabecera.

Pero lo cortés no quita lo valiente: el que vivamos en una sociedad “adicta”, ya sea a las drogas legales y promocionadas o a las ilegales, prohibidas, aunque también promocionadas, no justifica la caída nihilista en la heroína. El que lo hagas tu no me justifica a mí para hacerlo. Y tampoco es excusa que la vida es una mierda, con perdón. La vida es una mierda cuando estas cubierto de mierda, como simboliza perfectamente la escena en la que Renton se introduce en las profundidades oníricas del váter más sucio de Escocia en busca de dos supositorios de opio. Y está claro que hay vidas que son auténticamente una mierda, y personas a las que es difícil insuflar animo y esperanza, pero desde luego la droga no va ayudar, en todo caso lo que hará será empeorar la situación.

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