SURGE LA VIDA. PARTE 1: PROTEINAS, AMINOACIDOS Y OTROS PEQUEÑOS AMIGOS

ByOskarele

En 1953, un estudiante recién graduado de la Universidad de Chicago, Stanley Miller, cogió dos matraces (una que contenía un poco de agua para representar el océano primigenio, el otro con una mezcla de metano, amoniaco y sulfuro de hidrogeno en estado gaseoso, que representaba la joven atmosfera de la tierra), las conecto e introdujo unas chispas eléctricas, cual moderno doctor Frankenstein.

A los pocos días el agua de las matrices se había puesto verde y amarilla y se había convertido en un delicioso caldo de aminoácidos, ácidos grasos, azucares y otros compuestos orgánicos. “Si dios no lo hizo de este modo, desperdicio una buena opción” dijo Miller. La prensa de la época hizo que pareciese que le faltaba un meneo a esa sopa primigenia para que saliese arrastrándose de ella la vida… pero el tiempo ha demostrado que no era tan sencillo. Hoy en día estamos igual de cerca de sintetizar la vida que en 1953…

Además los científicos actuales consideran que la atmosfera primitiva no estaba tan preparada para el desarrollo como el estado gaseoso de Miller, que era en realidad una mezcla mucho menos reactiva de nitrógeno y dióxido de carbono. La reproducción de este experimento con estos cambios ha dado mucho menos éxitos: solo un aminoácido. De todos modos, crear aminoácidos no es demasiado chungo. Lo difícil es crear proteínas.

Las proteínas son lo que obtienes cuando logras unir aminoácidos. Nosotros necesitamos muchísimas. Puede haber en realidad hasta un millón de tipos de proteínas en el cuerpo humano, y cada una de ellas es un pequeño milagro, ya que, según las leyes de la probabilidad no deberían existir: para hacer una necesitas agrupar aminoácidos (los ladrillos de la vida) en un orden determinado, de forma parecida a como forman las letras las palabras. El problema es que las palabras del diccionario de aminoácidos sueles ser extraordinariamente largas. Para escribir “Colágeno”, un tipo frecuente de proteína, hacen falta 1.055 aminoácidos colocados en la secuencia correcta.

Pero, milagrosamente, o no, se hace solo, espontáneamente, sin dirección. Las posibilidades de que una molécula con una secuencia de 1.055 aminoácidos se autoorganice de una forma espontanea son claramente nulas.  Pero pasa, y no sabemos porque ni como. Las proteínas son, en suma, entidades enormemente complejas. La hemoglobina solo tiene 146 aminoácidos, pero incluso ella presenta 10 elevado a 190 combinaciones posibles de aminos.

El astrónomo Fred Hoyle propuso un pintoresco símil: que ciertos acontecimientos aleatorios produjesen incluso una sola proteína resultaría algo de asombrosa improbabilidad, comparable al hecho de que un torbellino pasase por un deposito de chatarra y dejase tras de sí un reactor Jumbo completamente montado.

Y no hablamos de una proteína, sino de cientos de miles, únicas cada una de ellas y vitales para el mantenimiento de un TU solido y feliz.

Además, para que una proteína sea útil no solo debe agrupar aminoácidos en el orden correcto, sino que debe entregarse a una especie de papiroflexia química y plegarse de una forma específica. Pero es que luego, para colmo, no te servirá de nada si no puede reproducirse, y las proteínas no pueden hacerlo.

Por eso necesitas ADN...

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