OCEANOGRAFIA, UNA CIENCIA NUEVA

ByOskarele

Por todo esto, teniendo en cuenta la importancia enorme del agua y de los mares para nuestra existencia, sorprende lo mucho que tardamos en interesarnos científicamente por ellos. Hasta el siglo XIX lo que sabíamos del mar se basaba en lo que las olas y las mareas traían a las orillas, o lo que traían los esforzados pescadores. Y lo que había escrito eran conjeturas y estimaciones, muchas bastante arriesgadas. En la década de 1830, un naturalista ingles llamado Edward Forbes investigo los lechos marinos en el atlántico y el mediterráneo, proclamando orgulloso que en los mares no había vida por debajo de los 600 metros (partía de que a esa profundidad no hay luz, por lo que tampoco hay vida vegetal).

Pero en 1870 se refloto uno de los primeros cables telegráficos trasatlánticos para hacer reparaciones, izándolo desde una profundidad de más de tres kilometros. Ante la sorpresa de todos, estaba cubierto de una densa costra de corales, almejas y demás detritos vivientes.

Dos años más tarde, en 1872, se produjo la primera investigación seria sobre los mares, realizada en un antiguo barco llamado Challenger, organizada por el Museo Británico, La Real Sociedad y el Gobierno Ingles. Navegaron durante tres años y medio recogiendo muestras, pescando y dragando sedimentos. Recogieron más de 4.700 especies nuevas de organismos marinos, recopilaron información para 50 volúmenes y se dio al mundo una nueva disciplina: la oceanografía.

Curiosamente en la expedición Challenger se descubrió que había montañas sumergidas en el centro del atlántico, lo que impulso a algunos, emocionados, investigadores a plantear la posibilidad de que se tratase de la Atlántida.

La exploración moderna de las profundidades marinas se inicia con dos señores llamados Charles William Beebe y Otis Barton en 1930. Eran socios igualitarios, aunque Beebe fue el que se llevo los honores públicos, sobre todo porque era más pintoresco: durante décadas recorrió Asia y Sudamérica con una serie de atractivas estudiantes cuya tarea describe imaginativamente como “asesoras en problemas pesqueros” o “historiadora técnica”. Subvencionaba sus viajes con libros de divulgación. En los años veinte formo equipo con Barton, y juntos diseñaron la primera batiesfera, una cámara pequeña, fuerte, con cabida para tres hombres bien junticos. La tecnología era bastante tosca, carecía de maniobrabilidad y tenía un sistema de respiración muy primitivo (básicamente un tubo).

Pero en junio de 1930, Barton y Beebe establecieron el record mundial descendiendo hasta los 183 metros. En 1934 habían elevado la marca a 900. Lo único que no produjeron sus inmersiones fue ciencia. Aunque se encontraron con muchas criaturas nunca vistas, debido a los límites de visibilidad  y a que ninguno de los dos había estudiado oceanografía, no fueron capaces de describir sus hallazgos. En 1948, Barton, en solitario, elevo el record hasta los 1.370 metros.

Un padre y un hijo suizos, Auguste y Jacques Piccard, proyectaron un nuevo tipo de sonda que llamaron Batiscafo. Maniobraba de forma independiente, aunque hiciese poco más que bajar y subir. En una de sus primeras inmersiones en 1954 llegaron a los 4.000 metros. Esto les permitió llegar a un acuerdo con la marina yanqui, reconstruyendo la embarcación, y en 1960, Jacques Piccard y un teniente de la marina descendieron hasta el fondo del cañón mas profundo del océano, la Fosa de las Marianas. Tardaron  cuatro horas en bajar los 10.918 metros y, aunque la presión a esa profundidad es de 1.196 kilos por centímetro, observaron sorprendidos al tocar fondo como se sobresaltaba un habitante de las profundidades, un pleuronectido. Es la única vez que los humanos han descendido a esa profundidad.

50 años después nos preguntamos por qué no ha vuelto nadie a hacerlo. Sobre todo porque los científicos se han centrado mas en el espacio que en los mares, pero también cuenta lo enormemente caro que saldría hacer esto hoy en día, y en aquella época era la marina la que invertía, sin apenas capital privado.

Hoy en día aun nos falta mucho que saber del comportamiento de los mares y de sus profundidades. En 1994 una tormenta destrozo la cubierta de una barco de carga coreano, dejando 34.000 pares de guantes de Hockey sobre hielo flotando en el pacifico. Gracias a eso los científicos pudieron estudiar las corrientes marina con más exactitud de lo que nunca habían hecho.

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