LA CAJA DE LETRAS distopias
“el blanco rumor de su rostro volviéndose”
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la caja de letras es un reducto,
un solar; uno de esos donde jugaba cuando era niño
uno de esos descampados heridos de hierba amarilla y ladrillos
de granito, a pedazos
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ÉL
Constituia un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cambiados. Con la punta del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latia en la cabeza y sus manos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías de fuego y de las llamas para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbolico en que aparecia grabado el numero 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendio el deflagrador y la casa quedo rodeaada por un fuego devorador que inflamo el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzo antre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, empujar a un malvadisco hacia la hoguera, en tanto que los libros semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y en el jardín de casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandescentes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía.
…
Luego, al irse a dormir, sentiría la fiera sonrisa retenida aún en al oscuridad por sus musculos faciales. Esa sonrisa nunca desaparecería, nunca había desaparecido hasta donde podía el recordar.
ELLA
Las hojas otoñales se arrastraban sobre le pavimento iluminado por el claro de luna. Y hacían que la muchacha pareciese estar andando sin desplazarse, dejando que el impulso del viento y de las hojas la empujara hacia delante. Su cabeza estaba medio inclinada para observar como sus zapatos removían las hojas arremolinadas. Su rostro era delgado y blanco como la leche, y reflejando una especie de suave ansiedad que resblaba por encima de todo con insaciable curiosidad. Era una mirada, casi, de palida sorpresa; los ojos oscuros estaban tan fijos en el mundo que ningún movimiento se les escapaba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. A Montag casi le pareció oir el movimiento de las manos de ella al andary, luego, el sonido infinitamente pequeño, el blanco rumor de su rostro volviéndose…
…
…
-Claro está -dijo- usted es la nueva vecina, ¿verdad?
-Y usted debe ser -ella aparto la mirada- el bombero.
Fahrenheit 451 - 1967 Ray Bradbury
Traducción Alfredo Crespo
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