D. W. GRIFFITH. EL PADRE DEL CINE. PARTE 5. LA DECADENCIA DEL GENIO
Perpetrado por Oskarele
De 1920 es también otra de sus obras maestras, la impresionante “Way Down East” (Las dos tormentas), de nuevo con los protagonistas de “Los lirios rotos”, Lillian Gish y Richard Barthelmess, en una historia igualmente melodramática acerca de una pobre mujer que, abandonada por su seductor amante y apunto de arrojarse al agua, es salvada en el último momento. En esta cinta Griffith emplea la naturaleza, desatada e incontrolable, para destacar la culminación emocional de la acción.
Esta cinta cuenta con una de las escenas más memorables de la historia del cine: la que muestra a la aspirante al suicidio arrastrada sobre un tempano de hielo hacia una cascada, y a su salvador, saltando de tempano en tempano para arrancarla de las manos de la muerte. Una escena realmente antológica en la que se unen suspense, habilidad técnica y unas interpretaciones memorables.
Tras la mediocre “Dream Street”, de 1921, llega otro clásico, aunque también otro fracaso para su director, “Orphans of the storm”, del mismo año, protagonizada por las hermanas Gish y ambientada en la Francia prerrevolucionaria. Cuenta la historia de Louise, una niña ciega nacida de la unión de una aristócrata y un plebeyo, abandonada a las puertas de Notre Dame, donde la recoge el padre de Henriette, que la criará como a su propia hija. Ante la ceguera que padece Louise, ambas hermanas viajan a París, con la esperanza de que un doctor pueda curarla. Allí las desgracias se suceden. Un aristócrata pervertido rapta a Henriette, mientras que una mezquina anciana quiere aprovecharse de Louise para recabar limosna. A todo esto la revolución estalla, y cobran protagonismo Danton y Robespierre. El primero es pintado como un humanista que busca el bien de Francia, el otro como un hombre resentido para el que el fin justifica los medios.
Tras estas su carrera parece perder el rumbo, haciendo otra tanda de productos reguleros, como “One exciting night”, de 1922, “Mammy’s Boy”, de 1923, con Al Johnson, “The White rose”, del mismo año, “América”, de 1924, un intento de volver al cine épico que le caracterizó, pero que se convierte en un nuevo y sonoro fracaso, o “Isn’t life wonderful”, también de 1924, para hacer en 1925 una de las pocas comedias de su filmografía, “Sally of the sawdust”, con W.C. Fields en el espléndido personaje del profesor Eustace McGargle.
Hace unas cuantas películas más antes de la eclosión del sonoro: “The royle girl”, de 1925; “The Sorrows of Satán”, de 1926, una libre transposición del Fausto de Goethe; “Topsy and Eva” de 1927; “Drums of love” o “The battle of the sexs”, ambas de 1928.
Sin duda su carrera está entrando en una barrena de la que ya nunca saldrá. Lo mismo le pasa al propio Griffith: se ha convertido en una persona amargada, cansada, cínica y seriamente alcohólica. Nace un nuevo Hollywood, el cine mudo se desvanece, y con ella figura de su padre artístico, uno de tantos que hizo posible el reinado interminable de la Meca del Cine.
La Warner logra que podamos escuchar las voces y oír cantar a Al Jolson en “El cantante de jazz” (The Jazz Singer, 1927).
El cine vuelve a transformarse. Griffith declara que las películas habladas desaparecerían, que nunca sería posible sincronizar la imagen con la voz, que la única voz del cine debería ser la música. "La verdadera gran película y el director que piensen más en su prestigio que en los dólares seguirán siendo mudos... Las primeras películas habladas van a adolecer de las mismas faltas de naturalidad, interpretación dudosa, momentos de inacción prolongada, etcétera, de las películas de hace veinte años, y producirán en el público una sensación de retroceso del cine como industria y como arte." (David W. Griffith, declaraciones a la revista Photoplay, a fines de 1928).
Aun así hace algunas películas sonoras, como “Lady of the pavements”, de 1929; “Abraham Lincoln”, de 1930 (una de sus últimas grandes películas) o “The Struggle”, de 1931, su última película.
El lenguaje inventado por Griffith ya no puede dar más de sí.
Se ha convertido en patrimonio de la cinematografía universal.
El cine aplasta a su padre artístico y lo manda al olvido.
René Clair, el genial director francés, lo describe, ya decadente, en una taberna del barrio chino de Londres, en 1935, donde le invitó una copa. Griffith se levantó súbitamente y dejó el lugar: "Se diría que paseaba entre la niebla en busca de su perdida juventud y su genio extinguido, tratando de encontrar en la noche del pasado aquella niña triste de “Los Lirios rotos”, aquella sombra que él hizo nacer y que ahora tenía más vida que él mismo..."
Griffith se va solo, en la oscuridad de la noche, sin ser despedido por una multitud a su alrededor y sin el sol brillando en el cielo.
La noche del 23 de julio de 1948, olvidado por todos, en un sucio cuarto del hotel Knickerbocker de Hollywood, muere David Wark Griffith, víctima de una hemorragia cerebral.
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