“¡Hijos, hijos, vosotros tenéis ciudad y casa en que viviréis siempre, lejos de vuestra madre, dejando a esta infeliz padecer infortunios! Yo, en cambio, desterrada saldré para otra tierra sin gozar de vosotros ni ver vuestras venturas ni procuraros bodas en que el lecho nupcial yo pudiera adornar o llevar las antorchas. ¡Ay, pobre desgraciada, qué presunción la mía! En vano yo os crié por lo visto, mis hijos, en vano soporté dolor desgarrador en los crueles trances de vuestros nacimientos. Mas muchas esperanzas abrigaba esta mísera de que mi ancianidad cuidarais y a mi muerte piadosa sepultura me dierais, envidiable suerte para un mortal; pero ahora ya esfumóse tan dulce pensamiento; de vosotros privada llevaré una existencia de pesar y amargura.
Y ya el rostro materno no verá vuestros ojos, porque será distinta la vida que tengáis. ¡Ay, ay! ¿Por qué volvéis la mirada hacia mí dedicándome esa última sonrisa, niños míos?
EURÍPIDES. Poeta y escritor griego. De su obra “Medea”
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