REGRESO AL FUTURO PASANDO POR EL PASADO

By Fulgencio S. García

Marty McFly corría con desesperación, con los ojos fuera de las órbitas metidos en el bolsillo del chaleco explorador, en dirección al estrafalario auto aparcado en la calle principal. Las puertas como alas de gaviota lo esperaban impacientes mientras la tormenta eléctrica se anunciaba con resplandores y oíamos con claridad los hachazos en la puerta de Jack Nicholson mientras el susurro REDRUM se colaba por nuestros cerebros. Pero eso era otro resplandor. Marty tenía que correr mucho más si quería impedir que el malvado Bef se casara con su propia madre para convertirse en su padre real en vez de su padre (puf, parece Iznogud que quiere ser califa en lugar del califa; por cierto, ¿os habéis dado cuenta que Iznogud es el afrancesamiento de "is no good"? ¿Alguien se acuerda de quién es Iznogud?) Doc, pero no el Doc de ahora, sino el de 1955 mezclado con el de setenta años antes, o quizá con él mismo puesto a secar con su propio hijo (paradójico, ya que era soltero), le gritaba por encima de los rayos y los truenos y los vendavales que corriera más. El aeropatín patinaba, el condesador de fluzos fluzeaba y los relés y bujías dejaban las cosas bien claras: se puede viajar en el tiempo en un DeLorean tuneado, un deportivo que se dejó de fabricar porque no aceleraba, las puertas no cerraban bien y entraba agua y el motor ardía de manera tan espontánea como actriz española cuajada de personalidad y algo que decir al mundo. Un cacharro así debe ser el acabóse para enfrentarse a las distorsiones físicas de los agujeros de gusano, los saltos temporales y una bronca de tu futura madresuegra. La escalofriante velocidad de ciento cuarenta kilómetros por hora, esa terrible punta que ningún utilitario actual se atreve a desafiar, estaba en la mente de McFly (alias el mosqueado) como estaca de madera en corazón vampírico, clavada con mala leche. Tendría que acelerar y chillar rueda para volver al futuro, al pasado inmediato o a donde leches quisera Robert Zemeckis llevarlo. Ya está en la puerta del coche, ya se ha sentado. Su sangre palpita como una patata en la freidora. Arranca el motor, fija reóstatos y lamparitas y entonces lo ve. Ese resplandor azul de nuevo, en medio de su camino. "¡Aparta!", le grita con desesperación. "¡He de volver al pasado para solucionar el presente y no comprometer el futuro!", chilla como un vulgar político demócrata poco convencido. Un hombre desnudo, en el centro de la inmensa bola azul, le mira con frialdad. Se incorpora y, como un madelman de dos metros - esto es, sin entrepierna - le dirige una frase que marcará los próximos años de viajes temporales: "Sayonara, baby". Marty McFly fue mañana historia, probablemente.

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