LAS BRUJAS DE EASTWICK (George Miller, 1987, USA)


By Fulgencio S. García

Han pasado veintitrés años (que no son muchos) desde que Jack Nicholson cogiera a Michelle Pfeiffer, a Susan Sarandon y a Cher, las vistiera de cueros escotados y apretados y jugueteara libidinosamente con ellas en una cama con dosel. Esa escena de la película de referencia nos hizo a más de un adolescente pasar horas entretenidísimas en el baño, elucubrando en cómo sería una noche de pasión irrefrenable y descontralada con esas tres diosas, brujas o demonias del sexo: ¿Ardiente, desinhibido, loco, sudoroso, cansado, bisexual, homosexual, heterosexual? Todo cabría en las horas que ellas quisieran regalar al pobre diablo que se atreviera a meterse en esa cama demoníaca. Hoy una película así es impensable, sobre todo por la manía absurda de cogérnosla con papel de fumar a todas horas, de no llamar a las cosas por su nombre y de disfrutar más de la vida hablando que haciendo. Pero basta ya. Imagino, por un momento no breve, a tres ángeles - o demonias, qué sé yo, pobre mortal - más pícaras y menos inhibidas todavía que aquellas tres brujas que poblaron mis sueños de juventud, y creo revivir pasiones ancestrales. Hablamos de ellas tres juntas, con la ropa justa (mejor que desnudas, más vale insinuar y enseñar poco, para dejar para el final), mordisquéandose los lóbulos de las orejas, besándose con timidez en el cuello, juntando sus manos en sus cuerpos por delante, por detrás, bailando al son de una música suave e imperceptible frente a mí, vestido - como ellas- para la ocasión con lo mínimo. El cuero ha de brillar y ha de ser protagonista. Y los juguetes. Y la luz indirecta, y debe haber velas... todo ha de ser perfecto: sus movimientos entre ellas y hacia mí, entre mi cuerpo y los suyos, quiero saborear su lascivia mal contenida y su lujuria libidinosa. Haced conmigo lo que queráis, nenas. Cabalguemos en la pasión, con la pasión. Disfrutemos de las humedades de los cuerpos, de todas, sin prejuicios y sin límites. Regocijémonos en los roces malintencionados de las manos puestas donde no deben penetrar jamás, de bocas, labios, lenguas y otras partes más divertidas juntas y bien revueltas. De la dureza de nuestros deseos a flor de piel, de la sensualidad de vuestra imaginación rozando nuestras intimidades. Sintamos las texturas diferentes de cada piel, de cada poro, de todo el vello erizado por los susurros de vuestras voces profundas y cadenciosas, ecos de toda la historia del sexo femenino. Fundámonos en la mayor experiencia mística que existe, en un orgasmo múltiple y compartido, en un éxtasis único que surge desde el bajo vientre y se expande por todas nuestras fibras.

Recuerdo que la película termina con la expulsión del diablo Nicholson del mundo terrenal. Lo mandan de vuelta a sus infiernos por el escándalo continuo en el que vive inmerso y por arrastrar a las mujeres a un universo de depravación sensual y sexual. Y ellas vuelven a ser puras y recatadas para paliar al escándalo que provocan en su pueblerino entorno del medio oeste americano. Pero yo prefiero, si se me permite, dejar este final abierto en la fantasía, no decir qué o quiénes son o deberían ser mis brujas, que piensen las demás, que es mucho más gozoso.

Y si no se me permite, también.

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