SÓCRATES. EL FILÓSOFO. PARTE 2: EL PUEBLO DE ATENAS VS. SOCRATES
ByOskarele
Melitos coge el micro y dice “Melitos, hijo de Melitos, del demo de Pithhos, acusa a Sócrates, hijo de Sofronicos, del demo alopecense, bajo juramento, de las siguientes cosas: Sócrates es culpable: primero, de NO HONRAR A LOS DIOSES que honra la ciudad, por introducir nuevas y extrañas prácticas religiosas; y, segundo, de CORROMPER además A LOS JOVENES. El acusador pide la pena de muerte”
Os cuento el final: Sócrates, finalmente murió por culpa de este tal Melitos. Y por culpa del pueblo de Atenas. Y en última instancia, por su culpa. El genio, cuando contaba 70 añicos, aceptó serena y orgullosamente su destino, se bebió la cicuta, y se fue.
Sócrates, al igual que, por decir alguien, Jesucristo, tenía que morir como murió para convertirse en quien es. Para convertirse en el arquetipo del filosofo que prefiere morir antes que renegar de sus principios e ideas. Lo podía haber evitado, y no lo hizo.
Vamos a ver qué pasó:
Lo que sabemos de este proceso contra Sócrates se lo debemos, principalmente, a dos fuentes: la “Apología de Sócrates al jurado” de Jenofonte y la “Apología de Sócrates” de Platón, ambos colegas y discípulos del juzgado. En ambas obras se muestra como se defendió Sócrates del tribunal y del pueblo que le juzgaba. De ellas podemos deducir que pasó realmente.
Se juzgó y condeno al maestro, pero se le condenó porque se creyó ver en él a una figura representativa de la sofistica, movimiento filosófico sobre el que hemos hablado un par de capítulos atrás. Estos sofistas, con sus ideas relativistas y desintegradoras habían estado relacionados con las políticas (la dictadura de los Treinta) que habían contribuido a hundir a Atenas. Los sofistas eran acusados precisamente de lo que fue acusado Sócrates, de dudar de los dioses, de cuestionar la autoridad paterna y de relativizar los más simples principios de la sociedad. Además, dos políticos, Alcibiades y Critias, habían sido colegas y discípulos de Sócrates, y ambos estaban denostados en aquel momento.
La multitud, que al fin y al cabo es la que decidía el veredicto, no supo distinguir la sutil diferencia entre Sócrates y los sofistas. Para la masa su actividad era similar. Pero a pesar de esto, era difícil que obtuviera la culpabilidad y casi imposible la pena de muerte. Para salvar ambas cosas, Sócrates tenía que humillarse.
Y no lo hizo.
Hay que entender una cosa IMPORTANTÍSIMA para comprender lo que pasó: el maldito sistema judicial griego. En aquel entonces la cosa funcionaba, grosso modo, así: primero se hacia una votación en el tribunal popular (formado por 501 personas) en el que se decidía si era culpable o inocente.
Sócrates fue declarado culpable por 281 a 220.
Después la acusación proponía una condena y la defensa otra. Y de nuevo se votaba cual de las dos condenas era la definitiva.
Aquí fue donde la lio Sócrates:
El Melitos ese que le acusaba pidió la pena de muerte. Casi nadie apostaba porque esta iba a ser la condena elegida. Una contrapropuesta congruente (como el destierro o el pago de una fianza, o un poco de talego) hubiese sido aceptada. Sócrates, simplemente, tenía que admitir su culpabilidad y proponer una pena para sí mismo.
Y esto no sucedió: Sócrates, orgullosa y coherentemente, no aceptaba el veredicto, no aceptó ser culpable, no quiso proponer una condena alternativa.
Así que al tribunal no le quedó otra que condenarlo a muerte.
No tengo estadísticas a mano, pero seguro que pocas personas se han visto con la oportunidad de ser absueltos de una pena de muerte por admitir ciertas contradicciones en su actitud ante la vida. Pocos seres serian capaces de mantener sus principios aunque la vida se la estuviesen jugando como hizo Sócrates.
La sentencia se dio por mucha mas mayoría que la que le había declarado culpable. La ejecución se demoro cerca de un mes, tiempo suficiente para que los colegas de Sócrates tramasen una huida, a la que, de nuevo coherente, se negó, afirmando que sería contrario a sus principios.
En el “Fedón” de Platón se cuenta como fue el ultimo día: Sócrates pasó el ratico charlando con sus colegas tebanos, Cebes y Simias, acerca de la inmortalidad del alma. Cuando se bebió la cicuta (planta que posee unos alcaloides la hostia de tóxicos), y yacía moribundo dijo: “Critón, le debemos un gallo a Esculapio; págaselo, pues, no lo descuides”.
Cuando el veneno le llegó al corazón, hizo un movimiento convulsivo y murió… “Y Critón, al advertirlo, le cerró la boca y los ojos. Tal fue, oh Ejécrates, el fin que tuvo nuestro amigo, hombre del que podemos asegurar que fue el mejor de todos los de su tiempo que hemos conocido, y además, el más sabio y el más justo”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario