ZECHARIA SITCHIN, EL 12° PLANETA, PARTE 41: CONFIGURANDO LA TIERRA



ByOskarele

Pero, ¿Cómo se fue repartiendo la humanidad por la Tierra una vez que estaba accesible y habitable? La biblia lo explica con los descendientes de los tres hijos de Noé: los pueblos y las tierras de Sem, que habitaron Mesopotamia y las tierras de Oriente Próximo; los de Cam, que habitaron África y parte de Arabia; y los de Jafet, los indoeuropeos de Asia Menor, Irán, India y Europa. ¿Y América…? Ya lo veremos más adelante.

Estos son, sin duda, una versión de las “tres regiones” de las que hablaban los sumerios, a cada una de las cuales se le asignó una de las divinidades principales: Una de éstas fue, cómo no, la misma Sumer, la región de los pueblos semitas, el lugar donde surgió la primera gran civilización del Hombre. Las otras dos también se convirtieron en focos de civilizaciones florecientes: Alrededor del 3200 a.C. -unos quinientos años después del surgimiento de la civilización sumeria- estado, reino y civilización aparecen en Egipto. Y algo después surge en el Valle del Indo, unos mil años después del comienzo de la civilización sumeria.

Pero estos tres focos estaban relacionados por estrechos lazos culturales y económicos. Y posiblemente tanto la civilización del Indo como la de Egipto eran descendientes de la más antigua de Sumer.

Sitchin propone como ejemplo de la difusión de Mesopotamia a Egipto el tema de las pirámides, que no son mas, para él, que imitaciones de los zigurats mesopotámicos. Incluso propone que el arquitecto que levantó las Grandes Pirámides de Gizeh era un sumerio venerado como un dios. Además, en las leyendas egipcias se cuenta que un dios muy importante llevó grandes obras de restauración, levantando, literalmente, a Egipto de las aguas. Este no pudo ser otro que Enki.

En el Indo también se encontraron indicios de difusión desde Sumer, como la veneración por el Doce como número divino supremo, o que representaban a sus dioses como seres de aspecto humano que llevaban tocados con cuernos, y que reverenciaban el símbolo de la cruz -el signo del Duodécimo Planeta.

Pero, si estas dos civilizaciones eran de origen sumerio, ¿por qué son diferentes sus lenguajes escritos? La respuesta de los científicos es que los lenguajes no son diferentes. Esto se reconoció ya en 1852, cuando el reverendo Charles Foster (The One Primeval Language) demostró hábilmente que todas las lenguas antiguas descifradas entonces, incluido el chino primitivo y otras lenguas del lejano oriente, provenían de una única fuente primitiva -que, después, resultaría ser el sumerio: Los pictogramas similares no sólo tenían significados similares, lo cual podría ser una coincidencia lógica, sino que también compartían los mismos significados múltiples y los mismos sonidos fonéticos -cosa que sugiere un origen común.

Sitchin, además, relaciona esto con el mito de la Torre de Babel: Temiendo, evidentemente, una especie humana unificada en cultura y objetivos, los Nefilim adoptaron una política imperialista: Divide y vencerás.

La agria rivalidad entre Enlil y Enki la heredaron sus hijos principales, y con ello sobrevinieron feroces luchas por la supremacía. Hasta los hijos de Enlil -como vimos en capítulos anteriores- luchaban entre sí, al igual que los hijos de Enki. Al igual que sucediera en la historia humana que conocemos, los señores intentaban mantener la paz entre sus hijos dividiendo la tierra entre sus herederos, y, en al menos un caso conocido, un hijo de Enlil (Ishkur/Adad) fue apartado deliberadamente por su padre de aquel ambiente enrarecido enviándolo como deidad local al País de la Montaña, Egipto.

Con los años, los dioses se convirtieron en señores, guardando celosamente cada uno de ellos el territorio, la industria o la profesión sobre la cual se les había dado dominio. Los reyes humanos eran los intermediarios entre los dioses y una humanidad que seguía creciendo y expandiéndose. Las demandas de los antiguos reyes para que fueran a la guerra, conquistaran nuevas tierras o sojuzgaran a pueblos distantes «por orden de mi dios» no se podían tomar a la ligera. Los dioses conservaban los poderes para dirigir los asuntos exteriores, pues estos asuntos involucraban a otros dioses en otros territorios, de modo que tenían la última palabra en materias de guerra o paz.

Pero quedaba una cuarta región, que era “sagrada”, pues estaba dedicada sólo a los dioses, una zona a la que sólo se podía acceder con autorización. A esta tierra o región se le llamó TIL.MUN (literalmente, “el lugar de los cohetes”). Era la zona restringida donde los Nefilim habían vuelto a construir su base espacial después de que la de Sippar hubiera sido arrasada por el Diluvio.
Una vez más, la zona se puso bajo el mando de Utu/Shamash, el dios encargado de los cohetes. Los héroes de la antigüedad, como Gilgamesh, se esforzaron por encontrar este País de Vida, para ser llevados en un shem o un Águila hasta la Morada Celeste de los Dioses.

Los relatos antiguos -incluso la historia escrita- recuerdan los incesantes esfuerzos de los hombres por “alcanzar la tierra”, por encontrar la “Planta de la Vida”, por lograr la dicha eterna entre los Dioses del Cielo y la Tierra. Es éste un anhelo que se encuentra en el núcleo de todas las religiones cuyas raíces se encuentran en Sumer: la esperanza en que el ejercicio de la justicia en la Tierra vendrá seguido por una “vida después de la vida” en una Divina Morada Celeste.

Pero, ¿dónde se encontraba esta esquiva tierra del contacto divino? Y otras preguntas surgen. ¿Se ha vuelto a encontrar a los Nefilim desde entonces? ¿Qué sucederá cuando se les vuelva a encontrar? Y, si los Nefilim fueron los «dioses» que crearon al Hombre en la Tierra, ¿fue solamente la evolución en el Duodécimo Planeta la que creó a los Nefilim?

Muchas de estas las explicará nuestro autor en los siguientes libros, que en parte, se limitan a repetir muchos de los temas y teorías expuestas en este, aunque con algunos matices nuevos e interesantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario