ByOskarele
La Primera Guerra Mundial comenzó en 1914. Nuestro abad favorito, el bueno de Saunière, ha dejado de viajar, a excepción de una corta excursión a Lourdes, de la que esperaba una cura milagrosa para sus males, que nunca se produciría. La providencia divina se ve que no estaba demasiado pendiente de la gota y la cirrosis de un cura de pueblo con una vida, digámoslo sutilmente, poco ortodoxa.
Ya no puede realizar aquellos viajes a Budapest, donde tenía la cuenta corriente (en el citado anteriormente banco Fritz Dorge), de los que regresaba con las maletas repletas de billetes. Por eso comienza a tener problemas económicos, comenzando a dejar pasta a deber a muchos de sus proveedores. Esta es una prueba clara de que sus ingresos procedían, en gran medida, del extranjero, posiblemente de las transferencias que le giraban los Habsburgo, junto con los ingresos que el mismo pudo hacer de la venta de objetos preciosos.
En sus cuentas en Francia había cantidades ridículas, además, todas las propiedades están a nombre de Marie, por lo que no disponía de ningún bien susceptible de ser embargado. Llega a pedir préstamos a varios bancos franceses, como el Petitjean o la Societe Generale, pero los rechaza porque no le conceden las brutales cantidades que pide. ¿Por qué esta en apuros? Pues precisamente porque al estallar la guerra sus fondos se encuentran detrás de las líneas enemigas, ya que el imperio austrohúngaro esta aliado con Alemania. Esto explicaría que no pudiese afrontar sus gastos y sus deudas. Claro, que él pensaba que era algo transitorio. No sabe cuánto se equivocaba…
Cada vez se va haciendo más huraño y solitario. No ve a nadie. No sale de su finca. El doctor Courrent, médico de Rennes-Les-Bains, va a visitarlo de vez en cuando, regañándole para que lleve una vida más sana, que coma menos y, sobre todo, que deje la bebida y el tabaco. Pero no sirve de nada. Sauniere ya ha perdido la vista de un ojo y solo anda si va con bastón por culpa de la gota. Da la sensación de que esta desengañado y de que se ha dejado absolutamente a la suerte.
Al caer la noche del 17 de enero, fecha fatídica en la historia de RLC, un viento glacial sobrecogedor sople fuertemente. Nada mas atravesar la puerta de la Torre Magdala, su particular refugio etílico, después de pasar toda la tarde contando y recontando sus sellos, cae desplomado, víctima de una congestión cerebral. Quedara un par de horas tirado en el suelo, expuesto a un frio brutal, en un invierno particularmente duro. Marie lo encontrara tendido en el suelo, tras salir a buscarlo, alarmada por que no iba a cenar.
Afortunadamente, en el último momento, ha sido capaz de arrastrarse hasta resguardarse bajo la vidriera que protege la puerta de la torre, lo cual le salvo, momentáneamente, la vida. Marie sale es busca de ayuda, porque ella sola es incapaz de levantarlo, trayendo consigo a varios vecinos corpulentos, que lo trasladan a su habitación en la casa parroquial.
Pero el sacerdote sabe que va a morir, y, además, dentro de poco. En realidad es una bendición contar con ese aplazamiento divino, para poder poner en orden sus asuntos y, sobre todo, su conciencia. Así ordena a Marie quemar los papeles que están en el cajón del escritorio, cosa que hará en el patio de la casa parroquial, junto a la ventana, ya que el cura le había dicho que quería ver como lo hacía. Jamás sabremos de qué documentos se trataba, pero tuvieron que ser sumamente importantes.
El 21 de enero, Sauniere, hizo venir al sacerdote del cercano pueblo de Esperaza, el abad Riviere, para que lo recibiera en confesión. Esto es curioso, porque este no era su amigo. En vez de llamar a un amigo de confianza para poder contar con su benevolencia y comprensión, llama a un desconocido que no va a mostrar ninguna amabilidad hacia él. Según los testimonios de las gentes, la confesión se prolongo durante buena parte de la tarde y el abad Riviere, al término, salió conmocionado de allí, hasta el punto de que se olvido de administrarle los sagrados sacramentos. Voluntario o no, luego enmendara este hecho al otorgárselos postmortem.
La sobrina de abad Riviere dijo que este siempre había sido un señor jovial y amante de la buena vida y de la diversión, pero que, desde aquel funesto 21 de enero, todo cambio: se encerró en un obstinado muro de silencio que le llevo a la muerte. Su temperamento cambiaria de una forma brutal. Comenzó a realizar curiosas transformaciones en la iglesia de Esperaza: adquiere una estatuilla del Niño Jesús de Praga idéntica a la que tenía Sauniere, cambiándole solamente la túnica. Pero lo más curioso es una cueva similar a la que hizo nuestra abad, dedicada a Lourdes. Aunque en este caso, en el interior, yace un Cristo sobre un sudario, pero destapado, al contrario de cómo debería haberse encontrado de haber estado muerto.
Al alba del 22 de enero de 1917, Berenger Sauniere entrega su alma a su Dios. Se fue un hombre del que sus amigos se aprovecharon y al que, posteriormente, abandonaron.
Además, se va sin recibir los sagrados últimos sacramentos.
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