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Leonardo da Vinci trabajó durante quince añazos en una estatua ecuestre de bronce que nunca existió. Dicha obra debía erigirse en Milán en memoria de Francesco Sforza, padre de su protector, el Moro, Ludovico Sforza, duque de Milán. La estatua, de siete metros de altura, hubiera exigido la impresionante cantidad de 100.000 kilos de metal fundido en un molde con la rapidez y la temperatura necesarias para que el enfriamiento fuese homogéneo y uniforme.
Para esta labor, el genio de Vinci, diseñó un sistema de hornos múltiples que nunca se llegaría a utilizar: una intentona de guerra de los franceses, dirigidos por Carlos VII, en 1495, hizo que todo el metal reservado para la obra se destinase a fabricar cañones.
Leonardo si terminó un modelo hecho en arcilla del caballo, que fue expuesto al público en 1493 en Milán, con motivo del bodorrio de Blanca Sforza con el emperador Maximiliano, siendo aclamada como la estatua ecuestre más bella que jamás se había visto.
Nosotros no hemos podido disfrutar de esta obra.
En 1499 los franceses, al mando del monarca Luis XII, invadieron Italia y derrotaron a los de Milán. Los arqueros gabachos, que no podían quedarse quietecicos, emplearon el modelo en arcilla para efectuar prácticas de tiro, causando unos daños en la obra que permitieron la entrada de agua, lo que a su vez causó que en pocos años quedase destruida.
Curiosamente, los planos se conservaron, y a finales del siglo XX, 1999, la ciudad de Nueva York hizo la obra, regalándose a la ciudad de Milán, donde se erigió.
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