ByOskarele
“El oscuro de Éfeso”, como era también llamado Heráclito, nació en torno al año 535 a. C. para fallecer en el 484 a. C. Se sabe que procedía de una familia aristocrática, siendo su padre, al parecer el jefe político de su ciudad, Éfeso, en la costa occidental de Asia Menor. Pero sabemos muy poco de su vida, como ya va siendo habitual con todos estos filósofos presocráticos.
Era apodado el oscuro por su enigmático y extraño carácter, que impregnaba también sus ideas y su filosofía, que, desgraciadamente apenas han sobrevivido hasta nuestros tiempos, de no ser por sus seguidores y detractores, ya que apenas quedan algunos fragmentos originales de su obra “De la naturaleza”, que trataba de una gran cantidad de temas, que van desde la política a la teología, sin que se trata realmente de un libro de filosofía sistemática, sino más bien de una recopilación de aforismos e ideas sobre diferentes reflexiones.
Muchos consideran que realmente no escribió nada, sino que sus enseñanzas fueron exclusivamente orales, siendo sus discípulos los encargados de reunir lo esencial de sus ideas en esos pequeños aforismos que perduran. Diógenes dice de él: “Fue admirado desde niño, y siendo mancebo decía «que no sabía cosa alguna»; pero cuando llegó a la edad perfecta decía que «lo sabía todo». De nadie fue discípulo, sino que él mismo se dio a las investigaciones, y decía haberlo aprendido todo por sí mismo.”
Parece ser que sus ideas políticas eran contrarias a la democracia de corte ateniense y que formaba parte de un reducido grupo de nobles que simpatizaba con los persas, a cuyos dominios pertenecía Éfeso en aquellos tiempos, contra la voluntad de la mayoría de sus vecinos, a los que no tenia en demasiada estima, sobre todo, según nos dice nuestro amigo Diógenes, porque expulsaron de la ciudad a su amigo Hermedoro: “Reprendió vivamente a los efesinos porque habían echado a su compañero Hermodoro, diciendo: «Todos los efesinos adultos debieran morir, y los impúberes dejar la ciudad, entendido de aquellos que expelieron a Hermodoro, su bienhechor, diciendo: ninguno de nosotros sobresalga en merecimientos; si hay alguno, váyase a otra parte y esté con otros.”
Esta decepción hacia sus congéneres humanos le llevó, según Diógenes a retirarse a los montes, manteniéndose con hierbas que encontraba por ahí.
Esta fue la causa de su hidropesía, según este autor, una enfermedad que consiste en la retención de líquidos en los tejidos del vientre, síntoma de un mal funcionamiento de las funciones digestivas y renales.
Diógenes dice que, enfermo, regresó a la ciudad, “preguntaba enigmáticamente a los médicos «si podrían de la lluvia hacer sequía». Como ellos no lo entendiesen, se enterró en el estiércol de una boyera, esperando que el calor del estiércol le absorbiera las humedades. No aprovechando nada esto, murió de sesenta años”
SU OBRA
Heráclito, siguiendo lo habitual en los filósofos de la época, se plantea la naturaleza del mundo que le rodea. Para él “Este cosmos no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y se extingue según medida.” El cambio, el devenir, se produciría entonces por la oposición de los contrarios: “Conviene saber que la guerra es común a todas las cosas y que la justicia es discordia y que todas las cosas sobrevienen por la discordia y la necesidad.”
Pero no es algo arbitrario ni caótico, sino algo ordenado y armónico. Es la unidad de los elementos opuestos.
Es la unidad de todo lo real.
El fuego eterno seria el sustrato ultimo de la naturaleza y de la materia. Todos los seres serian transformaciones y derivaciones de este primitivo fuego, y a su vez, todo se acaba convirtiendo en fuego etéreo. Serian pues dos corrientes: una de arriba abajo (transformación del fuego primitivo en materia) y otra de abajo a arriba (transformación de las piedras en agua, de esta en vapor, de este en aire…)
Todo sale del fuego, y tarde o temprano, vuelve a él.
La idea de que el mundo y la realidad están sometidos a un devenir y a un cambio constante no es nada nuevo.
Todos los presocráticos se quedaron con eso, con observaciones como “todo fluye” o “no te puedes bañas dos veces en el mismo rio”. Heráclito fue quizás el primero en considerar que es tan importante el cambio como la estabilidad que subsiste, aunque posteriormente seria malinterpretado como un relativista radical, sobre todo por Platón.
Así el motor del cambio seria la lucha de los contrarios, la perpetua oposición, lucha conducida y guiada por el “logos”, proporción y medida de todo, principio básico del orden del universo, que expresa la coherencia que subyace en las cosas. Aquí es donde interviene el filosofo, que ha de introducir el orden en lo que aparece caótico y cambiante, así, el orden real coincide con el orden de la razón, una «armonía invisible, mejor que la visible», aunque Heráclito se lamenta de que la mayoría de las personas viva relegada a su propio mundo, incapaces de ver el real. Si bien Heráclito no despecha el uso de los sentidos (como Platón) y los cree indispensables para comprender la realidad, sostiene que con ellos no basta y que es igualmente necesario el uso de la inteligencia, como afirma en el siguiente fragmento:
“Se engañan los hombres [...] acerca del conocimiento de las cosas visibles, de la misma manera que Homero, que fue [considerado] el más sabio de todos los griegos. A él, en efecto, unos niños que mataban piojos lo engañaron, diciéndole: cuantos vimos y atrapamos, tantos dejamos; cuantos ni vimos ni atrapamos, tantos llevamos”
Mas info y fuentes aqui: http://www.antroposmoderno.com/antro-art
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