QUID PRO QUO. LOS SACRIFICIOS


Perpetrado por Oskarele

Los sacrificios no dejan de ser ofrendas. Pero con una diferencia importante: tienen en común la idea de privarse de algo precioso o querido (sino no tendría sentido la ofrenda), pero difieren en que en el sacrificio se destruye lo que es ofrecido, sea cual sea la forma de hacerlo: consumación, dispersión, combustión, decapitación, desangrado o ingestión… 

Así que por un lado el sacrificio va mas allá en el acto de renuncia, ya que no solo se ofrece el objeto o la persona, sino que además se destruye. Quizá sea ese el motivo por el que en la conciencia moderna parezca algo tan injusto y escandalizador, sobre todo cuando es referido al sacrificio humano o animal.

El ejemplo clásico de nuestra conciencia colectiva educada en la tradición judeocristiana es el fallido sacrificio de Isaac, hijo de Abraham, narrado en el Génesis bíblico.

Según cuenta este popular libro, el Señor Yahveh ordenó al bueno de Abraham que le ofreciera a su hijo en sacrificio en la región de Moriah, siendo aun un niño. El patriarca viajó durante tres días hasta que encontró el túmulo que Dios le mostró. Ordenó al siervo que esperara mientras que él e Isaac subían solos a la montaña, llevando Isaac la leña en la que sería sacrificado, a la vez que preguntaba a su padre donde estaba el animal para el holocausto, a lo que se padre respondía “ el Señor proporcionará uno”. Justo cuando Abraham iba a sacrificar a su hijo, se lo impidió un ángel (“No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”) y en su lugar le dio un carnero que sacrificó en lugar de su hijo. Como recompensa por su obediencia recibió una numerosa descendencia y una gran prosperidad.

Este relato bíblico nos lleva a una pregunta importante ¿Por qué la entrega de algo tan preciado como un hijo? ¿Por qué cuanto más caro (no entendido solo en términos económicos) sea el objeto a sacrificar mejor es el sacrificio? Hay quien plantea que el sacrificio sería una forma para que el profano pueda comunicarse directamente con lo sagrado, mediante una víctima, una cosa consagrada, importante para el donante (cuanto más mejor), destruida durante la ceremonia. En este sentido, cuando mayor sea el sacrificio, más próxima y amable se podría mostrar la divinidad o la pachamama. Por eso es importante que la victima sucumba, palme, quede destruida: porque sustituye al sacrificante.


Sea como sea, el carácter violento y ambiguo del sacrificio antiguo y arcaico plantea, aparte del problema de su función, el problema de su origen y de su posterior sublimación por las grandes religiones.

El ejemplo máximo de esta sublimación del sacrificio es el del propio líder de la religión cristiana, Jesús de Nazareth, que a pesar de ser hijo de Dios (o la misma persona, si hacemos caso del dogma de la Santísima Trinidad), fue sacrificado por su padre y, en parte, por él mismo, al asumir sobre si los pecados del mundo y por medio de ello expiar a la humanidad ante los ojos de Dios, su padre. Es por esto que el nazareno es nombrado también el Cordero de dios (“que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”), un claro paralelismo con la tradición judía de obsequiar a la divinidad con corderos (tradición que por cierto se mantiene, al igual que en el Islam)

Curiosamente, en este ejemplo de Jesús, la cosa va mucho más allá, pues su muerte se convierte en el centro de su doctrina, además de en su símbolo (la cruz), teniendo en cuenta, siempre, que al tercer día resucitó (obteniendo otro beneficio extra del sacrificio, que es dar al creyente la prueba de que es posible vencer a la muerte y que existe un más allá donde ir).

Hay que tener en cuenta, que los sacrificios, tienen, en parte, una aspiración de reciprocidad. Se espera que la divinidad a la que se honra se enrolle con el donante. Pero, por otro lado, también puede ver una fase de comunión (obvia en el sacrificio cristiano), que permite al hombre asegurarse la vinculación con la divinidad incorporándose la sustancia de la víctima o de las ofrendas que acaba de consagrarle, desde el sacrificio en el que el animal sacrificado es comido por los miembros del clan, hasta el ritual más elevado del dios que se sacrifica a sí mismo para renacer a continuación y ser comido y bebido simbólicamente por sus fieles.

“… Tomó pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘tomad y comed. Esto es mi cuerpo’. Después tomó un cáliz, dio gracias  y se lo dio, diciendo: ‘bebed todos de él, la sangre de la nueva alianza que será derramada por todos para remisión de los pecados’” (Mateo 26, 26-29)

Por último, es necesario subrayar que en el campo de lo profano y lo cotidiano, el término, y el acto, del sacrificio han conservado hasta nuestros días el sentido de renuncia y de esfuerzo, ya se trate de promover un proyecto o de defender unos valores. “Se imponen sacrificios si queremos salir de la crisis”, dicen los políticos. “Ha hecho el sacrificio de su vida”, dicen los soldados del compañero muerto. “Me he sacrificado enormemente por vosotros”, dicen las madres… y todo esto aunque el carácter codificado del ritual haya menguado o desaparecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario