VERTIGO


Perpetrado por Oskarele

La sensación de que tenemos cuando nos asomamos por una terraza o por lo alto de un acantilado, enfrentándonos a una gran altura, es lo que cotidianamente denominamos “vértigo” y se debe a una mala jugada de nuestro sistema sensorial, desencadenada por el miedo a caer desde la elevada altura. Esto queda demostrado porque esta molesta e, incluso, peligrosa sensación de mareo desaparece cuando nos enfrentamos reiteradamente a la misma sensación, como pasa por ejemplo con los obreros que trabajan a gran altura o con los que se suben en escaleras altas.

Pero hay veces en las que el vértigo, la sensación de mareo ante una falsa percepción de movimiento o de giro, que suele producir nauseas y pérdida del equilibrio, tiene un origen patológico. Vamos a ver a qué se debe esto, y lo grave que puede ser cuando tenemos dañado el sistema que se encarga de controlarlo.

El cuerpo humano tiene diversas maneras para percibir la postura y mantener el equilibrio, tanto cuando nos movemos como cuando estamos estáticos. El sentido del equilibrio es lo que nos proporciona la conciencia espacial, lo que nos dice donde estamos en las tres dimensiones y por lo tanto, el que se encarga de que el cuerpo responda adecuadamente. Este sentido lo obtenemos de varias maneras (con la vista o la sensibilidad de las articulaciones y del tacto), pero sobre todo se encarga de ello el sistema vestibular.


El sistema vestibular es una complejísima estructura de canales semicirculares pegada al caracol en el oído interno. Básicamente está formado por dos ensanchamientos, el utrículo y el sáculo, ambos encargados de informar de la posición de la cabeza en relación con el suelo.

En ambos existe un órgano receptor denominado Mácula, que  está integrado por células receptoras sensoriales, sobre la que hay una membrana con unos pequeñicos cristales de Carbonato Cálcico que reciben el nombre de Otolitos y que son muy susceptibles a cambios de la gravedad. 

Aparte están los canales semicirculares que decíamos, tres en total, orientados en los tres planos del espacio.

Pues todo este complejo y chiquitin sistema es el que se encarga de generar unos impulsos que llegan hasta el cerebelo, lo que nos permite mantener el equilibrio ante cualquier aceleración que notemos, ya sea motivada por la gravedad o por cualquier medio de locomoción que usemos, o ante cualquier cambio de dirección o giro.




Por eso, cuando se sufren lesiones en el oído interno, en las conexiones nerviosas que se encargan de comunicar la movida al cerebro, o en el cerebelo, la parte del cerebro encargada de esta función básica, se producen vértigos.

Según donde este la lesión el vértigo puede ser de dos maneras: periférico, cuando lo que se ve afectado es el oído interno, o central, cuando lo que está dañado es el nervio craneal (que es el que lleva la información desde el oído al cerebro) o núcleos del cerebro (donde dicha información se procesa).

Dentro de los vértigos periféricos tenemos varios tipos, como la neuronitis vestibular es un cuadro agudo e intenso acompañado de todo el contexto de vértigo con nauseas, vómitos en inestabilidad que empeora con los movimientos de cabeza o cambios de posición y que mejora al fijar la mirada en un lugar. También está la laberintitis, que  se produce al inflamarse el oido por causas infecciosas (virus o bacterias), o las fístulas perilinfáticas que suelen ser debidas a lesiones traumáticas (tos o estornudos) o hiperbáricas (buceo). Pero de todos estos tipos el vértigo posicional benigno es el más frecuente: se trata de cuadros agudos de segundos de duración en relación a cambios de postura.

Dentro de los vértigos centrales están los derivados de daños vasculares cerebrales, relacionados con alteraciones en el habla, lesiones de movimientos faciales, alteraciones de la visión y parálisis de extremidades. Suele pasar cuando se produce una hemorragia cerebral o un ictus en el cerebelo, parte del cerebro encargada del control del equilibrio. Pero también están relacionados con los tumores cerebrales. Un cuadro de epilepsia de lóbulo temporal puede también producir vértigo central.

Volviendo a lo que cotidianamente tenemos entendido como “vértigo”, referido a la sensación de mareo y malestar que se produce cuando nos enfrentamos a una gran altura, en realidad se llama “acrofobia” (del griego "miedo a los puntos extremos"), fobia más frecuente conforme aumenta la edad, si bien no se descarta en personas jóvenes, y quienes lo padecen aseguran que genera un estado de ansiedad incontrolable que, incluso, puede requerir la mediación de un facultativo.

Existen una serie de factores que predisponen al paciente a padecer miedo a las alturas, tales como la existencia de hechos traumáticos ya sean de naturaleza física (caídas o accidentes), psicológicas (percepción de una situación como algo catastrófico), o la transmisión del miedo por parte de padres a hijos.

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