“se negaba a usar los términos "benevolencia", "solicitar", "gratitud", porque no los estimaba compatibles con su dignidad personal”

LA CAJA DE LETRAS existencialismo
“se negaba a usar los términos "benevolencia", "solicitar", "gratitud", porque no los estimaba compatibles con su dignidad personal”
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la caja de letras es un reducto,
un solar; uno de esos donde jugaba cuando era niño
uno de esos descampados heridos de hierba amarilla y ladrillos
de granito, a pedazos

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A primera vista, en efecto, Joseph Grand no era más que el pequeño empleado de Ayuntamiento que su aspecto delataba.

(…)

Hasta para un espíritu poco advertido tenía el aire de haber sido puesto en el mundo para ejercer las funciones discretas pero indispensables del auxiliar municipal, temporario, con sesenta y dos francos treinta céntimos al día.

(…)

Hacía muchos años que este estado de cosas provisorio duraba, la vida había aumentado en proporciones desmesuradas y el sueldo de Grand, a pesar de algunos aumentos generales, era todavía irrisorio. Se había quejado a Rieux alguna vez pero nadie se daba por aludido. Y aquí estriba la originalidad de Grand o por lo menos uno de sus rasgos. Hubiera podido hacer valer, si no sus derechos, de los cuales no estaba muy cierto, por lo menos las seguridades que le habían dado. Pero, primeramente, el jefe del negociado que le había dado el empleo había muerto hacía tiempo y él había permanecido allí sin recordar los términos exactos de la promesa que le había sido hecha. En fin, y sobre todo, Joseph Grand no encontraba las palabras adecuadas.

Esta particularidad era lo que retrataba mejor a nuestro conciudadano, como Rieux pudo observar. Esta particularidad era en efecto la que le impedía escribir la carta de reclamaciones que estaba siempre meditando o hacer la gestión que las circunstancias exigían. Según él, sentía un particular impedimento al emplear la palabra "derecho", sobre la cual no estaba muy seguro, y la palabra "promesa", que parecía significar que él reclamaba lo que se le debía y en consecuencia revestiría un carácter de atrevimiento poco compatible con la modestia de las funciones que desempeñaba. Por otra parte se negaba a usar los términos "benevolencia", "solicitar", "gratitud", porque no los estimaba compatibles con su dignidad personal. Así, pues, por no encontrar la palabra justa nuestro conciudadano había continuado ejerciendo sus oscuras funciones hasta una edad bastante avanzada. Por lo demás, siempre, según decía al doctor Rieux, con la práctica se había dado cuenta de que su vida material estaba asegurada, puesto que no tenía más que adaptar sus necesidades a sus recursos. En vista de esto reconocía la justeza de una de las frases favoritas del alcalde, poderoso industrial de nuestra ciudad, el cual afirmaba con energía que, en fin de cuentas (insistiendo en esta palabra que era la de más peso en todo el discurso), nunca se había visto a nadie morir de hambre. La vida casi ascética que llevaba Joseph Grand le había, en efecto, liberado de toda preocupación de este orden. Así, pues, seguía buscando sus palabras.

En cierto sentido se puede decir que su vida era ejemplar.

Era uno de esos hombres, tan escasos en nuestra ciudad como en cualquier otra, a los que no les falta nunca el valor para tener buenos sentimientos.

ALBERT CAMUS. La peste.

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