EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO


Perpetrado por Oskarele

Cuentan los anales que, justo antes de la navidad de 1887, un joven médico holandés, con el rocambolesco nombre de Marie Eugène François Thomas Dubois, llegó a Sumatra, en aquel entonces parte de las Indias Orientales Holandesas, con la intención de encontrar los restos humanos más antiguos de nuestro querida Humanidad.

Dubois se quedó pillado desde joven con la historia natural, graduándose como doctor en medicina en 1884, pasando a enseñar anatomía en la Universidad de Ámsterdam. En su época de estudiante escuchó fascinado las teorías del gran Ernst Haeckel, que planteaba que tenía que existir un eslabón perdido entre los humanos y los simios (idea que dedujo  años antes de  “El Origen de las especies” de Darwin), al que denominó “Pithecanthropus” (hombre simio).

Lo curioso es que Haeckel pensaba que el lugar en el que había aparecido el Pithecanthropus, del que posteriormente evolucionaríamos nosotros,  había sido el continente desaparecido Lemuria, del que hablaremos algún día en nuestra sección “La tierra perdida”.

Haeckel planteaba que se trataba de un antiguo terreno que se encontraba en el océano Indico (hay que tener en cuenta que hasta 1904 Wegener no expuso la teoría de la Deriva Continental) y que se hundió por movimientos sísmicos.

Fascinado por su propia teoría encargó a sus estudiantes encontrar el eslabón perdido.

Uno de ellos, Eugène Dubois, lo hizo.

Y ahora entenderéis porque se fue, precisamente, a buscarlo allí, a las Indias Orientales Holandesas… Iba buscando algún sitio cercano a la antigua Lemuria.

Dubois era un anatomista sin la más mínima experiencia paleontológica. Un poco por la intuición de Haeckel, un poco por su propia intuición y un poco también porque había conseguido un curro como médico de la Marina Holandesa en Sumatra, en diciembre de 1887, acompañado de su mujer y su hijo llegó a Indonesia.

Lo curioso de esto es que hasta aquel momento apenas se habían encontrado unos cuantos restos humanos antiguos y todos por accidente.

El registro fósil era realmente escaso: cinco esqueletos incompletos de neandertales, parte de una quijada de procedencia incierta y media docena de humanos de la Edad del Hielo encontrados recientemente por unos obreros ferroviarios en una cueva de un barranco llamado “Cro-Magnon”, cercas de Les Eyzies (Francia). El geólogo Louis Lartet descubrió los primeros cinco esqueletos Cro-Magnon en marzo de 1868

De aquellos especímenes neandertales, el mejor conservado, había sido encontrado por unos trabajadores que extraían piedras de una cantera en Gibraltar, en 1848, así que su preservación era un milagro, aunque, por desgracia, nadie se había dado cuenta de lo que realmente era. Se había descrito en una reunión de la Sociedad Científica de Gibraltar y luego se envió al museo Hunteriano de Londres, donde se tiró medio siglo criando polvo en una estantería.

De haberse estudiado correctamente, el Hombre de Neandertal probablemente se llamaría el Hombre de Gibraltar.

El Homo gibraltarensis…

Pero el merito se llevaron unos restos humanos descubiertos en el Valle de Neander, en Alemania (algo sumamente curioso, pues “neander” significa en griego “hombre nuevo”…), donde, en 1856, otros currantes de una cantera hallaron en la pared de un barranco, sobre el rio Düssel, unos extraños huesos que entregaron a un maestro local, interesado en la historia natural. Este maestro, llamado Johann Karl Fuhlrott, tuvo el merito de darse cuenta de que era nuevo tipo de ser humano, aunque no supo decir “exactamente” que era.

Lo cierto es que desató una polémica que casi dura hasta la actualidad. Hubo muchos que negaron que aquellos huesos de Neander fuesen antiguos. August Mayer, por ejemplo, profesor de la universidad de Bonn de gran renombre, insistió en que eran los restos de algún soldado mongol herido en combate en 1814 y que se había arrastrado hasta aquella cueva para morir. El famoso T. H. Huxley, desde Inglaterra, dijo, en respuesta a Mayer, que le parecía muy curioso que un soldado herido hubiese trepado veinte metros por la pared de un precipicio, pese a estar mortalmente herido, se hubiese desprendido de su ropa y efectos personales y hubiese cerrado la entrada y enterrado bajo 60 centímetros de tierra.

Igual quería estar tranquilico…

Incluso hay quien, impresionado y desconcertado por la gran cresta superciliar, propuso que había mantenido el ceño fruncido durante mucho tiempo por el dolor que le provocaba una fractura mal curada en el brazo… hay gente pa tó.

Por esta misma época fue cuando Dubois, instado por el genial Haeckel, se piró pa Sumatra con la intención de encontrar allí el eslabón perdido… y vaya si lo encontró.

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