“Cuando trepa a los árboles, como cuando pelea con sus amigos o los enfrenta en juegos violentos, (el varón) capta su cuerpo como un medio de dominar a la naturaleza y un instrumento de combate; se enorgullece tanto de sus músculos como de su sexo y, a través de los juegos, deportes, luchas, desafíos, pruebas, encuentra un empleo equilibrado de sus fuerzas; conoce al mismo tiempo las lecciones severas de la violencia, y aprende a recibir los golpes y despreciar el dolor y las lágrimas de la primera edad. Emprende, inventa, se atreve. Se hace ser al hacer, con un solo movimiento. En la mujer, por el contrario, hay desde el principio un conflicto entre su existencia autónoma y su «ser-otro»; le han enseñado que para agradar hay que hacerse objeto, por lo cual tiene que renunciar a su autonomía. Es tratada como una muñeca viviente y le niegan su libertad, con lo que se anula en un círculo vicioso, pues cuanto menos ejerza su libertad para comprender, captar y descubrir el mundo que la rodea, menos recursos encontrará en sí misma y menos se atreverá a afirmarse como sujeto”
SIMONE DE BEAUVOIR. Escritora. De su obra “El segundo sexo”
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