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Ismael Galíndez fue asesinado en 1909, pero aseguran que aún visita el chalet que mandó construir, que hoy es la Casona Municipal de la ciudad de Córdoba,, Argentina.
“Es alto, robusto, con cabello medio largo y muy canoso, con la cara angulosa. La nieta es bajita, la hemos visto toda vestida de blanco, con el cabello hasta la cintura”. Esa es la descripción que hace Dina Giménez, una ex empleada de la Casona Municipal, sobre los frecuentadores de ese viejo inmueble ubicado en el centro de Córdoba, Argentina.
Según Dina, el hombre no es otro que Ismael Galíndez, el dueño original de la casona construida hacia finales del siglo XIX. Varios empleados coinciden en que en esa vivienda suceden cosas extrañas. Desde apariciones, sombras que se mueven, sonidos inexplicables, hasta objetos que cambian de lugar o desaparecen.
La Casa Galíndez, enclavada en la esquina de La Rioja y General Paz, sobrevive rodeada de edificios y aturdida por los bocinazos y ruidos del infernal tránsito del Centro. Y aún es frecuentada, aseguran algunos, por sus dueños originales. O mejor dicho, por sus espíritus, como si los dueños originales se negaran a seguir su viaje al más allá.
Es una de las últimas casonas que queda en pie y que permite imaginar cómo era la Córdoba de finales del siglo XIX y principios del siglo 20; aquella ciudad que tenía apenas 90 mil habitantes que vivían en su mayoría rodeando las manzanas del centro de la ciudad.
Por esa época, un reconocido aristócrata cordobés comenzaba su construcción en un lote delimitado por un brazo del río Suquía y por el arroyo la Cañada.
Su dueño original fue Ismael Galíndez, un prominente escribano y empresario miembro de la aristocracia cordobesa. Adscribía al juarismo, el movimiento político del ex presidente Miguel Juárez Celman. Incluso, participaba activamente de El Panal, la sociedad política dirigida por Juárez Celman y que funcionaba en la residencia ubicada frente a la Legislatura provincial.
El abogado e historiador Carlos Ighina recuerda que el lote elegido por Galíndez para construir su vivienda era justamente propiedad de Juárez Celman y que en esa época el terreno estaba en la periferia de la ciudad.
“¿Cuál fue la razón que movió a Galíndez a ese sitio del ejido urbano ubicado prácticamente en un descampado?”, se pregunta Ighina. “Probablemente su deseo de habitar una vivienda que a la vez de elegante y suntuosa tuviera aires campestres, claro que al estilo europeo, y al mismo tiempo no se encontrara demasiado alejada del centro tradicional. Tampoco podemos descontar la visión urbanística de Galíndez, capaz de advertir la importancia de la proximidad del Parque Elisa (hoy Parque Las Heras), apenas pasando el río por el primitivo puente, o de la Plaza General Paz, la mitológica Plaza del Caballo, de atractivo planteamiento y monumental estatuaria de cuño francés”, se responde.
UN COTTAGE CORDOBES.
La casona tiene tres pisos y un gran sótano. Las plantas se comunican por una escalera de mármol. Posee un ingreso claramente definido por una terraza que, a modo de atrio, recibe al visitante junto con una gran mampara de hierro y vidrio tipo bow window . La composición volumétrica recurre al basamento neoclásico y culmina en una cubierta metálica quebrada, que aliviana las líneas del edificio, traduciéndose en un lenguaje pintoresco propio de la arquitectura del cottage (casita de campo) inglés. Es una expresión pintoresquita, típica de las clases acomodadas de fines del siglo 19.
Los contactos políticos no fueron suficientes para salvar a Galíndez de su caída en desgracia. Ighina explica que llegó a acumular una deuda con el Banco de Córdoba de casi 300 mil pesos. “Para indicar un punto de referencia, el chalet fue valuado en 50 mil pesos”, dice el historiador. Finalmente, en 1901, la casona pasó a manos del banco.
Pero eso no fue lo peor que le pasó al escribano y empresario. Un día de otoño, un inmigrante español que residía en San Vicente fue hasta su despacho y le reclamó la devolución de un dinero que le había entregado en concepto de seña por una compra que no se concretó. Como Galíndez se negó a devolverle la plata, el español desenfundó su arma y le perforó la cabeza de un disparo.
Ighina afirma que a partir de esa muerte se comenzó a tejer la leyenda de los espíritus de la casona, que popularmente se llegó a conocer como “La casa de las brujas”.
ESPIRITUS INQUIETOS
Después de ser sede por décadas del Consejo Provincial de Educación, allí se firmó el decreto por el cual el 11 de septiembre es el Día del Maestro, hacia mediados de la década del 60 quedó abandonada. A principios de 1980 pasó a ser dominio de la Municipalidad, que tras algunas tareas de restauración, la convirtió en una dependencia cultural.
Son varios los empleados municipales que aseguran haber vivido experiencias sobrenaturales en la casona. Algunos, que prefieren no ser identificados, dicen que pidieron su traslado para evitar seguir en contacto con los moradores originales del inmueble.
Otros, como la profesora de teatro Carina Elías, las relata entusiasmada. “Las cosas que yo viví fueron durante la mañana, cuando había poca gente. Si bien no vi nada, escuchaba pasos. El piso es de madera flotante, muy ruidoso. La actividad se desarrollaba principalmente en la planta baja, y arriba había un par de oficinas. Muchas veces yo estaba sola, escuchaba pasos, salía a ver si venía alguien, y no había nadie. Eran pasos bien definidos, como los de una persona caminando. Eso me pasó en varias oportunidades”, comenta Elías, quien trabajó varios años en la Casona Municipal. “En una oportunidad, una compañera comentó que estando en el descanso de las escaleras con otras personas, vieron caer una pelotita por los escalones. Las escaleras tienen sus descansos y siguen hasta el sótano. La pelotita, cuando llegó adonde estaban ellos, giró en dirección al sótano. Cuando bajaron a buscarla, no la encontraron”, agrega.
También son comentadas las apariciones de una joven mujer que se asoma en el segundo piso. Se trata de una chica de cabello largo que suele verse a través de las ventanas. “Inclusive, los estudiantes de la escuela de cocina que se encuentra enfrente vinieron a preguntar si a la noche había algún guardia. Dicen que es una familiar de Galíndez que se suicidó arrojándose desde el altillo”, indica Elías.
Dina Giménez, profesora de Historia y ex feriante de la Casona, jura que vio al propio Galíndez. Comenta que una vez se encontró con una descendiente de la familia y le describió la figura que había visto. La mujer le dijo que era Ismael.
Giménez recuerda que un añejo piano que estaba en la sala principal se tocaba solo. En el aparato sonaban valses y melodías del siglo XIX. También vio a un niño de unos cuatro años vestido de marinerito, que en un abrir y cerrar de ojos desapareció de la vista, y a la joven de largos cabellos. En otra oportunidad, cuenta que estaba en la casona con un compañero que estaba trabajando y que le dice “Suba, Dina”. “Subo volando y cuando lo encuentro me dice: ‘Voy a apagar la luz para ver qué ve usted; o si yo estoy loco’. Apagó la luz y apareció la figura de un hombre, de contextura mediana o alta, colgada de la balaustrada del segundo piso. Prendíamos la luz y no se veía nada; apagábamos la luz y volvía aparecer el ahorcado”, relata.
Y hasta uno de los obreros que trabajó en la restauración que se inauguró la semana pasada asegura que se vieron sombras que se movían, que les cambiaban las cosas de lugar y que él y sus compañeros se sentían observados.
Más allá de todos estos testimonios, hay una certeza irrefutable: nadie se atreve a quedarse solo en la casona cuando cae la noche, y menos aun bajar al sótano. Es que los fantasmas no existen, pero que los hay… los hay.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/cordoba/inquieto
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