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El dolor es una experiencia sensorial (objetiva) y emocional (subjetiva), generalmente desagradable, que pueden experimentar todos aquellos seres vivos que disponen de un sistema nervioso. Es una experiencia asociada a una lesión tisular o expresada como si ésta existiera. La ciencia que estudia el dolor se llama Algología.
A ninguno nos gusta, pero el dolor es necesario para garantizar nuestra supervivencia: es una señal de alerta de nuestro organismo que nos avisa de que algo no funciona correctamente. Pero no para todos es igual.
Para algunos, el dolor de cabeza es un trance intolerable; otros, en cambio, aguantan hasta que se desmayan. ¿Es que unos son más sufridos y fuertes que otros?
Un golpe en el dedo gordo del pie que obliga a una persona a dar brincos y gritos puede hacer que otra simplemente se sobe el dedo un momento y siga caminando. La diferencia entre estas dos reacciones puede deberse a que la segunda persona tenga el umbral del dolor más alto que la primera, es decir, que su tolerancia al dolor sea mayor.
El umbral del dolor se define como la intensidad mínima de un estímulo, la fuerza más leve de un golpe o el contacto más breve con la fresa del dentista, que despierta la sensación de dolor.
Los estudios hechos en el laboratorio con diferentes tipos de personas: esquimales, pieles rojas y caucásicos, por ejemplo, indican que casi todo el mundo tiene, sobre poco más o menos, el mismo umbral del dolor.
Usando una lámpara de rayos infrarrojos para elevar paulatinamente la temperatura de la piel se ha visto que la mayoría de la gente comienza a sentir dolor cuando el calor llega a los 45°, lo que no es de extrañar, pues a esa temperatura es cuando el calor empieza a dañar los tejidos, y prácticamente todos se quejan de dolor antes de que la temperatura llegue a los 47 grados.
En lo que sí difieren unas personas de otras es en sus reacciones ante el dolor; lo que para una resulta intolerable, no altera a otra, aunque las dos sientan dolor. Hay dolores que producen angustia, depresión, náuseas y lágrimas en cierta gente pero no en otra.
La tolerancia al dolor puede variar en una misma persona según las circunstancias y el estado psíquico. Muchas veces te preguntarás si exageras. La respuesta probablemente es no. Pero para comprobarlo, existen especialistas que pueden realizar una medición del dolor según distintas escalas unidimensionales (que analizan una dimensión del dolor) o multidimensionales (que analizan diversos aspectos como las sensaciones, la frecuencia, la intensidad…). Las hay particularmente útiles para los niños, con dibujos de expresiones faciales con las que podrán identificarse.
Mediciones aparte, el nivel de dolor que llegan a sufrir dos personas con lesiones similares varía. Estas diferencias pueden ser reflejo de la educación o cultura de cada uno. Sin embargo, existen cada vez más pruebas de que la respuesta al dolor tiene mucho que ver con nuestros genes y nosotros, por supuesto, no tenemos control sobre ellos.
Y aún podemos afinar más. Por ejemplo, mujeres y hombres no somos iguales y, por tanto, tampoco actuamos igual frente al dolor. De hecho, al contrario de lo que siempre hemos pensado, ellos aguantan mejor. Eso sí, parece ser que las mujeres responden mejor a los analgésicos.
La diferencia la marca una proteína y las conclusiones del estudio que lo investigó se publicaron en la revista especializada Proceedings of the National Academy of Sciences. El trabajo indicó que una proteína (GIRK) en el organismo de los hombres transmitía el dolor con menor intensidad. Sin embargo, en las mujeres, si bien lo transmitía con mayor agudeza, era más sensible a la acción de los analgésicos.
Proteínas aparte, los expertos empiezan a medir también otras variables como la experiencia personal. Por ejemplo, aquella antigua máxima de “Los chicos no lloran” ha acabado desarrollando mecanismos psicológicos de tolerancia al dolor entre ellos. Increíble, ¿verdad?
Por otro lado, la tolerancia puede cambiar incluso con la edad: a medida que envejecemos, se producen unos cambios en el organismo que disminuyen en nosotros la percepción del dolor.
Lo que sí está claro es que, frente a determinadas situaciones, la reacción es similar. Por ejemplo, si tropezamos en una huida frente a algún peligro, probablemente ni mujeres ni hombres seremos conscientes de ello. Esto se debe a que, dentro del circuito neurológico del dolor, los receptores de los opiáceos naturales –las encefalinas, las dinorfinas y las endorfinas– actúan como analgésicos sin interferir en la actividad motora. Éstas evitan que el cerebro sea consciente del dolor, lo que explicaría por qué, en algunas circunstancias, como en momentos de riesgo vital, en una huida o en la lucha, el organismo no es consciente del dolor.
El deporte es uno de los mejores motores de producción de endorfinas; por ello, realizar cualquier tipo de ejercicio físico no sólo es beneficioso para mantener una forma física óptima, sino también para regular el dolor. Lo mismo ocurre con la risa o las reuniones sociales satisfactorias, excelentes productores de endorfinas.
Paradójicamente, ciertas terapias para el dolor, se basan en estrategias de la medicina alternativa, donde se utilizan agujas que se insertan en la piel, generando estímulos dolorosos, que el paciente tolera, para llegar al objetivo del tratamiento su patología dolorosa.
En la actualidad, hay dos líneas de tratamiento del dolor:
-La terapia mediante farmacología consiste en el suministro de drogas para paliar el síndrome álgico.
-La terapia mediante medicina física o electromedicina consiste en la aplicación de corrientes de distinta índole y ondas sónicas para tratar el dolor, dentro de la amplia gama de dispositivos de electroterapia disponibles.
En el tratamiento del dolor, hay que distinguir entre:
-Tratamiento del Dolor agudo es el "normal" o habitual. Es el que se siente cuando nos golpeamos un dedo, nos rompemos un hueso, tenemos dolor de muelas o caminamos tras una operación quirúrgica importante.
-Tratamiento del Dolor crónico es una "enfermedad del dolor", un dolor constante, en la que el dolor se siente cada día, mes tras mes, y parece imposible de curar.
-Tratamiento del dolor en el cáncer, en el cáncer terminal y en otras enfermedades que cursan con dolor crónico y agudo está descrito en la Escalera analgésica de la OMS (Organización Mundial de la Salud). En ella se describen los distintos tratamientos y medicamentos.
El general, resulta más sencillo tratar el dolor agudo, que normalmente se ha generado debido a la presencia de daño en un tejido blando, una infección y/o una inflamación. Normalmente se trata con medicamentos, usualmente analgésicos, o mediante técnicas apropiadas para eliminar la causa y controlar la sensación dolorosa. Si el dolor agudo no se trata adecuadamente, en algunos casos puede degenerar en dolor crónico.
Este problema puede generar problemas psicológicos que confunden al paciente y a los profesionales médicos.
Un sondeo de americanos adultos identificó que el dolor es la razón más común por la que la gente utiliza la medicina complementaria y alternativa.
Esta propone el uso de suplementos nutricionales tales como curcuma, glucosamina, condroitín sulfato, bromelaina y ácidos grasos omega-3.
Se ha probado también que la hipnosis así como diversas técnicas perceptivas que provocan estados alterados de la consciencia pueden ser una ayuda importante en el tratamiento de todos los tipos de dolor.
Asimismo, algunos tipos de manipulación física o ejercicio muestran también interesantes resultados.
Bien…no debemos acostumbrarnos a vivir con dolor. Se puede mejorar la calidad de vida consultando a profesionales de la salud.
Fuentes:
http://www.medicinayprevencion.com/dolor
http://www.ar-revista.com/salud/enfermed
http://www.medicinayprevencion.com/dolor
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