MIRANDO A LOS OJOS


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Observo el gesto del rostro de la fotografía y el miedo que refleja su mirada supera la belleza de sus ojos. Esta niña es casi un icono del dolor, de la injusticia, de la impotencia, del desastre de la guerra…de esto de destruirnos, de olvidarnos del amor, de permitirnos la violencia. Y no es que me impresione porque su gesto no me sea cotidiano. No, aquí cerca, aquí al lado, también vive la injusticia, también hay caritas asustadas de hambre y frío, también hay muchos “nadies” pequeñitos. Creo que casi son invisibles y esa es la tragedia…Las caritas de la pobreza estructural no son portada de diarios y revistas. Demasiado cotidiano, demasiado encarnado. Los espectadores se acostumbran, es parte del paisaje…no define récords de ventas.

“Cuando le pedí que se corriera la burka descubrí esos ojos brillantes, que transmitían dolor interior y sufrimiento y que yo tenía en mi mente desde hacía 17 años. No tuve dudas de que era la niña afgana.”

Steve McCurry, el autor de la célebre fotografía de la niña afgana publicada por National Geographic en 1985, un símbolo del padecimiento de las mujeres de ese país, se conmovía al explicar cómo encontró a la ahora mujer de casi 30 años en una villa de Afganistán.
“Mi primera emoción fue haber descubierto que estaba viva”, dijo McCurry.
La niña de los ojos verdes de la foto fue anónima hasta que después de casi dos décadas pudo ser localizada e identificada como Sharbat Gula.
“Puedes ver el dolor y el sufrimiento detrás de la burka, el dolor interior que está impreso en su cara.
“La reconocí de inmediato por un par de razones. Primero, el color de los ojos, únicos. Segundo, tenía una marca distintiva en su hermosa nariz, y su postura, sus movimientos. Estaba excitado de saber que estaba viva. Fue un shock. Ahora, por su cultura pashtún, usa burka y velo y sus ojos no se ven.” , contó Steve.

Sus ojos, dice McCurry, de 51 años, “siguen teniendo mucha intensidad, son muy penetrantes. Pero reflejan las marcas de su pasado: primero perdió a sus padres cuando era una niña con los bombardeos, vivió en una villa que fue bombardeada por los rusos, huyó caminando a Paquistán, creció en una tierra extraña y vivió una vida terrible”.
Sharbat no sabía de la existencia de la foto. “Pero se sorprendió más aún cuando le expliqué que durante 17 años había gente que todavía preguntaba por ella, para saber qué le había pasado y dónde estaba”, dice Mc Curry.

La vida de la niña de los ojos verdes fue como la de miles de chicos de ese país, castigados por el horror de la guerra, el hambre y la muerte.
Durante años la atormentaron el sonido de los aviones y el silbido de las bombas. En el campo de refugiados Nasir Bagh, en Paquistán, creció junto a sus hermanos en el comienzo de la década de 1980. Sus recuerdos la transportan aún hoy a las frías madrugadas de invierno, cuando se levantaba al alba para orar y se iba a la cama sin haber probado bocado.
El caos de la guerra y el desgarro permanente no le apagaron, sin embargo, el brillo de sus ojos de esmeralda que conmovieron al mundo en 1985 cuando su cara fue la portada de la revista National Geographic.

Su rostro, desde ese momento, fue un ícono del sufrimiento de los refugiados afganos. “Sus ojos son tan impresionantes ahora como lo eran entonces”, cuenta el fotógrafo.

La productora de la organización que trabajó en el documental sobre su vida, Carrie Regan, señaló que cuando la entrevistaba en la frontera entre Paquistán y Afganistán, en enero último, tuvo que cubrirse la cara con el chador para ocultar las lágrimas.
El hermano de la niña dijo en el documental que no recordaba ningún momento feliz en la vida de Sharbat Gula.
En 1992, con 22 años, dejó el campo de refugiados y se instaló en una villa en el este de Afganistán. Ya estaba casada con un panadero con quien tuvo cuatro hijas, una de las cuales murió siendo muy pequeña.
Sharbat es ahora madre y esposa devota y sigue fielmente las tradiciones de su cultura y religión.
Su búsqueda acompañó a McCurry por 17 años. Por su lente habían pasado miles de rostros anónimos, pero sólo uno, el de ella, seguía dando vueltas en su memoria.

En enero de ese año, cuando las bombas, esta vez norteamericanas, volvían a caer sobre suelo afgano, McCurry regresó a Paquistán y aprovechó para retomar una misión que parecía imposible: encontrar a aquella niña cuyo nombre desconocía. El día de la foto estaba sin intérprete en el campo de refugiados, por lo que nunca supo su nombre.
Pero tenía el elemento más valioso en su poder: la foto de Sharbat tomada en 1984.
Para encontrarla, McCurry empezó la búsqueda en el lugar donde había visto por primera y única vez a la niña, el campo de refugiados de Nasir Bagh. Pero lo estaban demoliendo.
Tuvo la suerte de encontrar a un antiguo vecino de la casa donde había vivido Sharbat cuando era adolescente. Y éste, que conocía a su hermano, lo condujo hasta ella. Pero no fue sencillo.
A fines de enero se encontraron en una casa en Paquistán.
“Lo primero que noté, explicó Regan, fueron sus ojos. Brillaban como luces desde atrás de los pliegos del chador. Y por primera vez pensé: “Dios mío esta podría ser ella“.
“Cuando se levantó la burka, vi sus ojos y era ella. Estaba viva.”

Sharbat Gula se convirtió en la portada más famosa de la revista en sus 114 años de existencia, no es la misma. En su avejentado rostro, ya no brillan con la misma intensidad esos ojos verdes que cautivaron al mundo y que se conviertieron en todo un símbolo de la miseria y el sufrimiento del pueblo afgano.

Meses después de su segundo encuentro, el enigma de los ojos verdes regresa en abril a la portada de National Geographic, la revista de mayor difusión del mundo, para desmentir la noticia falsa publicada hace menos de un mes por The Observer.
Según este diario, la niña había sido localizada, se llamaba Alam Bibi, era modelo y la CIA la buscaba por su presunta relación con la familia de Bin Laden, a los que había dado clases de inglés.
Pero ni es modelo, ni conoce a ningún miembro del clan Bin Laden ni sabe una sola palabra de inglés. Según ha comprobado el fotógrafo, la mujer vivía alejada del mundo en una aldea de Afganistán sin saber que su cara se había hecho famosa y totalmente ajena a la conmoción mundial que causó su mirada.

La recuerdas, cierto? Tan hermosa… casi deliciosamente triste y aterrada. Abrumadora belleza, fruto del despiadado egoísmo del poder.

Deberíamos mirar más a los ojos de los niños. Algunos tienen hambre de pan, otros, de afecto; muchos, de paz. Saben? Algunos, quizás los nuestros, sólo necesitan que los escuchemos. No esperemos que sean portada de una revista.

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