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Por razones de higiene, a la entrada de las cámaras de gas había rejillas de hierro. Ahí los funcionarios limpiaban el barro de sus botas.
Los condenados, en cambio, entraban descalzos. Entraban por la puerta y salían por las chimeneas, después de ser despojados de los dientes de oro, la grasa, el pelo y todo lo que pudiera tener valor.
Allí, en Auschwitz, el doctor Josef Mengele hacía sus experimentos.
Como otros sabios nazis, él soñaba con criaderos capaces de generar la súper raza del futuro. Para estudiar y evitar las taras hereditarias, trabajaba con moscas de cuatro alas, ratones sin patas, enanos y judíos.
Pero nada excitaba tanto su pasión científica como los niños gemelos.
Mengele repartía chocolatines y afectuosas palmadas entre sus cobayos infantiles, aunque en la mayoría de los casos no resultaron útiles al progreso de la Ciencia.
Intentó convertir a algunos gemelos en hermanos siameses, y les abrió las espaldas para conectarles las venas: murieron despegados y aullando de dolor.
A otros trató de cambiarles el sexo: murieron mutilados.
A otros les operó las cuerdas vocales, para cambiarles la voz: murieron mudos.
Para embellecer la especie, inyectó tintura azul en gemelos de ojos oscuros: murieron ciegos.
De "Espejos". Galeano.
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