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En 1923 se publicó en Alemania un libro breve en su extensión, profundo y luminoso en su contenido, bello y conmovedor en su escritura. Ese libro tiene una poderosa vigencia; es una obra necesaria aquí y ahora.
Su título: Yo y tú . Su autor: el filósofo y teólogo Martín Buber, quien nació en Viena en 1878, estudió en Leipzig, Alemania, se doctoró en Berlín, emigró a Palestina cuando Hitler tomó el poder, y murió en 1965 en Jerusalén. Buber llamaba a "yo-tú" la "palabra primordial". La consideraba vocablo único, imposible de separar, puesto que "yo" nada significa sin la noción de "tú" y dado que, en cuanto pronuncio el pronombre "yo", me convierto en el tú de otro.
¿Por qué esa palabra es primordial? Porque es fundadora de nuestra existencia, de nuestra identidad y de nuestra interacción como seres humanos. Yo-tú funda el mundo tal como lo conocemos y lo experimentamos, y nos instala en él. Es la vivencia que, al atravesarnos, nos hace humanos.
Veámoslo en palabras de Buber: "El hecho fundamental de la existencia humana, escribe en ¿Qué es el hombre? (otra de sus obras), no es ni el individuo en cuanto tal ni la sociedad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas, no pasan de ser formidables abstracciones. El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Un ser humano busca a otro ser humano concreto y se comunica con él en una esfera común a los dos, pero que sobrepasa el campo propio de cada uno". Está claro que esa alteridad excede lo que se conoce como dinámica de las relaciones interpersonales. En ella está la trascendencia de cada ser.
Decía Buber que hay un tú infinito, al que puede llamarse Dios, y que éste se manifiesta en cada tú individual, concreto, en ese tú que es el otro para mí, en ese tú que soy yo para el otro. Cuando este vínculo no se produce, sostenemos relaciones yo-ello. El ello de Buber no es el de Freud. Es externo; denomina al mundo que nos rodea, a los objetos; es aquello de lo que somos observadores. En esa relación observador-observado nuestro conocimiento es parcial; no hay trascendencia; no hay fusión; sólo información. No se puede vivir sin el ello, decía el filósofo, pero no se puede vivir sólo en él.
Sobre estos conceptos, Buber fundó la filosofía del diálogo. Diálogo es el encuentro yo-tú. En el diálogo se da una relación directa y mutua, de identidad y reconocimiento. Cada persona confirma a la otra como un valor en sí mismo. Las personas son fines una para otra, no medios. No hay utilitarismo. En el diálogo se habla con el otro, no del otro. Es una experiencia profunda que resuena en todos los planos, incluso en el espiritual.
Frente a al diálogo está el monólogo. En éste, cada persona conoce a las otras sólo para usarlas. Se vale de ellas o las niega. Ignora sus razones y su existencia. Desconoce al tú y así se desmerece como yo; vacía de trascendencia su propia existencia. Hace del otro un objeto; rompe la palabra primordial y él mismo se hace objeto; pierde su calidad de sujeto. El ser humano, decía Buber, se plasma en la recíproca presencia, se reconoce y se realiza en cada encuentro de un yo y un tú. Y lo más valioso de ese encuentro reside en que se da sin fines, sin utilitarismo. Es un encuentro sin búsqueda.
Martin Buber llevó esta concepción a su vida y a la vida. Propuso y protagonizó encuentros interreligiosos; impulsó proyectos para Medio Oriente, en los cuales veía la posibilidad de la resolución del conflicto árabe-israelí por esta vía. No dejó de impulsar la idea hasta sus últimos días y aun contra las duras críticas de muchos de sus más enconados compatriotas. Llevó el existencialismo humanista que profesaba a los actos de su vida, además de sus escritos y su práctica académica. Unió en acciones dos valores que consideraba esenciales en el diálogo yo-tú: el compromiso y la responsabilidad.
Ese pequeño, profundo, bello y esencial libro de 1923 adquiere una resonancia que atruena en el mundo de hoy, el mundo del enfrentamiento continuo, del reclamo de derechos con olvido de deberes, en el mundo donde el que tiene poder aprieta, ningunea, ignora, desprecia, odia, rompe de palabra y de hecho el vocablo yo-tú primordial y luego salta sobre sus trozos.
Urge volver a modular la palabra primordial antes de que terminemos de perder nuestra condición de sujetos y nuestra dignidad de humanos.
La palabra primordial se rompe y se vacía en las corruptelas parlamentarias; en los discursos prepotentes; en la toma de un colegio; en el asalto de una calle o una ruta; en la ignorancia de un acuerdo; en la falta a una promesa; en una burla electoral "testimonial", en el olvido de que quienes votan son mandatarios y los votados son los mandados, en la violación de leyes, normas y reglas, en el uso de lo público para provecho propio, en el arribismo, en el ventajismo, en la violencia del lenguaje y de la acción, en el falseo de cifras esenciales y necesarias, en la pandémica e inmoral expansión de la pobreza, en los enriquecimientos inexplicables e inexplicados, en el uso vil del hambreado, en la manipulación de la justicia, en la invocación perversa de los derechos humanos.
En todas estas acciones se cree que el otro no importa, que el tú es innecesario. Todas estas acciones son monólogos. Todo el acento está en el yo. Media palabra, palabra rota. "Del hombre a quien llamo tú no tengo un conocimiento empírico. Pero estoy en relación con él en el santuario de la palabra primordial", escribía Buber. E insistía en que la negación de ese tú lleva a la desaparición de quien se dice yo.
"La palabra primordial yo-tú sólo puede ser dicha con la totalidad del ser.", señala en una de las frases más hermosas de su libro y de su pensamiento. Y completa: "Toda vida verdadera es encuentro".
Duele leer esto en el mundo del desencuentro y del monólogo autista y autoritario. Pero también aviva la memoria, convoca a recordar la palabra primordial, invita a volver a pronunciarla.
Al menos, quienes estén dispuestos a templar para ello su voz y a abrir sus oídos en una escucha hospitalaria.
Fuentes: La voz del interior.
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