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Durante treinta años, Morrie Schwartz fue profesor de sociología en la Universidad de Brandeis, en Massachusetts, Estados Unidos. Mitch Albom era uno de los discípulos preferidos de este catedrático, que solía tomar su materia como un simple pretexto para explorar la vida, como un minero que baja a las vetas más profundas iluminándose con la luz que sale de su casco.
En 1979, cuando Albom se graduó, Schwartz (hijo de un inmigrante ruso judío que escapó de las persecuciones zaristas) le preguntó: "¿Te mantendrás en contacto conmigo?". La respuesta fue: "Por supuesto". Pero Albom se lanzó a su propia vida profesional y no volvió a contactarse con su maestro hasta que, a principios de 1995, vio que en el programa televisivo Tonight Ted Koppel entrevistaba a un deteriorado Schwartz.
Morrie tenía entonces 78 años y sufría una enfermedad deformante y terminal. En la entrevista hablaba con notable sabiduría y serenidad acerca de la muerte y del sentido de la vida.
Al día siguiente, Mitch Albom se comunicó con su antiguo profesor. De inmediato lo visitó. E iniciaron una serie de encuentros, cada martes, en la casa del declinante Schwartz.
Lo hicieron a lo largo de catorce semanas. Mantenían lentas, cálidas, profundas, serenas conversaciones. Aunque la muerte de Morrie se avecinaba, nada los apuraba, degustaban sus diálogos y consolidaban su afecto al margen de la autopista de las ansiedades urbanas, de las desesperadas carreras de millones de personas que disparaban, se atropellaban, se ignoraban, competían y se manipulaban allí nomás, del otro lado de la puerta.
Morrie Schwartz murió a finales de 1995. Dos años después, Albom publicó Martes con mi viejo profesor ( Tuesdays with Mitch ), un libro bello y sabio que, en poco más de 200 páginas, rescata aquellos encuentros que tenían como tema el amor, el matrimonio, el dinero, la cultura, la muerte, la vida, en fin.
Más de tres millones de ejemplares se vendieron desde entonces en todo el mundo y en varios idiomas. Otras tantas personas vieron el film basado en esa obra: Lecciones de vida , con Jack Lemmon como Morrie y Hank Azaria como Mitch. Schwartz sigue transmitiendo sus lecciones, desde que murió, a un aula enorme y creciente.
"Un gran problema -dice Morrie en el libro- la prisa que tiene todo el mundo. Las personas no encuentran sentido en sus vidas, por eso corren constantemente buscándolo. Piensan en el próximo coche, en la próxima casa, en el próximo trabajo. Y después descubren que esas cosas también están vacías y siguen corriendo."
Estas palabras vienen muy a cuento en estos días. La prisa, el apuro como forma de vida.
Para un observador ajeno (un extraterrestre que nos observara a través de un microscopio gigante, por ejemplo) parecería que llega el fin del mundo por la desesperada necesidad de hacer todo ligero, sin pausa, sin tiempo de observación y análisis.
No percibimos el sinsentido de muchas de esas urgencias, la facilidad con que eso, lo urgente, se devoró el tiempo de lo importante.
La prisa, el apremio cegador que convierte a los otros en meras siluetas -o en obstáculos o, a lo sumo, en medios para un fin- son hijos de una carrera sin destino trascendente. Cuando se llega a la meta, allí no hay nada. La carrera se reanuda entonces. Quizás en la próxima meta está el premio. Hay, a menudo, trofeos que brillan pero siguen siendo insuficientes, sobre todo cuando el vacío es interior, existencial.
La nueva meta suele llamarse "el año próximo". Ese que, al final, será escenario de más aceleración, a menos que, en su tránsito, se hayan delineado propósitos de vida en los cuales los contenidos espirituales se impongan a los materiales.
Cuando no es así, la prisa, la urgencia, la ansiedad, son apenas otros tantos sinónimos de fuga. Una evasión hacia adelante, con la vana esperanza de escapar al sinsentido. Al revés de los pollitos en fuga, del magnífico film animado de Nick Park y Peter Lord, en el que la huida de las aves era un acto de libertad, de dignidad, de reivindicación de la vida solidaria, estos humanos en fuga escapan sin destino.
Uno de los últimos consejos que Morrie le da a Mitch, durante sus conversaciones de los martes, es éste: "Invierte en la familia humana. Invierte en las personas. Construye una pequeña comunidad con los que amas y con los que te aman. Al principio de la vida, cuando somos niños recién nacidos, necesitamos de los demás para sobrevivir, ¿verdad? Y al final de la vida, cuando te pones como yo, necesitas de los demás para sobrevivir, ¿verdad? Pero he aquí el secreto: entre las dos cosas, también necesitamos de los demás".
Quizá, de eso se trate. Quizás esto haga que la vida no sea una fuga acelerada. Quizás el secreto esté en vivir no con más, sino con los demás. Quizá sea bueno vivir un año lleno de martes como los de Morrie y Mitch. Que así sea.
Párrafos extraídos de Diario La Nación. (Sinay)
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