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Resulta interesante analizar el humor en los ecosistemas laborales.
A mí siempre me gusta matizar algo tan prioritario que quizá por ello pasa inadvertido en muchas ocasiones. Una cosa es el humor y otra las bromas pesadas, la zafiedad, el mal gusto (el humor chabacano siempre ha encontrado un gran aliado en la escatología) la socarronería, o el comportamiento bufo.
Muchas personas agreden verbalmente con una gracieta hiriente o socarrona y acto seguido se protegen de la crítica soltando un impune «qué poco sentido del humor tienes». Zaherir a alguien no es tener sentido del humor. Mofarnos de un defecto físico tampoco. Agrego…no le encuentro la gracia o motivo de risa al hecho de presenciar que alguien se golpee o se caiga. Hay en la red cientos de videos “graciosos” que contienen golpes graves de niños o ancianos. Desagradable…
Reivindicar entornos enseñoreados por el buen humor es apelar a un humor despojado de vulgaridad, purgado de burla y grosería.
Yo al menos me refiero a un humor que arranca chispas ingeniosas, detonaciones episódicas de creatividad, que enhebra palabras aparentemente inconexas pero regocijantes, que interpreta y verbaliza la realidad de un modo original, imprevisto, cómico, desdramatizado.
Daniel Goleman escribió en el ensayo Inteligencia Social que «la risa es la distancia más corta entre dos cerebros». Está comprobado que nuestro cerebro prefiere los rostros alegres, sonrientes, exultantes, felices.
Una cara avinagrada es una papeleta para que entre su dueño y los demás haya una más que prudencial barrera de seguridad. Quizá estén separados por medio metro, pero entre ellos es probable que haya varios kilómetros de distancia.
Fuente: http://www.negociaccion.net/frontpage/humor-y-humor-3.
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