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A principios del siglo xvi, en los primeros años de la conquista europea, el racismo se impuso en las islas del mar Caribe. Coartada y salvoconducto de la aventura colonial, el desprecio racista se realizaba plenamente cuando se convertía en el autodesprecio de los despreciados.
Muchos indígenas se rebelaron y muchos se suicidaron, por negarse al trabajo esclavo, ahorcándose o bebiendo veneno; pero otros se resignaron a otra forma de suicidio, el suicidio del alma, y aceptaron mirarse a sí mismos con los ojos del amo.
Para convertirse en blancas damas de Castilla, algunas mujeres indias y negras se untaban el cuerpo entero con un ungüento hecho de raíces de un arbusto llamado guao. La pasta de guao quemaba la piel y la limpiaba, según se decía, del color malo. Un sacrificio en vano: al cabo de los alaridos de dolor y de las llagas y las ampollas, las indias y las negras seguían siendo indias y negras.
Siglos después, en nuestros días, la industria de los cosméticos ofrece mejores productos. En la ciudad de Freetown, en la costa occidental del Africa, un periodista explica: "Aclarándose la piel, las mujeres tienen mejores posibilidades de pescar un marido rico". Freetown es la capital de Sierra Leona: según los datos oficiales, del Sierra Leone Pharmaceutical Board, el país importa legalmente veintiséis variedades de cremas blanqueadoras. Otras ciento cincuenta entran de contrabando.
Eduardo Galeano.
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