ESTADO de BIENESTAR

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La sociedad actual persigue el crecimiento económico porque lo asocia a mayor bienestar y felicidad. Sin embargo, una vez superadas las etapas iniciales del progreso económico, las evidencias no son claras en este sentido. El crecimiento permanente comporta perjuicios en lo individual (estrés, adicción al consumo, falta de tiempo para la familia, etc.) y en lo colectivo (salud ambiental, consumo insostenible de los recursos naturales, privación a generaciones futuras, etc.).
Por tanto, el objetivo principal no debería ser el crecimiento económico per se (que no es positivo ni negativo), sino la mejora del bienestar individual bajo el respeto del bienestar colectivo, tanto actual como futuro.

Nuestra forma actual de vida empuja hacia el consumo y el derroche, pero ¿somos más felices por ello?

En los primeros estadios del desarrollo, el crecimiento del PIB y del consumo van parejos con el incremento del bienestar. Sin embargo, una vez satisfecho un determinado nivel de necesidades, parece existir consenso entre economistas y psicólogos para afirmar que la felicidad y la calidad de vida colectiva dejan de ajustarse al incremento del PIB, especialmente cuando existen grandes diferencias en la distribución de la renta. Esta convicción se explica por el hecho de que el dinero (y la adquisición de bienes y servicios que permite) es solo un componente más de la felicidad, en la que existen otros muchos factores, como las relaciones familiares, la comunidad y los amigos, la salud, la propia carga genética, las relaciones laborales, el ambiente social externo y los valores personales hacia la vida.
A partir de ciertos niveles, el aumento en términos de bonanza económica suele entrar en contradicción con el resto de componentes que conforman el bienestar.

En el último siglo ha aumentado significativamente nuestra esperanza de vida, pero el estrés con que la vivimos provoca que no la aprovechemos adecuadamente para ser más felices. Con frecuencia trabajamos para poder consumir más y no para satisfacer el verdadero aliciente de vivir. Simplificar nuestros hábitos de vida puede llevar asociada una reducción en el tiempo de trabajo remunerado necesario para satisfacer nuestras necesidades; lo que también tendría consecuencias en el reparto del trabajo. La moderación en el consumo y la simplicidad voluntaria (downshifting) dotan de mayor libertad a los individuos porque rompen las ataduras sociales ligadas a la codicia. Es una propuesta de austeridad, no de pobreza, que consiste en librarse de lo superficial para dedicarse a lo fundamental, no solo en relación con los objetos, sino también en la esfera de las actividades y el uso del tiempo (como, por ejemplo, el dedicado a la familia y a la educación de los hijos).

Además, la sobriedad nos permite compartir los recursos no solo con los habitantes de hoy, sino también con los de generaciones futuras, al reducir nuestra huella ecológica. La actual sociedad de consumo no es generalizable y resulta, pues, insostenible. Es una cuestión de ética intergeneracional y de solidaridad, que propone un modo de vida que pueda ser extensible, que pueda ser compartido por todos.

Desde la sobriedad personal hacia la sostenibilidad colectiva

Además de las consecuencias personales, la reducción en los ritmos de consumo y de producción tiene la ventaja de disminuir los impactos negativos del sistema económico actual. Es por ello que se debe plantear tanto en el ámbito personal como en el colectivo, en el que resulta imprescindible el compromiso de las instituciones, fomentando prácticas más respetuosas con el planeta y educando en valores más solidarios y más críticos ante el consumo.

Incesantemente se aboga por la necesidad de incrementar el consumo para salir de la crisis actual y efectivamente será la solución a corto plazo; pero será difícil evitar que no se convierta en la semilla de futuras crisis. A largo plazo se hace necesario proponer y fomentar cambios en la perspectiva y animar el debate hacia un esquema diferente, que reenfoque las prioridades personales y colectivas.
Es un cambio cultural lento, en el que sería necesario la colaboración de las instituciones para crear un clima social favorable a una visión diferente del consumo, a aceptar una nueva distribución del tiempo entre el trabajo remunerado y el no remunerado, a fomentar la reutilización, a rechazar el derroche, a movilizarse por el bien personal y por el colectivo. No hay que olvidar que los hábitos sociales son difíciles de alterar, pero todos conocemos grandes cambios logrados gracias a campañas apropiadas de sensibilización y a una adecuada comunicación (por ejemplo, la incorporación del voto femenino, el uso del cinturón de seguridad, la percepción ante el tabaco, etc.).
En este sentido habría que incidir también en la educación que reciben las generaciones más jóvenes, para dar importancia al respeto al medio ambiente, fomentar el consumo responsable y mesurado, insistir en las consecuencias colectivas de nuestros actos individuales y evitar instaurar modelos de comportamiento personal insostenibles.

Las incomodidades generadas por la crisis y el paro, así como el descontento de mucha gente ante el funcionamiento de un capitalismo deshumanizado, pueden facilitar el interés de determinados grupos de individuos por un planteamiento de vida diferente. No debería desaprovecharse esta ocasión para fomentar estilos de vida más sencillos, menos consumistas y más respetuosos con el planeta, tanto entre aquellas personas que lo sienten como una necesidad como entre las que lo defienden por convicción.

Es evidente que un planteamiento de este tipo supone un cambio profundo y complejo, con muchos interrogantes por resolver. Pero desde una perspectiva integral se hace necesario iniciar el avance hacia un modelo más respetuoso, tanto en lo personal como en lo comunitario. El camino es largo, pero inevitable desde el punto de vista de la honestidad hacia las generaciones futuras. Por tanto, hay que empezar a caminar en una nueva dirección y asumir que iremos aprendiendo durante la travesía hacia un nuevo estilo de vida, respetuoso con uno mismo, con los demás y con el hogar que todos habitamos.

Es hora de que el crecimiento económico no sea el principal factor a tener en cuenta y deje paso a otros ámbitos más respetuosos con el planeta y con el bienestar individual y colectivo, presente y futuro.

“La dificultad no es tanto concebir nuevas ideas como saber librarse de las antiguas” (J.M. Keynes)

Fragmento de Vicent Cucarella.

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