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El Principito, uno de los libros más leídos hasta la fecha, fue escrito por el piloto francés Antoine de Saint-Exupéry hacia 1942, exiliado en Nueva York.
Descendiente de aristócratas, bohemio, mujeriego, vagaba por Manhattan como alma en pena. Lejos de los aviones que le devolvían la libertad, comenzó a trabajar en una historia sobre la sabiduría de los niños y la estupidez de los adultos.
El protagonista, aviador como Saint-Exupéry, se accidenta en el desierto del Sahara. Allí aparece un pequeño príncipe, habitante del planeta Asteroide B612, con el que comienza a conversar. De esos diálogos surge una peculiar mirada sobre lo que es importante en la vida.
Dos años más tarde de haber escrito su obra inmortal, Antoine de Saint-Exupéry venció los miedos que lo alejaban de los aviones. Había sufrido demasiados accidentes; padecía sobrepeso y apenas cabía en la cabina de los aviones de la época... y por fin, volvió a volar.
El 31 de julio de 1944 salió del aeródromo de Bastia, en Córcega, a las 8:45 de la mañana. La misión consistía en volar sobre los Alpes franceses y Grenoble. Casi dos horas más tarde la base aérea perdió contacto con el avión de Saint-Exupéry. Debía regresar a las 12:35 pm, pero nunca más se supo del avión ni del piloto.
Como el tripulante era un hombre conocido, se gestaron una serie de conjeturas: infarto, defecto de la máscara de oxígeno, suicidio, choque entre aviones en el aire…
Recién en setiembre de 1988 se descubrió la punta del ovillo. Un pescador de Marsella, de apellido Bianco, extrajo del mar, entre sus redes, una pulsera de plata. Los nombres grabados correspondían con los del escritor.
Bianco buscó ayuda en una empresa especializada en rescates submarinos. Tardó dos años este equipo, bajo la dirección de Luc Vanrell, en encontrar el avión de Saint-Exupéry, cerca de la isla de Riou, a 85 metros de profundidad.
Vanrell descubrió muy cerca del avión de Saint-Exupéry, un motor de un avión alemán y entonces, contactó a un aristócrata alemán, Lino von Gartzen, especializado en historia de la Luftware.
Lino von Gartzen comenzó una investigación entre pilotos octagenarios hasta llegar a Horst Rippert.
Este ex piloto confiesó inmediatamente que él había derribado el avión de Antoine de Saint-Exupery. Tenía 24 años entonces y la mañana era luminosa en las cercanías de Marsella, cuando divisó el Lockheed P-38 en el horizonte. Pensó: “Si no te apartas ahora, te acribillo’’. Y no lo perdonó.
Rippert se enteró días más tarde de quién era el piloto que había derribado. Y nunca se imaginó que la vida le jugaría semejante broma pesada: El se había convertido en piloto leyendo las obras de Antoine de Saint Exupéry.
“Adoraba sus libros. Era capaz de describir el cielo y el sentimiento de los pilotos como pocos’’.
Olivier d’Agay, sobrino nieto de Saint-Exupéry, saludó a Rippert, por su valentía al hacer pública una historia que sin duda no lo dejó dormir por años y que parecía haber salido de la cabeza de un novelista.
Hasta la fecha el curioso destino de Antoine de Saint-Exupéry y Horst Rippert ha sido registrado en dos libros: La verdadera historia del El Principito, de Alain Vircondelet; y El último secreto, de Jacques Pradell y Luc Vanrell, ambos editados en 2008. Dos obras que exploran la mala suerte de un lector que acabó con la vida del hombre que lo hizo soñar en su infancia.
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