UN TAL DARWIN… PARTE 1. EL VIAJE DEL BEAGLE


ByOskarele

A finales de verano o principios del otoño del año de nuestro señor de 1859, un tipo llamado Whitwell Elwin, director de la respetada revista inglesa Quarterly Review, recibió un ejemplar de un nuevo libro de un naturalista llamado Charles Darwin. Elwin se leyó el libro con interés y reconoció que tenía su mérito escribir semejante tocho. Pero temía que el tema fuese excesivamente especializado y no atrajese a un público amplio. Instó al tal Darwin a escribir un libro sobre las palomas en vez de aquel. "Las palomas son algo que interesan a todo el mundo" se ve que le dijo.

Poca gente ha habido en la historia más tontos que este Whithwell Elwin.

El sabio consejo fue ignorado por Darwin y "El origen de las especies por selección natural o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida", que es como se llamaba aquel libraco, fue publicado a finales de noviembre de aquel mismo año, 1859, al precio módico de 15 chelines.

La primera edición de 1250 ejemplares se vendió el primer día.

Las consecuencias de esta publicación serian inmensas, cambiando nuestra forma de ver este mundo que nos rodea.

Y todo gracias a un señor rural aficionado al estudio de las lombrices de tierra. Vamos a conocer un poco su historia:

Charles Robert Darwin
nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury, una tranquila población con mercado situado en la zona oeste de las Midlands inglesas. Fue el quinto hijo de seis de los hijos que tuvieron Robert Darwin, un medico acomodado, y de Susannah Wedgood. A los ocho añitos fallece su madre, el mismo año en que ingresó en la escuela diurna, donde comenzó a mostrar un gran interés por la historia natural.

A pesar de tener todas las facilidades económicas para recibir una buena educación, tuvo un rendimiento académico no demasiado brillante. Aunque le seguía interesando la historia natural, intentó estudiar medicina en la universidad de Edimburgo por satisfacer a su padre, pero no fue capaz de soportar la sangre y el sufrimiento,  no se aplicó lo suficiente en sus estudios. Parece ser que la experiencia de presenciar una operación practicada a un niño, comprensiblemente aterrado (no se empleaban anestésicos buenos todavía) le dejó traumatizado de por vida.

Intentó estudiar derecho en vez de medicina, pero le pareció insoportablemente aburrido. Al final se graduó en teología en Cambridge, un poco como último recurso.

En su segundo año en Edimburgo ingresó en la Sociedad Pliniana, un grupo de estudiantes de historia natural cuyos debates derivaron hacia el materialismo radical. Colaboró con las investigaciones de Robert Edmund Grant sobre la anatomía y el ciclo vital de los invertebrados marinos en el Fiordo de Forth. Un buen día, Grant expuso las ideas evolucionistas de Lamarck. Darwin quedó estupefacto, pero al haber leído recientemente ideas similares en los escritos de su abuelo Erasmus, mantuvo posteriormente una postura indiferente.

Su primo William Fox le introdujo en la moda popular de coleccionar escarabajos, a la que se dedicó con entusiasmo, consiguiendo publicar algunos de sus hallazgos. Se convirtió en un amigo íntimo y seguidor del profesor de botánica John Stevens Henslow y conoció a otros importantes naturalistas que contemplaban su trabajo científico como una teología natural, siendo conocido por estos académicos como "el hombre que pasea con Henslow".

Un día recibe una carta del Henslow este, en la que le propone un puesto como naturalista sin retribución económica junto al capitán Robert FitzRoy, básicamente como compañero en la mesa del comedor que como mero recolector de cosas, en los HMS Beagle, que iba a viajar a América del Sur y que duraría unos dos años. FitzRoy, un tipo raro, eligió a Darwin porque le gustaba la forma de su nariz (creía que indicaba profundidad de carácter), aunque no fue la primera elección. Lo único que compartían era una gran juventud: Darwin tenía 22 años y el capitán 23.


La misión era cartografiar aguas costeras, pero la pasión del capitán FitzRoy era buscar pruebas para una interpretación bíblica literal de la creación. Quizá por eso acepto a Darwin, que tenia formación religiosa. La cosa cambiaria posteriormente cuando Darwin se enfrentase a sus propias creencias cristianas.

El viaje duró al final cinco años, entre 1831 y 1836.

Esta fue, obviamente, la experiencia formativa de su vida, seguramente porque fue una de las más duras. Compartía con su capitán un camarote chiquitillo, lo que no debió resultar demasiado agradable, pues FitzRoy era conocido por sus arrebatos de furia, seguidos siempre de periodos de resentimiento y abatimiento. Estaban continuamente liados en peleas y disputas, algunas de las cuales eran auténticamente surrealistas y ridículas. Hay que tener en cuenta que los viajes en mar no eran demasiado positivos para las mentes depresivas. Y FitzRoy tenía una mente de estas. Se acabaría suicidando en 1865.


Hasta tal punto la relación era extraña que Darwin no se enteró hasta que acabó el viaje de que el capitán estaba prometido. Ni tan siquiera mencionó el nombre de la prometida.

Aparte de esto, el viaje que hizo nuestro amigo Darwin en el Beagle fue un exitazo. Vivió aventuras suficientes como para toda una vida. Recopiló una enorme cantidad de especímenes que le dieron trabajo durante años. Tomó notas escrupulosamente durante todo el viaje, y enviaba regularmente sus hallazgos a Cambridge, junto con una larga correspondencia para su familia que se convertiría en el diario de su viaje. Encontró magníficos fósiles gigantes antiguos, como uno de los mejor conservados “Megatherium”. Quedó fascinado con los bosques tropicales brasileños, así como con la fauna y flora de los diferentes sitios por los que pasaban, ayudando esto a que comprendiese que la separación geográfica y las distintas condiciones de vida eran la causa de que las poblaciones variaran independientemente unas de otras.

En Chile, Darwin fue testigo de un terremoto, observando indicios de un levantamiento del terreno, entre los que se encontraban acumulaciones de valvas de mejillones por encima de la línea de la marea alta. Sin embargo, también encontró restos de conchas en las alturas de los Andes, así como árboles fosilizados que habían crecido a pie de playa, lo que le llevó a pensar que según subían niveles de tierra, las islas oceánicas se iban hundiendo, formándose así los atolones de arrecifes de coral.

Poco después, en las Islas Galápagos, geológicamente jóvenes, Darwin se dedicó a buscar indicios de un antiguo centro de creación, y encontró variedades de pinzones que estaban emparentadas con la variedad continental, pero que variaban de isla a isla. También recibió informes de que los caparazones de tortugas variaban ligeramente entre unas islas y otras, permitiendo así su identificación.

En Australia, la rata marsupial y el ornitorrinco le parecieron tan extraños que Darwin pensó que era como si "dos creadores" hubiesen obrado a la vez.

En 1836, cuando tenía veintisiete años de edad, regresó a casa, tras una ausencia de cinco años.

Nunca más volvió a salir de Inglaterra.

Una cosa que no hizo en este mítico viaje fue proponer la teoría de la evolución… ni tampoco descubrirla, como veremos más adelante.

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