UN TAL DARWIN… PARTE 2. ¡EVOLUCIONAMOS! EL CAMINO HACIA LA TEORIA
ByOskarele
Como dijimos en el artículo anterior, el viaje que hizo nuestro colega Darwin en el Beagle fue increíblemente productivo e interesante. Pero hay una cosa que no hizo durante aquella genial travesía: en ningún momento propuso la teoría de la evolución. Para empezar habría que decir que este concepto tenía ya varias décadas de antigüedad, pero es que, además, Darwin, a su regreso, aun no se planteaba esta idea.
A su regreso, en 1836, Darwin se había convertido en una celebridad dentro del mundo científico, gracias a las comunicaciones que había ido enviando desde el barco a su amigo Henslow, que le había ayudado a embarcarse. El padre de Darwin organizaría las inversiones que permitirían a su hijo ser un caballero científico sustentado por sus propios ingresos. Comenzó a relacionarse y a codearse con la flor y grana del mundo científico ingles, hasta que el 17 de febrero Darwin fue elegido como miembro de la Sociedad Geográfica.
Fue precisamente en esta época cuando el joven Darwin leyó una obra titulada “Ensayo sobre el principio de la población” de Thomas Malthus, que postulaba que el aumento del suministro de alimentos nunca podría ser equiparable, por razones matemáticas, al incremento de la población. Esto ayudo a que formase su idea de que la vida es una lucha perenne y que la selección natural es el medio por el que algunas especies prosperan y el medio que hace que otras se extingan. Lo que percibió realmente el genio ingles es que los organismos competían por los mismos recursos y que los que tenían una ventaja innata lo tenían más fácil y, además, transmitían esa ventaja a sus descendientes. Y gracias a esto, las especies cambiaban. Evolucionaban.
Pero esta idea, aunque hoy en día nos parezca simple y clara, por no decir obvia, no le llegó por inspiración divina a Darwin. Le fue llegando poco a poco, conforme fue atando los cabos.
Lo curioso es que lo que inspiró sus conclusiones no fue el hecho de que apreciase, durante su estancia en las Galápagos, una interesante diversidad en los picos de unos pájaros llamados Pinzones, como cuenta la historia convencional de su vida (algo así como la manzana de Newton). Tradicionalmente se ha dicho que Darwin, cuando iba de isla en isla, se dio cuenta de que en cada una de ellas los picos de los pinzones estaban maravillosamente adaptados para el aprovechamiento de los recursos locales: en una isla eran picos cortos y fuertes, para poder partir frutos duros; en otras eran largos y finos… Esto le hizo pensar que esas aves igual no fueron hechas así, si no que, igual, se habían hecho a sí mismas.
Esta es la idea extendida sobre cómo surge en él la idea de la evolución. Pero no es real. Darwin no se dio cuenta de eso durante el viaje. No fue hasta su regreso cuando se enteró de que todos aquellos pájaros eran de la misma especie y fue gracias a su amigo ornitólogo John Gould. Por desgracia nuestro protagonista, al desconocer esto, no había reseñado que aves correspondían a cada isla (el mismo error tuvo con las tortugas), por lo que tardaría años en aclarar las cosas.
Por esto y por otros descuidos, Darwin no comenzó a bosquejar los principios de su teoría hasta por lo menos cinco años después de su regreso. Los desarrolló dos años después en un esbozo de unas 200 páginas (menudo esbozo). Y luego hizo una de las cosas más extraordinarias que ha hecho nadie: dejó a un lado sus notas y teorías, y durante una década y media se ocupó de otros asuntos: engendró diez hijos, dedicó ocho añazos a escribir una obra completa sobre el maravilloso mundo de los percebes (le fascinaban los invertebrados marinos… hay gente pa tó).
Esta demora en concluir sus investigaciones también fue motivada por un extraño mal que padeció nuestro protagonista, unos extraños trastornos que le dejaron crónicamente apático y débil, con terribles nauseas, migrañas, agotamiento, temblores, insuficiencia respiratoria, vértigo y depresión. No se sabe a ciencia cierta de que enfermedad que trata, aunque algunos aventuran que igual fue alguna enfermedad que el contagió algún insecto en Sudamérica y otros plantean que pudo ser algo psicosomático. Lo cierto es que este mal le tuvo muchos años prácticamente inútil, sin que pudiese apenas escribir. Además se tenía que someter a tratamientos chunguisimos: baños gélidos de agua helada, baños de vinagre, se ponía “cadenas eléctricas”, que le daban pequeñas descargas…
Esta dolencia explica que se convirtiese en una especie de eremita que apenas salía de su casa. Además en 1851 su querida hija Anne Darwin enfermó, avivando los temores de Darwin de que su mal pudiera ser hereditario, y tras una serie de crisis falleció.
Lo cierto es que Darwin durante esos años de dolencia mantuvo en secreto su teoría porque sabía muy bien que se iba a desatar una tormenta.
Y razón no le faltaba.
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