ByOskarele
Tras estos acontecimientos y temeroso de que el trabajo que llevaba realizando durante décadas quedase relegado en el olvido de un cajón, Darwin se propuso definitivamente publicar su gran obra, trabajando en ello durante meses, con enormes remordimientos pues, por un lado sentía que estaba atacando sus propias creencias cristianas y por otro, sabía que estos “ataques” afectaban enormemente a su beata y amada esposa.
En 1859 presentó al que sería el futuro editor, John Murray, un esbozo titulado “Un extracto de una ensayo sobre el origen de las especies y las variedades a través de la selección natural”… con semejante titulo su editor se asustó y decidió hacer una tirada inicial de solo 500 ejemplares. Finalmente, tras cambiar el titulo por el definitivo, y no menos extenso, “El origen de las especies mediante la selección natural o la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”, fue editado con una tirada inicial de 1.250 ejemplares, el 22 de noviembre de 1859.
Fue un éxito comercial inmediato.
No tuvo, sin embargo, la misma acogida entre la crítica, posiblemente porque la teoría que presentaba Darwin planteaba dos problemas irresolubles en aquel momento: necesitaba mucho más tiempo del que el colectivo científico estaba dispuesto a dar a la historia de la vida en la Tierra y contaba con escaso apoyo en el registro fósil.
Su teoría quedaba perfectamente resumida en la introducción del libro: “Como de cada especie nacen muchos más individuos de los que pueden sobrevivir, y como, en consecuencia, hay una lucha por la vida, que se repite frecuentemente, se sigue que todo ser, si varía, por débilmente que sea, de algún modo provechoso para él bajo las complejas y a veces variables condiciones de la vida, tendrá mayor probabilidad de sobrevivir y, de ser así, será naturalmente seleccionado. Según el poderoso principio de la herencia, toda variedad seleccionada tenderá a propagar su nueva y modificada forma” (4ª pagina de la introducción, por lo menos en mi edición)
Incluso algunos de sus amigos se mostraron contrariados con las ideas publicadas. Huxley, a favor del concepto de evolución, pero saltacionista (creía que los cambios evolutivos no se producen gradualmente sino de forma súbita), no podía creer que los procesos hubiesen sido tan lentos como defendía Darwin, además, no comprendía como órganos complicados (como por ejemplo los ojos) podían evolucionar en etapas lentas: solo tienen sentido si aparecen completos (esa es una de las teorías de los creacionistas actuales).
El argumento del “diseño inteligente”, formulado por primera vez por el teólogo ingles William Paley en 1802, sostenía que, por ejemplo, si te encuentras un reloj de bolsillo en el suelo, aunque fuese el primero que vieses en tu vida, te darías cuenta inmediatamente de que lo había hecho un ser inteligente. Lo mismo sucedía con la naturaleza: su complejidad era la prueba fundamental de que había sido diseñada. Lógicamente este argumento era totalmente contrario a las ideas de Darwin (lo sigue siendo)
Darwin entendía y aceptaba que no podía explicar cómo habían surgido aquellos órganos complejos, pero seguía defendiendo su teoría. Es más, en cada edición que sacaba revisada, aumentaba la cantidad de tiempo que consideraba necesaria para que la evolución hubiese podido hacer su trabajo.
A modo de ironía: partiendo del título (El origen de las especies) lo único que no consiguió, precisamente, fue explicar cómo se originaban las especies. Su mecanismo explicaba como las especies se hacen más fuertes, más rápidas o mejor adaptadas, pero no como surgen las nuevas. Quedaba claro que había algo que no acaba de explicar Darwin, algún mecanismo alternativo que influía en los cambios y que no estaba identificado.
Y resulta que, a unos 3.200 kilómetros, en un tranquilo lugar de la Europa Central, se estaba descubriendo la solución, gracias a un genial hallazgo realizado por un religioso llamado Gregor Mendel… del que hablaremos próximamente, ya que antes vamos a explicar a groso modo como era el proyecto planteado por Darwin en este libro.
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